28 de marzo de 2016

El Enredo de la Bolsa y la Vida

Eduardo Mendoza
El Enredo de la Bolsa y la Vida (2012)

Onze anos depois da última aventura, reencontramos o detective anónimo numa esgrouviada história de terrorismo internacional que tem por fundo Barcelona agora uma cidade assolada pela crise, onde as lojas chinesas proliferam. O protagonista continua com o seu cada vez mais decrépito salão de cabeleireiro, e assiste-se a uma renovação das personagens secundárias (à excepção da sua irmã Cándida) onde se destacam a subinspectora Victoria Arrozales, cujos tiques fazem lembrar o antigo comissário Flores, e Quesito, uma miúda de onze anos que o vai ajudar nas investigações e motivar algumas surpresas.
No centro de um projectado atentado, que o protagonista vai deslindar, tentando simultaneamente não delatar o presumível envolvimento de um velho amigo, Rómulo el Guapo, está imagine-se! Angela Merkel, que vem à cidade para participar num encontro de economistas e empresários. Quando o caminho dela se cruza com o nosso herói, Merkel confunde-o com Manolito, um amor de verão de há muitos anos em Lloret del Mar, acabando por se despedir com a seguinte tirada: «Já não somos jovens, Manolito. Estou casada, sou chanceler da República Federal e hei-de solucionar a crise do euro»... Já em 2012 Eduardo Mendoza tinha percebido que Angela Merkel era um cromo ao nível de Pollo Morgan, de Juli, ou da Moski, entre os que compõem a galeria de personagens desta história satírica, cujo final aberto dava a entender que se publicaria um novo livro na série...

Me levanté con grandes dificultades, primero porque se me habían entumecido músculos y articulaciones y segundo porque la resina que rezumaba el maldito pino había pegado con fuerza la ropa al tronco y yo no estaba dispuesto a regalarle mi único traje a un árbol. Conseguí despegarme a delicados tirones, pero la parte trasera del traje se quedó de lo más adhesiva, de resultas de lo cual llegué al hotel arrastrando una cola de papeles, hojas secas, mariposas y otros artículos volátiles. Aun así, atravesé la verja sin ser detenido ni especialmente observado, rodeé el edificio por el lado contrario a la piscina y me refugié en una espesa pineda, procurando evitar el contacto con los perversos congéneres del que me había fastidiado el ajuar.
Era un lugar umbrío, reseco y solitario. No entendí cuál podía ser la utilidad de aquel paraje, salvo que el peligro de un incendio forestal constituyera uno de los alicientes del hotel. A la espera de esta eventualidad, la pineda no ofrecía otro pasatiempo que la contemplación de muchas y muy grandes telarañas, ni otra ventaja que su aislamiento.
Esperé un rato. Llegaban voces de niños procedentes de la piscina y de adultos procedentes del comedor y el bar al aire libre. También me llegaba un hipnótico olor a carne a la brasa. Era admirable ver cómo aquellos potentados, tan duramente golpeados por la crisis financiera como acababa de saber leyendo un trozo de periódico, seguían manteniendo la apariencia de derroche y jolgorio con el único fin de no sembrar el desaliento en los mercados bursátiles. Apartando ramas, tallos, vástagos y bejucos, obtuve una visión oblicua y parcial pero amparada de un sector de la piscina. Mujeres juncales y bronceadas se asolaban o deambulaban con elegante insolencia en ceñidos bañadores y grandes gafas de sol. Todas hablaban animadamente a sus respectivos móviles. Observándolas sin ser visto y recreándome en la parte de su anatomía que más me interesaba (el peinado), perdí la noción del tiempo, la percepción del lugar y la conciencia de hallarme en una situación incierta, por no decir peligrosa, y de resultas de lo cual no me percaté de la presencia de un hombre a mis espaldas hasta que su voz dijo:
—¡Arriba las manos!

Li anteriormente:
La Aventura del Tocador de Señoras (2001)
El Laberinto de las Aceitunas (1982)
El Misterio de la Cripta Embrujada (1979)

17 de marzo de 2016

El Sueño de los Héroes


Adolfo Bioy Casares
El Sueño de los Héroes (1954)

Depois de La Invención de Morel, esta é a minha segunda incursão na obra de Bioy Casares.
Trata-se da história de Emilio Gauna, que ganha uma boa maquia nas corridas de cavalos, e decide esbanjar o dinheiro numa farra de três dias de Carnaval. Acompanham-no o seu grupo de jovens amigos, tutelado pelo doutor Valerga, um homem de idade com grande influência sobre eles e, a contragosto, o barbeiro que havia dado a dica para a aposta. Turvado pela embriaguez, na madrugada da terceira noite, Gauna perde o conhecimento e a memória, até despertar no meio de um bosque, levado depois para uma casa de embarcadouro, na margem de um lago, onde é cuidado até recuperar a sobriedade.
Gauna conhece depois Clara, filha do bruxo Taboada, com quem vai desenvolver um lento processo de aproximação que o levará ao casamento. Mas os factos ocorridos na já distante terceira noite de Carnaval tornam-se uma crescente obsessão, uma nostalgia difusa que Gauna quer recuperar. Até que num outro Carnaval, três anos volvidos e a lentidão da narração, até chegar a este ponto, torna-se por vezes exasperante —, Gauna volta a ganhar bom dinheiro, em corridas de cavalos, devido à dica de outro barbeiro. Interpretando isto como um sinal do destino, decide escapar a Clara e reunir novamente o velho grupo de amigos para uma segunda farra de três dias, regressando aos mesmos locais e fazendo o mesmo percurso, na esperança de invocar magicamente o tempo passado e reaver as suas memórias...

El último en entrar fue Gauna. Serafín Taboada le ofreció una mano muy limpia y muy seca. Era un hombre delgado, bajo, de profusa cabellera, de frente alta, huesuda, de ojos hundidos, de prominente nariz rojiza. En el cuarto había muchos libros, un armonio, una mesa, dos sillas; sobre la mesa, un incontenible desorden de libros y de papeles, un cenicero con muchas colillas, una piedra gris que servía de pisapapel. Dos láminas —las efigies de Spencer y de Confucio— colgaban de las paredes. Taboada indicó a Gauna que se sentara; le ofreció un cigarrillo (que no aceptó Gauna) y, después de encender uno, preguntó:
— ¿En qué puedo servirlo?
Gauna pensó un momento. Después respondió:
— En nada. Vine por acompañar a los muchachos.
Taboada arrojó el cigarrillo que había prendido y encendió otro.
— Lo siento —dijo, como si fuera a levantarse y poner fin a la entrevista; siguió sentado y, enigmáticamente, continuó—: Lo siento, porque tenía qué decirle algo. Será otra vez.
— Quién sabe.
— No hay que desesperar. El futuro es un mundo en el que hay de todo.
— ¿Como en la tienda de la esquina? —comentó Gauna—. Es lo que reza en la propaganda, pero, créame, cuando usted pide algo, le contestan que ya no hay más.
Gauna pensó que Taboada era tal vez más hablador que astuto o inteligente. Taboada continuó:
— En el futuro corre, como un río, nuestro destino, según lo dibujamos aquí abajo. En el futuro está todo, porque todo es posible. Allí usted murió la semana pasada y allí está viviendo para siempre. Allí usted se ha convertido en un hombre razonable y también se ha convertido en Valerga.
— No permito que se mofe del doctor.
— No me mofo —contestó brevemente Taboada—, pero quisiera preguntarle algo, si no lo toma a mal: ¿doctor en qué?
— Usted lo sabrá —replicó en el acto Gauna— ya que es brujo.
Taboada sonrió.
— Está bien, muchacho —dijo; luego prosiguió explicando—: si en el futuro no encontramos lo que buscamos, será porque no sabemos buscar. Siempre podemos esperar cualquier cosa.
— Yo no espero mucho —declaró Gauna—. No creo, tampoco, en brujerías.
— Tal vez tenga razón —repuso con tristeza Taboada—. Pero habría que saber lo que usted llama brujería. Le pongo por caso la transmisión del pensamiento. No hay gran mérito, le aseguro, en averiguar lo que piensa un joven enojado y asustadizo.

Li anteriormente:
La Invención de Morel (1940)