19 de marzo de 2017

El Enigma Capitalista



Joaquín Bochaca
El Enigma Capitalista (1977)

Uma frase, algures, chamou-me a atenção para este livro: afirmava, certamente por outras palavras, que tudo quanto O Capital de Karl Marx fora incapaz de explicar no seu emaranhado de centenas de páginas, estava aqui plasmado de forma evidente e cristalina; Marx nunca teria abordado a essência da natureza do dinheiro, e aí residiria o âmago do capitalismo internacional. Apesar de nunca ter lido Marx (nem estar sequer nos meus projectos fazê-lo), parece-me óbvio que o filósofo judeu nunca esteve interessado em pôr termo ao capitalismo, mas, simplesmente, em transferi-lo dos burgueses para o Estado, mudando apenas o agente explorador.
Apesar de publicado originalmente em 1977, a propósito da crise financeira que então grassava, esta edição data de 2008, aproveitando o estalar de nova crise financeira, desta vez bem mais persistente.
Começando por explicar as razões para o aumento da miséria em plena abundância, o que espanta é a absoluta actualidade do texto, dos mecanismos descritos, a repetição dos processos utilizados e dos resultados obtidos. Em 30 anos (ou serão 130?) não mudou nada, e, bem vistas as coisas, nada poderia mudar, porque a natureza cíclica das crises serve determinados interesses. Como declarou Henry Ford em 1922, «Convém que o povo não perceba como funciona o sistema bancário e monetário, pois se percebesse acredito que haveria uma revolução antes de amanhã de manhã.»
Numa segunda parte, dedicada a fazer a história do designado establishment, a propósito do binómio Alta Finança-Revolução, cujo alcance parece ter sido inteiramente compreendido e aceite por tão poucos, o autor invoca como explicação o geralmente subestimado fenómeno da preguiça mental, e, recorrendo a uma citação de Bernard Shaw, afirma: «Alguns homens prefeririam morrer a pensar. São os mártires da estupidez humana.»
Além do diagnóstico, este livro tem a vantagem de propor a via alternativa, ao que se dedica na sua terceira parte, intitulada “A Solução”, centrada no conceito do Dividendo Nacional. Não uma solução, como sublinha o autor, mas a solução. De leitura obrigatória.

Al entregar su dinero en el banco, los depositarios obtenían un recibo que les entregaba el banquero, y sobre tal recibo —documento, en sí, intachable— se iba a montar el mayor timo de todos los tiempos.
En efecto, el banquero era un hombre observador y pronto se dio cuenta de que la gente utilizaba esos recibos como si de auténtico dinero se tratara. Esos recibos, respaldados por dinero auténtico, hacían la misma función que el dinero, es decir, servían para adquirir mercancías y contratar servicios. Como tales recibos no era nominativos, cualquier persona, que a lo mejor nunca había depositado dinero en el banco, podía presentarse en la ventanilla de pagos del mismo, y, exhibiendo un recibo por una cantidad determinada de dinero oficial, o legal, exigir tal cantidad en el acto. Un inciso imprescindible: decimos dinero oficial, o legal, porque esos recibos, al ser aceptados por la comunidad como medio de pago, se convertían automáticamente, de hecho, en dinero. También se dio cuenta, el banquero, de que, en promedio, los impositores sólo retiraban, en un período determinado de tiempo, el diez por ciento del dinero depositado. O dicho en otras palabras, que el noventa por ciento de sus depósitos permanecían en sus cofres, y que con el diez restante tenía suficiente para hacer frente a los recibos que se le irían presentando al cobro. La tentación era demasiado grande para el banquero, hombre cuya conciencia no sentía excesivamente el embarazo de los escrúpulos, o no podía sentirlos por sus condiciones étnicas y religiosas. Y se formuló a sí mismo la siguiente pregunta: ¿Por qué no poner en circulación más recibos, representando nueve veces más valor que el dinero que, efectivamente, tenía en su caja fuerte? Para él, formular así esa pregunta equivalía a responderla en el sentido deseado por su yo íntimo. Es decir, que multiplicó por nueve sus recibos —comprometiéndose a pagar un dinero que no tenía, o, como máximo, sólo tenía en una novena parte —y empezó a prestarlo a particulares y, sobre todo, a comerciantes, cobrando un interés por ese dinero inexistente. En realidad, más que inexistente, ficticio; pues existencia, aunque fraudulenta, la tenía, al entregarse mercancías y servicios por él. Este fue el fraude original, que ha perdurado hasta nuestros días, y que está en la raíz de todos nuestros males económicos. Como dice Gertrude Coogan, “los banqueros pueden justificar sus prácticas como gusten, pero el hecho es que cuando prestan su ‘crédito’ a interés lo único que hacen es crear dinero privado, que luego pueden reclamar y destruir a su voluntad para desesperación y empobrecimiento del prestatario” quien periodicamente se ve obligado, por la artificial escasez del dinero-crédito, a entregar bienes auténticos por el dinero-crédito que tomó en préstamo.
El banquero, al proceder de esta guisa, efectivamente, ha creado dinero. Y para crearlo lo único que ha necesitado ha sido que un empleado del banco tomara una pluma, o un bolígrafo, y escribiera en el Libro Mayor del banco, una cifra cualquiera, pongamos diez millones de pesetas, en el saldo deudor del prestatario. Pero, al mismo tiempo, en el saldo acreedor del mismo, se ha anotado la garantía que éste ha debido ofrecer contra el préstamo bancario. Dicha garantía, que siempre debe ser un bien tangible, una casa, unos terrenos, unas cosechas o el título de propiedad de una industria, siempre vale más que el dinero que el banco presta. Al prestatario se le entrega un talonario de cheques, que permiten fraccionar cómodamente el importe del préstamo, luego se le carga en cuenta un interés por dicho préstamo, interés que oscila entre un cinco y un nueve por ciento en las épocas relativamente “tranquilas”, pero que puede ser mucho más elevado en las épocas turbias y la operación ha sido puesta en marcha.
Detengámonos un momento para hacer las siguientes observaciones:
a) Al poner en circulación de hecho, más dinero, que aparece en el mercado antes de que el mismo haya podido generar más riqueza, se ha puesto en movimiento un proceso inflacionario, es decir, se ha hecho perder valor al dinero que existía ya en circulación.
b) Las mercancías que, con el nuevo dinero, irán apareciendo en el mercado, llevarán su costo gravado con el interés bancario —como ya hemos dicho, de un 5 a un 9 por ciento— que deberán pagar, en última instancia, los consumidores. Nueva contribución al proceso inflacionario.
c) Mientras el banquero ha entregado sus “promesas de pagar” dinero —pues nadie, por muy banquero que sea, puede crear algo de la Nada, y así, lo que él presta no son más que promesas— en cambio, el prestario ha entregado al banquero títulos que representan una riqueza que, a parte de ser muy superior al préstamo, es real. Ha habido, pues, un notorio abuso de confianza por parte del banco. Como decíamos en otro lugar “mientras el banco dispone contra la comunidad de garantías representando una riqueza real, tal como fábricas, fincas, cosechas, etc. la comunidad no dispone, contra los bancos, de ninguna garantía. La menor tentativa hecha por los acreedores de un banco para ejercitar sus garantías contra éste, pone de manifiesto que dichas garantías, de hecho, no tienen substancia alguna. Si tales acreedores le “aprietan demasiado las clavijas” al banco, son castigados perdiendo todos sus ahorros. El banco cierra sus puertas poniendo de manifiesto que sus “promesas de pagar” son falsas promesas... a menos que el gobierno no acuda en su ayuda con una moratoria.... moratoria cuyas consecuencias serán que, al fin y a la postre, la comunidad en bloque deberá pagar para cubrir las falsas promesas del banquero.

Li anteriormente:
Los Crímenes de los «Buenos» (1982)