Joaquín Bochaca
El Enigma
Capitalista (1977)
Uma frase,
algures, chamou-me a atenção para este livro: afirmava, certamente
por outras palavras, que tudo quanto O Capital de Karl Marx
fora incapaz de explicar no seu emaranhado de centenas de páginas,
estava aqui plasmado de forma evidente e cristalina; Marx nunca teria
abordado a essência da natureza do dinheiro, e aí residiria o âmago
do capitalismo internacional. Apesar de nunca ter lido Marx (nem
estar sequer nos meus projectos fazê-lo), parece-me óbvio que o
filósofo judeu nunca esteve interessado em pôr termo ao
capitalismo, mas, simplesmente, em transferi-lo dos burgueses para o
Estado, mudando apenas o agente explorador.
Apesar de
publicado originalmente em 1977, a propósito da crise financeira que
então grassava, esta edição data de 2008, aproveitando o estalar
de nova crise financeira, desta vez bem mais persistente.
Começando por
explicar as razões para o aumento da miséria em plena abundância,
o que espanta é a absoluta actualidade do texto, dos mecanismos
descritos, a repetição dos processos utilizados e dos resultados
obtidos. Em 30 anos (ou serão 130?) não mudou nada, e, bem
vistas as coisas, nada poderia mudar, porque a natureza cíclica das
crises serve determinados interesses. Como declarou Henry Ford em
1922, «Convém que o povo não perceba como funciona o sistema
bancário e monetário, pois se percebesse acredito que haveria uma
revolução antes de amanhã de manhã.»
Numa segunda
parte, dedicada a fazer a história do designado establishment,
a propósito do binómio Alta Finança-Revolução, cujo alcance
parece ter sido inteiramente compreendido e aceite por tão poucos, o
autor invoca como explicação o geralmente subestimado fenómeno da
preguiça mental, e, recorrendo a uma citação de Bernard Shaw,
afirma: «Alguns homens prefeririam morrer a pensar. São os mártires
da estupidez humana.»
Além do
diagnóstico, este livro tem a vantagem de propor a via alternativa,
ao que se dedica na sua terceira parte, intitulada “A Solução”,
centrada no conceito do Dividendo Nacional. Não
uma
solução, como sublinha o autor, mas a
solução. De leitura obrigatória.
Al
entregar su dinero en el banco, los depositarios obtenían un recibo
que les entregaba el banquero, y sobre tal recibo —documento, en
sí, intachable— se iba a montar el mayor timo de todos los
tiempos.
En
efecto, el banquero era un hombre observador y pronto se dio cuenta
de que la gente utilizaba esos recibos como si de auténtico dinero
se tratara. Esos recibos, respaldados por dinero auténtico, hacían
la misma función que el dinero, es decir, servían para adquirir
mercancías y contratar servicios. Como tales recibos no era
nominativos, cualquier persona, que a lo mejor nunca había
depositado dinero en el banco, podía presentarse en la ventanilla de
pagos del mismo, y, exhibiendo un recibo por una cantidad determinada
de dinero oficial, o legal, exigir tal cantidad en el acto. Un inciso
imprescindible: decimos dinero oficial, o legal, porque esos recibos,
al ser aceptados por la comunidad como medio de pago, se convertían
automáticamente, de hecho, en dinero. También se dio cuenta, el
banquero, de que, en promedio, los impositores sólo retiraban, en un
período determinado de tiempo, el diez por ciento del dinero
depositado. O dicho en otras palabras, que el noventa por ciento de
sus depósitos permanecían en sus cofres, y que con el diez restante
tenía suficiente para hacer frente a los recibos que se le irían
presentando al cobro. La tentación era demasiado grande para el
banquero, hombre cuya conciencia no sentía excesivamente el embarazo
de los escrúpulos, o no podía sentirlos por sus condiciones étnicas
y religiosas. Y se formuló a sí mismo la siguiente pregunta: ¿Por
qué no poner en circulación más recibos, representando nueve veces
más valor que el dinero que, efectivamente, tenía en su caja
fuerte? Para él, formular así esa pregunta equivalía a responderla
en el sentido deseado por su yo íntimo. Es decir, que multiplicó
por nueve sus recibos —comprometiéndose a pagar un dinero que no
tenía, o, como máximo, sólo tenía en una novena parte —y empezó
a prestarlo a particulares y, sobre todo, a comerciantes, cobrando un
interés por ese dinero inexistente. En realidad, más que
inexistente, ficticio; pues existencia, aunque fraudulenta, la tenía,
al entregarse mercancías y servicios por él. Este fue el fraude
original, que ha perdurado hasta nuestros días, y que está en la
raíz de todos nuestros males económicos. Como dice Gertrude Coogan,
“los banqueros pueden justificar sus prácticas como gusten, pero
el hecho es que cuando prestan su ‘crédito’ a interés lo único
que hacen es crear dinero privado, que luego pueden reclamar y
destruir a su voluntad para desesperación y empobrecimiento del
prestatario” quien periodicamente se ve obligado, por la artificial
escasez del dinero-crédito, a entregar bienes auténticos por el
dinero-crédito que tomó en préstamo.
El
banquero, al proceder de esta guisa, efectivamente, ha creado dinero.
Y para crearlo lo único que ha necesitado ha sido que un empleado
del banco tomara una pluma, o un bolígrafo, y escribiera en el Libro
Mayor del banco, una cifra cualquiera, pongamos diez millones de
pesetas, en el saldo deudor del prestatario. Pero, al mismo tiempo,
en el saldo acreedor del mismo, se ha anotado la garantía que éste
ha debido ofrecer contra el préstamo bancario. Dicha garantía, que
siempre debe ser un bien tangible, una casa, unos terrenos, unas
cosechas o el título de propiedad de una industria, siempre vale más
que el dinero que el banco presta. Al prestatario se le entrega un
talonario de cheques, que permiten fraccionar cómodamente el importe
del préstamo, luego se le carga en cuenta un interés por dicho
préstamo, interés que oscila entre un cinco y un nueve por ciento
en las épocas relativamente “tranquilas”, pero que puede ser
mucho más elevado en las épocas turbias y la operación ha sido
puesta en marcha.
Detengámonos
un momento para hacer las siguientes observaciones:
a)
Al poner en circulación de hecho, más dinero, que aparece en el
mercado antes de que el mismo haya podido generar más riqueza, se ha
puesto en movimiento un proceso inflacionario, es decir, se ha hecho
perder valor al dinero que existía ya en circulación.
b)
Las mercancías que, con el nuevo dinero, irán apareciendo en el
mercado, llevarán su costo gravado con el interés bancario —como
ya hemos dicho, de un 5 a un 9 por ciento— que deberán pagar, en
última instancia, los consumidores. Nueva contribución al proceso
inflacionario.
c)
Mientras el banquero ha entregado sus “promesas de pagar” dinero
—pues nadie, por muy banquero que sea, puede crear algo de la Nada,
y así, lo que él presta no son más que promesas— en cambio, el
prestario ha entregado al banquero títulos que representan una
riqueza que, a parte de ser muy superior al préstamo, es real. Ha
habido, pues, un notorio abuso de confianza por parte del banco. Como
decíamos en otro lugar “mientras el banco dispone contra la
comunidad de garantías representando una riqueza real, tal como
fábricas, fincas, cosechas, etc. la comunidad no dispone, contra los
bancos, de ninguna garantía. La menor tentativa hecha por los
acreedores de un banco para ejercitar sus garantías contra éste,
pone de manifiesto que dichas garantías, de hecho, no tienen
substancia alguna. Si tales acreedores le “aprietan demasiado las
clavijas” al banco, son castigados perdiendo todos sus ahorros. El
banco cierra sus puertas poniendo de manifiesto que sus “promesas
de pagar” son falsas promesas... a menos que el gobierno no acuda
en su ayuda con una moratoria.... moratoria cuyas consecuencias serán
que, al fin y a la postre, la comunidad en bloque deberá pagar para
cubrir las falsas promesas del banquero.
Li anteriormente:
Los Crímenes de los «Buenos» (1982)