Jacques de Mahieu
La geografía secreta de América
(1978)
Nascido em
Marselha em 1915, Jacques de Mahieu mudou-se para a Argentina por
volta dos 30 anos e, naturalizado, viveu nesse país até ao final da
vida. Foi um dos ideólogos do movimento peronista, mas o seu maior
interesse residia na antropologia, área em que foi professor, apesar
da sua formação em filosofia, medicina, ciências económicas e
ciências políticas. Alguma da sua obra escrita tem por tema a
América pré-colombiana, com títulos como Les templiers en
Amérique, Drakkars sur l’Amazone ou El rey vikingo
del Paraguay, onde defende teorias desenquadradas da História
comummente aceite.
É o caso do
presente livro, cujo título completo é La geografía secreta de
América antes de Colón, e se debruça sobre o conhecimento
geográfico prévio à época dos Descobrimentos. Há uma referência
abundante a mapas antigos, com destaque para o mapa de Ptolomeu, do
séc. II, que serviu de referência à cartografia até ao séc. XVI,
ou ao mapa de Waldseemüller, de 1507, onde aparece desenhado pela
primeira vez o continente americano com a designação actual.
Referem-se os conhecimentos dos romanos na navegação do Índico até
ao extremo Oriente, o estabelecimento de normandos e víquingues nas
costas ocidentais do Atlântico Norte por volta dos sécs. X-XI, e
uma série de outros feitos e viagens de exploração, aparentemente
incongruentes com a linha histórica estabelecida, suficientemente
documentados para se considerar reescrever algumas passagens dos
livros de História. Interroga-se também sobre a pessoa de Cristóvão
Colombo que, com um manto de sombra sobre o seu passado, foi
igualmente alvo de outras especulações por outros autores.
A tese subjacente
ao livro é que, no caso dos navegadores portugueses e espanhóis na
época do Descobrimento da América, as suas viagens tinham um
suporte teórico extremamente sólido, com recurso a uma infinidade
de mapas de diferentes épocas e culturas, de rotas já usadas por
víquingues e franceses mas mantidas em segredo (e também de
exploração clandestina por conta própria) que lhes permitiu, desde
o início da viagem, ter uma ideia bastante aproximada do que ia ser
descoberto — ou redescoberto.
Entre
las islas misteriosas del Atlántico que mencionamos en el capítulo
II, hay una cuyo nombre habrá hecho sobresaltarse al lector no
prevenido: aquella que el Portulano Medíceo llama, en 1351, Brazil;
el mapa de Pizigano, en 1367, Braçir, con una cedilla superflua,
para evitar la pronunciación italiana de la c; los de Blanco,
en 1436, y de Fra Mauro, en 1457, Berzil; el de Benincasa, en 1482,
Braçill. Pizigano la hace aparecer en el mismo mapa, en tres lugares
distintos: al oeste y al sudoeste de las costas de Irlanda y al oeste
del Cabo San Vicente, en el extremo sur de Portugal. Pareto, en 1455
nos la muestra dos veces, al oeste de Irlanda y a la altura del Cabo
San Vicente. En uno de los mapas de su Atlas, Blanco la sitúa en el
lugar exacto del actual Estado brasileño de Pernambuco. Se tenían,
pues, en los siglos XIV y XV, datos contradictorios acerca de una
tierra transoceánica que, según Pizigano, debía su nombre a los
normandos.
Este
nombre, en sí, se conocía en Europa desde el siglo IX. Los árabes,
en efecto, importaban de la Insulindia y el Malabar extractos de una
madera colorada, el bakkam (Caesalpinia Sapan y
Pterocarpus Santalinus) que servía para teñir
géneros. Este producto, los italianos lo llamaban bresill,
brasilly, braxilis,
verzino y, en latín, bresillum o verzinum. Los
catalanes, que servían de intermediarios entre Italia y Castilla,
decían brazil. Esos extractos llegaban a Europa, junto
con las especias, en forma de pulpa, de laca y de polvo, lo que les
daba un alto valor con un pequeño volumen. Los barcos árabes no
estaban en condiciones de transportar troncos y no hubiera sido su
interés hacerlo. Tal situación se transformó repentinamente, hacia
mediados del siglo XIII, cuando empezaron a entrar en Francia, por
los puertos de Normandía, rollos de brasil. No hay equivocación
posible al respecto, puesto que, durante el reinado de San Luis, el
Libro de los Oficios de Estienne Boileau reglamentaba su
empleo por ebanistas y toneleros.
¿De
dónde los normandos importaban esa madera? No del Asia, de seguro,
pues ningún barco de Europa, en aquella época, navegaba en el
Océano Indico. Para hacerlo, hubiera sido necesario dar la vuelta al
Cabo de Buena Esperanza, y los dieppenses no iban, a lo largo de las
costas africanas, más allá del río Zaire (Congo). Por lo tanto,
habían encontrado una nueva fuente de abastecimiento. Ahora bien:
fuera del Asia meridional, el brasil sólo existe en la América
Central y el Amazonas: una variedad del sapang, la Caesalpinia
brasiliensis. Por supuesto, marinos y comerciantes guardaban,
según era costumbre, el secreto más riguroso respecto de la
situación de las tierras descubiertas. Pero, lógicamente, no podían
disimular su existencia: los productos que traían de ellas la hacía
manifiesta. Se empezó, pues, a hablar de la isla —todas las
tierras nuevas eran islas, ya lo dijimos— donde se procuraban el
brasil. Y como no se sabía con exactitud donde se encontraba, se la
situaba en los mapas en función de rumores contradictorios entre los
cuales nada permitía elegir. Algunos cartógrafos llegaron así a
aceptar la existencia de varias islas del mismo nombre. En Normandía
y, en especial, en Dieppe, se sabía, por cierto, a qué atenerse. En
1503, cuando ya no era necesario —ni posible— guardar el secreto,
el capitán Paulmier de Gonneville mencionaba, en un documento
judicial entregado por él, después del naufragio de su barco, en la
sede del Almirantazgo a instancia del Procurador del Rey, el “país
de las Indias Occidentales adonde, desde hace unos años, los
dieppenses y malonenses y otros normandos van a buscar madera de
teñir en rojo”, ese país que los portugueses llamaban Terra
Sanctae Crucis, pero que los franceses jamás designaban con otro
nombre que el de Brésil.
Las
tradiciones dieppenses han conservado el recuerdo de un viaje que el
capitán Jean Cousin habría hecho, en 1488, a las bocas del
Amazonas. Cuando se dirigía hacia el África, su barco habría sido
desviado de su ruta, a la altura de las Azores, por una fuerte
corriente marina —evidentemente la Corriente Norte-Ecuatorial— y
llevado hacia el oeste hasta la desembocadura de un enorme río. Este
relato no está documentado, pues un bombardeo inglés destruyó, en
1694, los archivos del Almirantazgo del puerto normando. Los detalles
que nos proporciona, dejan, sin embargo, muy poca duda respecto de su
realidad. No era éste, por lo demás, sino un viaje de rutina y el
África constituía su camuflaje habitual. Si se habló de él, en la
época del descubrimiento oficial de América; cuando el secreto ya
no tenía mayor razón de ser, fue probablemente por un nombre que
debió de llamar poderosamente la atención de los dieppenses. El
segundo de Cousin, en efecto, era un castellano llamado Pinçón que
intentó, durante el viaje, sublevar a la tripulación y fue
destituido, a la vuelta, por el Consejo del Almirantazgo. ¿Tratábase
de Martín Alonso Pinzón, capitán de La Pinta, a las órdenes
de Colón, que insistió tanto, y con razón, como si conociera el
camino, para que la flotilla singlara hacia el sudoeste, lo que
obtuvo finalmente, no sin dar después una linda prueba de
indisciplina? No podemos descartar esta hipótesis que, si fuera
exacta, nos indicaría por qué Pinzón se fue a Roma. También nos
explicaría por qué y cómo Vicente Yánez Pinzón, sobrino de
Martín Alonso, armó de su hacienda, en 1499, una expedición a
América y alcanzó justo el punto de la costa que, según todo
parece demostrar, había tocado Cousin once años antes.
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