25 de agosto de 2024

La Genealogía de la Moral

 

Friedrich Nietzsche
La Genealogía de la Moral (1887)

Se Para Além do Bem e do Mal era um complemento a Assim Falou Zaratustra, A Genealogia da Moral, com o subtítulo Uma Polémica, é uma tentativa de complementar e clarificar Para Além do Bem e do Mal. Mas, ao contrário do habitual, Nietzsche prescinde da escrita sob a forma de aforismos, e entrega aquele que é considerado o livro mais “sistemático”, composto por um prólogo e três tratados. O prólogo levanta a questão da origem da moral e os três tratados debruçam-se sobre os conceitos do “bom” e do “mau”, da “culpa” e “má consciência” e, por fim, os “ideais ascéticos”.
Aqui se reencontram
variações sobre as preocupações habituais em Nietzsche, e é caricato constatar como uma certa esquerda tentou apoderar-se do seu pensamento – ou por má-fé ou por estupidez – pois o conceito de “vontade de poder” subjacente é de uma natureza aristocrática e hierárquica, um exercício de domínio sem quaisquer contemplações ou sentimentalismos, cuja conclusão lógica poderia até apontar à psicopatia (“sob toda a oligarquia jaz, sempre escondida, a concupiscência tirânica”, afirma, sem uma sombra de censura implícita). Nietzsche nunca tem uma palavra de empatia pelos fracos, pelos desfavorecidos ou pelos oprimidos que essa esquerda acredita defender, pois o seu destino é submeter-se à “vontade de poder”. O super-homem de Nietzsche nunca foi o ser transumano, agora em voga, mas o Homem que se supera, sozinho com a sua capacidade e a sua força – e este foi o erro, porque ele não está à altura da tarefa.
Dos três tratados, o mais interessante é o último, pela dificuldade que Nietzsche manifesta em entender o “autodesprezo do homem” que escolhe a ascese, um “espírito que desata a sua fúria contra si próprio de um modo sacrílego e inútil”. Mais ainda,
no ponto 11 o autor considera que é difícil ao sacerdote ascético ser o melhor defensor do seu ideal, e por isso vai “ajudá-lo a defender-se” com a sua própria argumentação. Os excertos abaixo pertencem a este tratado.

Todo animal, y por tanto también la bête philosophe [el animal filósofo], tiende instintivamente a conseguir un optimum de las condiciones más favorables en que poder desahogar del todo su fuerza, y alcanza su maximum en el sentimiento de poder; todo animal, de manera asimismo instintiva, y con una finura de olfato que «está por encima de toda razón», siente horror frente a toda especie de perturbaciones y de impedimentos que se le interpongan o puedan interponérsele en este camino hacia el optimum (– de lo que hablo no es de su camino hacia la «felicidad», sino de su camino hacia el poder, hacia la acción, hacia el más poderoso hacer, y, de hecho, en la mayoría de los casos, su camino hacia la infelicidad). Y así el filósofo siente horror del matrimonio y de todo aquello que pudiera persuadirle a contraerlo, – el matrimonio como obstáculo y fatalidad en su camino hacia el optimum. ¿Qué gran filósofo ha estado casado hasta ahora? Heráclito, Platón, Descartes, Spinoza, Leibniz, Kant, Schopenhauer – no lo estuvieron; más aún, ni siquiera podemos imaginarlos casados. Un filósofo casado es un personaje de comedia, ésta es mi tesis: y por lo que se refiere a aquella excepción, Sócrates, parece que el malicioso Sócrates se casó ironice [por ironía], justamente para demostrar esta tesis. Todo filósofo diría lo mismo que dijo Buda en una ocasión, cuando le anunciaron el nacimiento de un hijo.. «Me ha nacido Râhula, una cadena ha sido forjada para mí» (Râhula significa aquí «un pequeño demonio»); a todo «espíritu libre» tendría que llegarle una hora de reflexión, suponiendo que haya tenido antes una hora vacía de pensamientos, como le llegó en otro tiempo al mismo Buda –«estrecha y oprimida, pensaba para sí, es la vida en la casa, un lugar de impureza; la libertad está en abandonar la casa»: «tan pronto como pensó esto abandonó la casa».
[...]
No existe, juzgando con rigor, una ciencia «libre de supuestos», el pensamiento de tal ciencia es impensable, es paralógico: siempre tiene que haber allí una filosofía, una «fe», para que de ésta extraiga la ciencia una dirección, un sentido, un límite, un método, un derecho a existir. (Quien lo entiende al revés, quien, por ejemplo, se dispone a asentar la filosofía «sobre una base rigurosamente científica», necesita primero, para ello, poner cabeza abajo no sólo la filosofía, sino también la misma verdad: ¡la peor ofensa al decoro que puede cometerse con dos damas tan respetables!) Sí, no hay duda –y aquí dejo hablar a mi Gaya ciencia, véase el libro quinto –«el hombre veraz, en aquel temerario y último sentido que la fe en la ciencia presupone, afirma con ello otro mundo distinto del de la vida, de la naturaleza y de la historia; y en la medida en que afirma ese 'otro mundo', ¿cómo?, ¿no tiene que negar, precisamente por ello, su opuesto, este mundo, nuestro mundo?... Nuestra fe en la ciencia reposa siempre sobre una fe metafísica –también nosotros los actuales hombres del conocimiento, nosotros los ateos y antimetafísicos, también nosotros extraemos nuestro fuego de aquella hoguera encendida por una fe milenaria, por aquella fe cristiana que fue también la fe de Platón, la creencia de que Dios es la verdad, de que la verdad es divina... ¿Pero cómo es esto posible, si precisamente tal cosa se vuelve cada vez más increíble, si ya no hay nada que se revele como divino, salvo el error, la ceguera, la mentira, – si Dios mismo se revela como nuestra más larga mentira?»
[...]
¡Todo mi respeto para el ideal ascético, en la medida en que sea honesto!, ¡mientras crea en sí mismo y no nos dé el chasco! Pero no soporto a todas esas chinches coquetas, cuya ambición es insaciable en punto a oler a infinito, hasta que por fin lo infinito acaba por oler a chinches; no soporto los sepulcros blanqueados que parodian la vida; no soporto a los fatigados y acabados que se envuelven en sabiduría y miran «objetivamente»; no soporto a los agitadores ataviados de héroes, que colocan el manto de invisibilidad del ideal en torno a ese manojo de paja que es su cabeza; no soporto a los artistas ambiciosos, que quisieran representar e] papel de ascetas y de sacerdotes y que no son en el fondo más que trágicos bufones; tampoco soporto a ésos, a los recentísimos especuladores en idealismo, a los antisemitas, que hoy entornan sus ojos ala manera del hombre de bien cristiano-ario y que intentan excitar todos los elementos de animal cornudo propios del pueblo mediante un abuso, que acaba con toda paciencia, del medio más barato de agitación, la afectación moral (– el hecho de que en la Alemania actual no deje de obtener éxito toda especie de espíritus fraudulentos es algo que guarda relación con el deterioro poco a poco innegable y ya palpable del espíritu alemán, cuya causa yo la busco en una alimentación compuesta, con demasiada exclusividad, de periódicos, política, cervezas y música de Wagner, a lo que hay que añadir lo que constituye el presupuesto de esa dieta: primero, la clausura y la vanidad nacionales, el fuerte, pero angosto principio de Deurschland, Deutschland über Alles [Alemania, Alemania sobre todo], y después la paralysis agitans de las «ideas modernas»). Hoy Europa es rica e ingeniosa, sobre todo en punto a inventar estimulantes; parece que ninguna otra cosa necesita más que los «estimulantes», que el aguardiente: de aquí viene también la gigantesca falsificación en ideales, esos máximos aguardientes del espíritu, y asimismo el aire repugnante, maloliente, falaz y seudoalcohólico que se extiende por todas partes.

Li anteriormente:
Más allá del Bien y del Mal (1886)
O Anticristo (1888)
Assim Falou Zaratustra (1883)

Ningún comentario:

Publicar un comentario