29 de abril de 2025
Sobre los Acantilados de Mármol
Ernst Jünger
Sobre los Acantilados de Mármol (1939)
Este livro descreve uma sociedade tradicional que habita nas margens de uma baía, nas falésias de mármore referidas no título. Uma utopia, no sentido de uma geografia imaginária, também fora do tempo, de um povo pacífico, de vinhateiros, agricultores e pastores, inseridos em descrições bucólicas, cujo modo de vida ancestral é perturbado pela intromissão da gente das florestas e do seu líder despótico, que termina numa batalha de contornos apocalípticos. Muitos quiseram ver nesta novela uma parábola da ascensão do nacional-socialismo, enquanto outros encontraram aqui a descrição das ameaças do comunismo. Ernst Jünger, que combateu nas duas guerras mundiais, rejeitava os valores democráticos e liberais encarnados na República de Weimar, sendo certo que nunca aderiu ao regime nacional-socialista, o qual, numa primeira fase, tentou aliciá-lo pela sua imagem de herói da guerra e, posteriormente, passou a encará-lo com desconfiança. Mas em 1939, data da publicação de Sobre as Falésias de Mármore, a obra não teve quaisquer problemas com a censura.
Tales días, cuando el sol estaba en su cénit, gustábamos escalar la cresta de los acantilados de mármol. Caminábamos entre los oscuros jeroglíficos de las víboras y subíamos los peldaños de la escalera rocosa, que brillaban a la luz del día. Una vez sobre la más alta arista de los acantilados, que brillaba de un modo cegador y hasta muy lejos a la luz del mediodía, contemplábamos largamente el paisaje, y en cada repliegue, en cada linde, buscaban nuestras miradas los signos de aquello que habría de sanar al país. Y entonces era como si unas escamas cayeran de nuestros ojos y pudiéramos ver de verdad, y aprehendíamos aquella realidad, que vivía como las cosas en los poemas, en todo su imperecedero esplendor. Y entonces, llenos de alegría, comprendíamos que la destrucción siempre permanece extraña a los elementos, y que sobre la superficie de éstos únicamente se deslizan unos fantasmas de niebla, que no resisten la acción del sol. Y presentíamos: si nosotros vivimos en celdas indestructibles, saldremos de cada aniquilación de la misma manera que se sale por las puertas de una sala de fiestas para entrar en seguida en otras salas resplandecientes.
Con frecuencia, mientras estábamos en la cúspide de los acantilados de mármol, nos decía hermano Othón que el sentido mismo de la vida estribaba en recomenzar la creación en lo perecedero, como el niño repite en su juego el trabajo del padre. Lo que en definitiva daba sentido a la siembra y la fecundación, a la construcción y al orden que imponemos a la imagen y al poema, es que en ellos, como en tantos otros espejos hechos de un frágil cristal de mil colores, se refleja la gran obra.
[...]
De pronto, mientras contemplábamos la Ermita, se iluminaron sus ventanas y de la azotea surgió una llama que se elevó hasta el borde de los acantilados. Por su color, que era azul oscuro, se parecía a la pequeña llama de la lámpara de Nigromontanus, y su extremo estaba recortado como el cáliz de la genciana. Ante nuestros ojos, la cosecha de muchos años de trabajo era presa de los elementos, y, al tiempo que la casa, nuestra obra volvía al polvo. Pero en esta tierra no podemos confiar en terminar nada, y bienaventurado el hombre cuya voluntad no se consume enteramente en él doloroso esfuerzo. No se construye ninguna casa ni se traza ningún plan en el que su futura desaparición no figure como la piedra fundamental, y no es en nuestras obras donde vive lo que nosotros tenemos de imperecedero. Esta es la verdad que vimos en la llama, y, sin embargo, en su resplandor había algo de alegría. Llenos de nuevas fuerzas, avanzamos de nuevo por el sendero. Todavía era oscuro, pero el frescor del alba ya ascendía desde los viñedos y los pastos. Y a nuestro corazón le pareció que los fuegos del firmamento amenguaban algo su siniestra violencia, pues en ellos se fundía la aurora.
Li anteriormente:
Tempestades de Acero (1920)
20 de abril de 2025
El Reino de Este Mundo
Alejo Carpentier
El Reino de Este Mundo (1949)
Publicada pela primeira vez no Chile, esta novela tem como tema parte da conturbada história do Haiti. Através do olhar de Ti Noel, apresentado como o jovem escravo de um senhor agrário, a narrativa percorre os últimos dias da colónia francesa esclavagista, a revolta dos escravos, inspirada na Revolução Francesa, o reinado de Henri Christophe, a sua consequente queda e a chegada de um governo republicano. Neste espaço de algumas décadas, Ti Noel acompanha o seu amo expropriado ao exílio cubano, onde este o perde ao jogo. Consegue depois regressar ao Haiti, e volta a ser escravizado, agora pelos da sua raça, na construção do palácio do rei. Após a revolta que depôs o monarca, Ti Noel foge para o interior da ilha, para as ruínas da casa agrícola do seu antigo amo, onde, já velho, vive finalmente em total liberdade, até à chegada dos agrimensores do novo governo republicano, que lhe perturbam de novo a existência. Com algumas outras personagens paralelas e um fundo de "real maravilhoso", nas palavras do próprio autor, onde assomam as crenças africanas e o vodu, O Reino deste Mundo, teve uma enorme influência nos posteriores escritores do espaço hispano-americano.
Todas las puertas de los barracones cayeron a la vez, derribadas desde adentro. Armados de estacas, los esclavos rodearon las casas de los mayorales, apoderándose de las herramientas. El contador, que había aparecido con una pistola en la mano, fue el primero en caer, con la garganta abierta de arriba a abajo, por una cuchara de albañil. Luego de mojarse los brazos en la sangre del blanco, los negros corrieron hacia la vivienda principal, dando mueras a los amos, al gobernador, al Buen Dios y a todos los franceses del mundo. Pero, impulsados por muy largas apetencias, los más se arrojaron al sótano en busca de licor. A golpes de pico se destriparon los barriles de escabeche. Abiertos de duelas, los toneles largaran el morapio a borbotones, enrojeciendo las faldas de las mujeres. Arrebatadas entre gritos y empellones, las damajuanas de aguardiente, las bombonas de ron, se estrellaban en las paredes. Riendo y peleando, los negros resbalaban sobre un jaboncillo de orégano, tomates adobados, alcaparras y huevas de arenque, que clareaba, sobre el suelo de ladrillo, el chorrear de un odrecillo de aceite rancio. Un negro desnudo se había metido, por broma, dentro de un tinajón lleno de manteca de cerdo. Dos viejas peleaban, en congo, por una olla de barro. Del techo se desprendían jamones y colas de abadejo. Sin meterse en la turbamulta, Ti Noel pegó la boca, largamente, con muchas bajadas de la nuez, a la canilla de un barril de vino español. Luego, subió al primer piso de la vivienda, seguido de sus hijos mayores, pues hacía mucho tiempo ya que soñaba con violar a Mademoiselle Floridor, quien, en sus noches de tragedia, lucía aún, bajo la túnica ornada de meandros, unos senos nada dañados por el irreparable ultraje de los años.
Li anteriormente:
Los Pasos Perdidos (1953)
14 de abril de 2025
La Trama Celeste
Adolfo Bioy Casares
La Trama Celeste (1948)
Este livro é composto por seis contos escritos entre 1944 e 1948, alguns com temas tangentes ao universo da ficção científica que, de algum modo, fazem lembrar o imaginário de Ray Bradbury. (Devia ser ao contrário, Bradbury é posterior, mas comecei a lê-lo muito antes de ter chegado ao autor argentino...) O excerto escolhido pertence ao conto que dá o título ao livro, uma narração quase paranoica de um piloto de testes da força aérea argentina que, ao executar determinada manobra com o avião, passa entre mundos paralelos, muito semelhantes na aparência, mas com diferenças cruciais que o colocam perante problemas insolúveis.
Caminó una cuadra y no encontró el pasaje. Caminó otra cuadra, y otra. El chofer seguía protestando; la voz era más baja, el tono más sarcástico. Morris volvió sobre sus pasos; dobló por Alvarado; ahí estaba el parque Pereyra, la calle Rochadale. Tomó Rochadale; a mitad de cuadra, a la derecha, debían interrumpirse las casas, y dejar lugar al pasaje Owen. Morris sintió como la antelación de un vértigo. Las casas no se interrumpieron; se encontró en Austratia. Vio en lo alto, con un fondo de nubes nocturnas, el tanque de la International, en Luzuriaga; enfrente debía estar el pasaje Owen; no estaba.
Miró la hora; le quedaban apenas veinte minutos.
Caminó rápidamente. Muy pronto se detuvo. Estaba, con los pies hundidos en un espeso fango resbaladizo, ante una lúgubre serie de casas iguales, perdido. Quiso volver al parque Pereyra; no lo encontró. Temía que el chofer descubriera que se había perdido. Vio a un hombre, le preguntó dónde estaba el pasaje Owen. El hombre no era del barrio. Morris siguió caminando, exasperado. Apareció otro hombre. Morris caminó hacia él; rápidamente, el chofer se bajó del automóvil y también corrió. Morris y el chofer le preguntaron a gritos si sabía dónde estaba el pasaje Owen. El hombre parecía asustado, como si creyera que lo asaltaban. Respondió que nunca oyó nombrar ese pasaje; iba a decir algo más, pero Morris lo miró amenazadoramente.
Li anteriormente:
Diario de la Guerra del Cerdo (1969)
El Sueño de los Héroes (1954)
La Invención de Morel (1940)
10 de abril de 2025
Final del Juego
Julio Cortázar
Final del Juego (1956)
Final del Juego foi editado pela primeira vez na Cidade do México em 1956, como uma colecção de nove contos. A segunda edição data de 1964, em Buenos Aires, com um acréscimo de outros nove contos, apresentando a obra na sua forma definitiva. São textos curtos, alguns mesmo muito curtos, dos quais se desprende uma estranheza e uma inquietação algo inesperadas. O excerto escolhido pertence a "La Puerta Condenada", um dos textos que já fazia parte da edição original.
Por la mañana Petrone lo pensó un rato mientras tomaba el desayuno y fumaba un cigarrillo. Dormir mal no le convenía para su trabajo del día. Dos veces se había despertado en plena noche, y las dos veces a causa del llanto. La segunda vez fue peor, porque a más del llanto se oía la voz de la mujer que trataba de calmar al niño. La voz era muy baja pero tenía un tono ansioso que le daba una calidad teatral, un susurro que atravesaba la puerta con tanta fuerza como si hablara a gritos. El niño cedía por momentos al arrullo, a las instancias; después volvía a empezar con un leve quejido entrecortado, una inconsolable congoja. Y de nuevo la mujer murmuraba palabras incomprensibles, el encantamiento de la madre para acallar al hijo atormentado por su cuerpo o su alma, por estar vivo o amenazado de muerte.
«Todo es muy bonito, pero el gerente me macaneó» pensaba Petrone al salir de su cuarto. Lo fastidiaba la mentira y no lo disimuló. El gerente se quedó mirándolo.
—¿Un chico? Usted se habrá confundido. No hay chicos pequeños en este piso. Al lado de su pieza vive una señora sola, creo que ya se lo dije.
Petrone vaciló antes de hablar. O el otro mentía estúpidamente, o la acústica del hotel le jugaba una mala pasada. El gerente lo estaba mirando un poco de soslayo, como si a su vez lo irritara la protesta. «A lo mejor me cree tímido y que ando buscando un pretexto para mandarme mudar», pensó. Era difícil, vagamente absurdo insistir frente a una negativa tan rotunda. Se encogió de hombros y pidió el diario.
—Habré soñado —dijo, molesto por tener que decir eso, o cualquier otra cosa.
Li anteriormente:
Bestiario (1951)
6 de abril de 2025
The Lost City of Z
David Grann
The Lost City of Z (2009)
Este livro, editado em português sob o título A Cidade Perdida de Z, é, de certa forma, a biografia de Percy Harrison Fawcett, um incansável explorador da Amazónia, onde acabou por desaparecer em circunstâncias misteriosas, em 1925, faz agora 100 anos. Também refere outras explorações na mesma área geográfica, como a anterior expedição de Fawcett em 1921, a brasileira liderada por James Lynch em 1996, a que o próprio David Grann efectuou para a documentação desta obra, ou a expedição de salvamento de 1928, por George Miller Dyott, entre várias outras, ao longo dos anos, à medida que os contos e os boatos acerca de Fawcett inflamavam a imaginação dos que procuravam seguir nas suas pegadas.
Fawcett, que não era propriamente um excêntrico, antes um homem das ciências, geógrafo e arqueólogo, acreditava existir algures no Amazonas os restos de uma fabulosa civilização, que designava como "Z", conseguindo o financiamento de sociedades geográficas para o cumprimento da exploração. Tinha chegado à conclusão que essa antiga cultura ainda existia e a sua descoberta alteraria a visão que então existia sobre as Américas, um optimismo que encontrava eco nos jornais da época. A sua experiência levava-o a preferir pequenos grupos e, em 1925, fez-se acompanhar do filho, com 21 anos, e um amigo deste, que lhe mereciam a maior confiança apesar de nunca terem participado em quaisquer explorações. O desaparecimento, na região do rio Xingu no Mato Grosso, deveu-se provavelmente à morte por índios hostis, apesar de Fawcett já ter passado incólume por esse tipo de encontros.
As fabulosas cidades, descritas desde o séc. XVI, não passavam de miragens. Brian Fawcett, outro filho do explorador, ao sobrevoar a zona, descreveu como umas formações rochosas em erosão, ao longe, pareciam uma cidade com torres, pirâmides e estradas. No entanto, a convicção de Percy Harrison Fawcett não era de todo descabida. A descoberta de áreas de "terra preta", artificialmente criadas, bem como centenas de grandes geoglifos por toda a Amazonia, divulgados por arqueólogos como Michael Heckenberger, e a confirmação de vestígios de assentamentos urbanos, com o recurso a novas técnicas de mapeamento aéreo, por Heiko Purer, obrigam a reconsiderar a história da América pré-colombiana.
The men were supposed to conserve their rations, but most broke down and consumed them quickly. By the ninth day of marching, the expedition had run out of food. It was now that Fawcett discovered what explorers since Orellana had learned and what would become the basis of the scientific theory of a counterfeit paradise: in the world’s thickest jungle, it was hard to find a morsel to eat.
Of all the Amazon’s tricks, this was perhaps the most diabolical. As Fawcett put it, “Starvation sounds almost unbelievable in forest country, and yet it is only too likely to happen.” Scrounging for food, Fawcett and his men could make out only buttressed tree trunks and cascades of vines. Chemical-laced fungi and billions of termites and ants had stripped bare much of the jungle floor. Fawcett had been taught to scavenge for dead animals, but there were none to be found: every corpse was instantly recycled back into the living. Trees drained even more nutrients from a soil already leached by rain and floods. Meanwhile, vines and trees stampeded over each other as they strove to reach the canopy, to absorb a ray of light. One kind of liana called the matador, or killer, seemed to crystallize this competition: it wrapped itself around a tree, as if offering a tender embrace, then began to strangle it, stealing both its life and its place amid the forest.
Although this death struggle for the light above created a permanent midnight below, few mammals roamed the jungle floor, where other creatures could attack them. Even those animals that Fawcett and his party should have been able to see remained invisible to their untutored eyes. Bats hid in tents of leaves. Armadillos burrowed in the ground. Moths looked like bark. Caimans became logs. One kind of caterpillar had a more frightening deception: it transformed its body into the shape of a deadly pit viper, with an enlarged, swaying triangular head and big gleaming eyes. As the writer Candice Millard explained in The River of Doubt, “The rain forest was not a garden of easy abundance, but precisely the opposite. Its quiet, shaded halls of leafy opulence were not a sanctuary, but rather the greatest natural battlefield anywhere on the planet, hosting an unremitting and remorseless fight for survival that occupied every single one of its inhabitants, every minute of every day.”
On this battlefield, Fawcett and his men found themselves outmatched. For days, Fawcett, a world-class hunter, scoured the land with his party, only to turn up a handful of nuts and palm leaves. The men tried fishing, which they were sure, given how many piranhas and eels and dolphins were in other Amazonian rivers, would provide sustenance, but to the explorers’ amazement they could not catch a single fish. Fawcett speculated that something had polluted the waters, and indeed some trees and plants produce tannic acids that poison rivers in the Amazon, creating what the biologists Adrian Forsyth and Kenneth Miyata have called “the aquatic equivalents of desert.”
[...]
Another Indian, who was younger, appeared and said that he would show us the way. We got back in the car and drove down an overgrown path, the branches clapping against the windshield. When we couldn’t drive any farther, our guide hopped out, and we followed him through the forest as he slashed at the creepers and vines with a machete. Several times he paused, studied the tops of the trees, and took a few paces east or west. Finally, he stopped.
We looked around—there was nothing but a cocoon of trees. “Where’s Rio Novo?” Paolo asked.
Our guide lifted his machete over his head and slammed it into the ground. It hit something hard. “Right here,” he said.
We looked down and, to our disbelief, saw a row of cracked bricks.
“This is where the entrance to the manor used to be,” the guide said, adding, “It was very big.”
We began to fan out in the forest, as rain started to fall again, looking for signs of the great Galvão farm.
“Over here!” Paolo cried. He was a hundred feet away, standing by a crumbling brick wall nestled in vines. The farm had been consumed by jungle in just a few decades, and I wondered how actual ancient ruins could possibly survive in such a hostile environment. For the first time, I had some sense of how it might be possible for the remnants of a civilization simply to disappear.
Subscribirse a:
Publicacións (Atom)