Roberto Bolaño
Estrella Distante (1996)
Em tom quase documental, Estrella
Distante dá um curso acelerado de poesia chilena recente,
entrecruzado com a inventariação de bibliografias imaginárias, tão
ao gosto de Jorge Luis Borges, tendo por fundo o contexto histórico
do Chile entre as décadas de 70 e 90. Bibiano O'Ryan e o narrador,
amigos e ambos com ambições poéticas, movem-se por oficinas
universitárias de poesia, bruscamente interrompidas pelo golpe de
1973. Depois, o livro segue o trajecto de algumas personagens que as
frequentavam; mais pormenorizadamente os directores dos dois grupos
principais, Juan Stein e Diego Soto, e, sobretudo, o misterioso e
esquivo Carlos Wieder, um dos frequentadores desses grupos, aviador
militar e autor de “poesia aérea”, ou seja, poesia escrita nos
céus com o rasto do seu pequeno avião. Estrella Distante é
baseado no último capítulo da novela anterior de Bolaño, La
Literatura Nazi en América, ampliado
para o personagem principal, Wieder, um torcionário da ditadura que
desaparece com o fim do regime, mas em cujo rasto segue a inevitável
vingança, para que fique bem claro que o homem era um criminoso e
não um artista.
Tras
el estruendo inicial de pronto todos se callaron. Parecía como si
una corriente de alto voltaje hubiera atravesado la casa dejándonos
demudados, dice Muñoz Cano en uno de los pocos momentos de lucidez
de su libro. Nos mirábamos y nos reconocíamos, pero en realidad era
como si no nos reconociéramos, parecíamos diferentes, parecíamos
iguales, odiábamos nuestros rostros, nuestros gestos eran los
propios de los sonámbulos o de los idiotas. Mientras algunos se iban
sin despedirse una extraña sensación de fraternidad quedó flotando
en el piso entre los que optaron por quedarse. Como nota curiosa
Muñoz Cano añade que en aquel momento particularmente delicado el
teléfono comenzó a sonar. Ante la pasividad del dueño de la casa
fue él quien contestó la llamada. Una voz de viejo preguntó por un
tal Lucho Álvarez. ¿Aló?, ¿aló?, ¿está Lucho Álvarez, por
favor? Muñoz Cano, sin contestar, le pasó el fono al dueño de la
casa. ¿Alguien conoce a un Lucho Álvarez?, preguntó éste tras un
intervalo excesivamente largo. El viejo, dedujo Muñoz Cano,
probablemente hablaba de otras cosas, hacía otras preguntas acaso
relacionadas con Lucho Álvarez. Nadie lo conocía. Algunos se
rieron; fueron risas nerviosas que sonaron irrazonablemente altas.
Aquí no vive esa persona, dijo el dueño de la casa después de
escuchar otro rato en silencio y colgó.
En
el cuarto de las fotos ya no había nadie, excepto Wieder y el
capitán, y en el departamento, según Muñoz Cano, no quedaban más
de ocho personas, entre ellas el padre de Wieder que no parecía
particularmente afectado (su actitud era la de estar participando
—acaso involuntariamente— en una fiesta de cadetes que por una
razón que se le escapaba o que no le incumbía se había malogrado).
El dueño de la casa, al que conocía desde que era un adolescente,
procuraba no mirarlo. Los demás supervivientes de la fiesta hablaban
o cuchicheaban entre sí pero callaban cuando se acercaba. Silencio
incómodo que el padre de Wieder intentó soslayar ofreciendo tragos,
bebidas calientes y sandwiches que preparaba en la cocina, solo y
sereno. No se preocupe, don José, dijo uno de los oficiales mirando
el suelo. No estoy preocupado, Javierito, dijo el padre de Wieder.
Esto en la carrera de Carlos, dijo otro, no es más que un bache sin
importancia. El padre de Wieder lo miró como si no comprendiera de
qué hablaba. Era benévolo con nosotros, recuerda Muñoz Cano,
estaba en el borde del abismo y no lo sabía o no le importaba o lo
disimulaba con una rara perfección.
Li anteriormente:
Putas Asesinas (2001)