Julius Evola
Imperialismo Pagano (1928)
Entre os ensaios de juventude de Julius
Evola, Imperialismo Pagão será, talvez, a obra de maior
impacto. Editado quando o autor tinha 30 anos, é um duro manifesto
anti-cristão, onde atribui à exógena religião oriental e à sua
escala de valores a queda de Roma e, por arrasto, da Europa
nórdico-germana, eclipsando os valores da Tradição. Mais ainda, é
nessa Europa tornada cristã, com os seus princípios igualitários
próprios de uma religião de deserdados e de escravos, que Evola vê
as sementes do socialismo, da democracia, do colectivismo, do
humanismo e do materialismo, a rejeição da hierarquia e da
aristocracia que levaram ao ocaso do Ocidente.
Para um novo renascimento, Evola diz
ser necessário fazer tábua rasa dos últimos 15 séculos — abre
uma pequena excepção para o episódio medieval do Sacro Império
Romano Germânico — e recuperar a ideia de um Imperium, como
síntese de espiritualidade e realeza, na superação dos
nacionalismos, um império sem imperialismo, muito diferente do
significado actual da palavra.
O Imperialismo Pagão não se
limita apenas a esse tema e oferece um amplo e interessante conjunto
de reflexões sobre o seu tempo.
El hombre vivía en
conexión orgánica y esencial con las fuerzas del mundo y del
supramundo, de modo tal de poder decir, con la expresión hermética,
que era "un todo en el todo, compuesto de todas las potencias":
no otro es el sentido que trasunta de la doctrina ario-aristocrática
del átmá. Y esta concepción fue la base sobre la cual se
desarrolló, como un todo en su manera perfecta, el corpus de
las ciencias sagradas tradicionales.
El cristianismo infringió
esta síntesis, creó un abismo trágico. Y así, por un lado el
espíritu se convirtió en el "más allá", lo irreal, lo
subjetivo; de allí la raíz primera del abstractismo europeo; por
otro, la naturaleza se convirtió en materia, exterioridad encerrada
en sí misma, fenómeno enigmático. De allí la actitud que tenía
que dar lugar a la ciencia profana. Y como al saber interior,
directo, integral dado a la Sabiduría se le sustituyó el saber
exterior, intelectual, discursivo-científico, profano,
simultáneamente a la conexión orgánica y esencial del hombre con
las fuerzas profundas de la naturaleza que constituía la base del
rito tradicional, del poder del sacrificio y de la misma magia, se le
sustituyó una relación extrínseca, indirecta, violenta: la
relación propia de la técnica y de la máquina. He aquí pues en
cuál manera la revolución judeo-cristiana contiene el germen de la
misma mecanización de la vida.
En la máquina hallamos
reflejado el aspecto impersonalista e igualitario de la ciencia que
la produce. Así como con el oro es la dependencia reducida a no ser
más persona, mecanizada; así como la cultura moderna tiene por
ideal un saber universalista, bueno para todos, inorgánico y
transmisible como una cosa, del mismo modo con el mundo de la máquina
nos encontramos ante una potencia también impersonal, inorgánica,
basada en automatismos que producen los mismos efectos con absoluta
indiferencia en relación a quien actúa. Toda la inmoralidad de una
tal potencia, que pertenece a todos y no es de nadie, que no es
valor, que no es justicia, que por la violencia puede hacer más
poderoso a alguien sin que antes lo convierta en superior, resulta
claramente visible. Sin embargo, como también resulta que ello es
posible sólo porque no se encuentra ni siquiera una sombra de un
acto verdadero y propio en tal esfera, ningún efecto en el mundo de
la técnica y de la máquina es directamente dependiente del Yo como
de su causa, sino que entre el uno y el otro existe, como condición
de la eficacia, un sistema de determinismos y de leyes que se conocen
pero que no se comprenden, y que, con un puro acto de fe, se reputan
constantes y uniformes. Por todo aquello que el individuo es y por
una potencia individual directa, la técnica científica no dice
nada, por el contrario: en medio de su saber acerca de fenómenos y
de las innumerables diabólicas máquinas propias, el individuo hoy
es más miserable e impotente como no lo fuera nunca antes, siempre
más condicionado en vez que condicionador, siempre más inserto en
una vida en la cual la necesidad de querer queda reducida al mínimo,
el sentido de sí, el fuego irreductible de la entidad individual se
va gradualmente apagando en un cansancio, en un abandono, en una
degeneración.
[...]
Este sentido "humano"
de la vida, tan típico en el Occidente moderno, confirma su aspecto
plebeyo e inferior. De aquello de lo cual había unos que se
avergonzaban —el "hombre"—, los otros en cambio se
vanagloriaron. El mundo antiguo elevó al individuo hacia Dios, trató
de disolverlo de la pasión para adecuarlo a la trascendencia, al
aire libre de las alturas, sea en la contemplación como en la
acción; conoció tradiciones de héroes no humanos y de hombres de
sangre divina. El mundo judeo-cristiano no sólo privó a la
"criatura" de lo divino, sino que terminó rebajando a Dios
mismo a una figura humana. Volviendo a dar vida al demonismo de un
substrato pelásgico, sustituyó las puras regiones olímpicas,
vertiginosas en su radiante perfección, con las perspectivas
terrificantes de sus apocalipsis, de las gehenas, de la
predestinación, de la perdición. Dios no fue más el Dios
aristocrático de los Romanos, el Dios de los patricios al que se
reza de pié, ante el esplendor del fuego, con la frente alta y que
se lleva a la cabeza de la legiones victoriosas; no fue más
Donnar-Thor, el aniquilador de Thym y de Hymir, el "más fuerte
entre los fuertes", el "irresistible", el señor del
"asilo contra el terror", cuya arma temible, el martillo
Mjólmir, es una representación correspondiente al vajra
del Çiva, de la misma fuerza fulmínea que consagraba a los
reyes divinos de los Arianos; no fue más Odín-Wotan, aquel que
lleva a la victoria, el Águila, el huésped de los héroes que en la
muerte sobre el campo de batalla celebran el más alto culto del
sacrificio y se transforman en la falange de los inmortales, sino que
se convirtió, para decirlo con León Rougier, en el patrono de los
miserables y de los desesperados, el holocausto, el consolador de los
afligidos que se implora con las lágrimas del éxtasis ante los pies
del crucificado y en capitulación del propio ser. Así pues el
espíritu fue materializado, el ánimo ablandado. No se conoció más
sino lo que es pasión, sentimiento, esfuerzo. Ya no estuvo más el
sentimiento supramundano por la espiritualidad olímpica, sino
también fueron perdidas de a poco la dignidad viril nórdico-romana
y, en un empobrecimiento general, un retorcido mundo de tragedia, de
sufrimiento y de gravedad fue penetrando: el mundo "humano"
en vez del épico y dórico.
[...]
Por lo que se refiere a la
segunda potencia, Inglaterra, la misma debe ser considerada en su
estrecha relación con Norteamérica, para poder valorar plenamente
el antieuropeísmo de una cultura practicista, mercantil,
democrático-capitalista, esencialmente laica y protestante, llegada
justamente en Norteamérica a su conclusión última: al mamonismo,
a la desmedida estandarización, a la tiranía de los trusts y
del oro, a la humillante religión de la "socialidad" y del
trabajo, a la destrucción de cualquier interés metafísico y a la
glorificación del "ideal del animal". Así pues, desde
este punto de vista, Inglaterra, cuyo imperio mundial se encamina a
su ocaso, constituye un peligro menor respecto de Norteamérica, que
objetivamente puede considerarse como la correspondencia occidental
del mismo peligro que, en el límite oriental, representa para
nosotros la Rusia de los Soviets. La diferencia entre las dos
culturas no consiste sino en esto: aquellos temas que los Soviets
tratan de realizar con una tensión trágica y cruel y a través de
una dictadura y un sistema de terror, en Norteamérica, en cambio,
prosperan con una apariencia de democracia y de libertad, en tanto
que se presentan como el resultado espontáneo, necesariamente
alcanzado a través del interés por la producción material e
industrial, del desapego respecto de todo punto de referencia
tradicional y aristocrático, a través de la quimera de una
conquista técnico-material del mundo.
Li anteriormente:
Revolta Contra o Mundo Moderno (1934)