Jean Raspail
El Desembarco (1973)
El desembarco, é a versão em
espanhol de Le Camp des Saints, o célebre e premonitório
romance de Jean Raspail, publicado em 1973. A narração começa numa
segunda-feira de Páscoa, quando uma frota decrépita de uma
centena de navios, vinda do Ganges, desembarca um milhão de
maltrapilhos na costa sul de França, decididos a invadir aquilo que
consideram o paraíso. Isto enquanto, pelo Terceiro Mundo, outras
frotas semelhantes se preparam para seguir o seu exemplo. Depois
volta umas semanas atrás e faz a cronologia dos acontecimentos que
desembocaram naquele autêntico Dia de Juízo Final, os preconceitos
políticos e ideológicos da liderança de uma sociedade francesa (e
ocidental, de um modo geral) decadente e suicida, que decide enfiar a
cabeça na areia e fechar os olhos à realidade. Uma sucessão de
cenas plenas de comportamentos ridículos, obtusos, do que hoje se
chama "sinalização de virtude", movidos pela
desonestidade, pela indiferença, ou até pela plena consciência das
consequências, concluídas com a frase "Talvez esta seja outra
explicação" (para a catástrofe). No final, o livro acompanha
o último punhado de resistentes, que, com enorme ironia, encenam uma
farsa que os levará ao desfecho inevitável, num mundo onde já não
têm lugar.
O que mais impressiona, na actualidade
do tema, é o facto deste romance ter sido publicado faz agora 50
anos; descontando o ocasional anacronismo, o discurso e a ideia geral
adaptam-se como uma luva ao tempo presente.
Decir que la noticia de la partida de la flota, cuando fue conocida y publicada, inquietó seriamente al mundo occidental, sería, de entrada, contrario a la verdad. Por eso tanta gente, acto seguido, untó, con complacencia y talento, sus rebanadas con la nata segregada de su cerebro. Las «vacas lecheras» del pensamiento occidental contemporáneo se prestaron meneando el rabo al ordeño cotidiano; tanto más alegremente cuanto que nada demostraba, por el momento, que se estuviese en presencia de un problema grave. Si se quiere comprender algo de la opinión occidental, cara a la flota inmigrante o cara a cualquier otra cosa de una naturaleza extraña, hay que empaparse de una noción esencial, a saber, que todo le importa un pito. Resulta curioso comprobarlo, pero su inmensa ignorancia, la apatía de sus reacciones, la vanidad crasa y el mal gusto de sus impulsos cada vez más escasos, no hacen sino aumentar al ritmo de la información que recibe. ¡Oh! ¡Desde luego! Se ofrece estados de ánimo yendo al cine y se conmueve con la novela de la tele, espontáneamente o merced a la obra de profesionales. El espectáculo del mundo, servido a domicilio por la prostituta llamada Mass Media, viene simplemente a animar la nada donde está sumida hace mucho tiempo. Quien cree pensar no hace sino salivar ante el acontecimiento. A nuestra vez, no escupamos sobre esa saliva. Babeada a la hora de las informaciones o de la lectura de los periódicos, demuestra que hay un juego aparente del pensamiento, como la saliva del perro de Pavlov establecía el mecanismo del instinto. La opinión anima su inercia. Se cree en serio que un occidental medio cualquiera, confrontado con los grandes movimientos del mundo, al salir de la fábrica o de la oficina, no consigue otra cosa que una interrupción provisional del aburrimiento monumental donde se mueve. El Pacto mismo, el Santo Pacto, salvavidas de nuestras sociedades modernas, no es más que una diversión. La Luna, Biafra, un terremoto mortífero, una campaña anticontaminación, una Guerra de Seis Días, una Bahía de los Cochinos, una muerte de Mao no son, de hecho, sino Navidades en las que la nada del pensamiento se adorna de pronto con guirnaldas y toca la flauta. He aquí que no nos aburrimos ya, algo es algo y ya es mucho, ¡con tal de que dure! No es domingo todos los días. Hambre en Pakistán o guerra en Israel. Entre paréntesis, demos las gracias a los israelíes, grandes bufones del mundo occidental. Cuando están en el escenario, ya no nos aburrimos. La gente puede dormir tranquila: al despertar, el día siguiente, el café echará humo con un sabor nuevo al son de los cañones de Israel. Pero ¿sentirse aludido? ¡Jamás! ¿Para qué?
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