Friedrich Nietzsche
La Genealogía de la Moral (1887)
Se Para Além
do Bem e do Mal era
um complemento a Assim
Falou Zaratustra, A
Genealogia da Moral, com
o subtítulo Uma Polémica,
é uma tentativa de complementar e clarificar Para Além do
Bem e do Mal. Mas, ao contrário
do habitual, Nietzsche prescinde da escrita sob a forma de aforismos,
e entrega aquele que é considerado o livro mais “sistemático”,
composto por um prólogo e três tratados. O
prólogo levanta a questão da origem da moral e os três tratados
debruçam-se sobre os
conceitos do “bom” e do
“mau”, da “culpa” e
“má consciência” e, por fim, os
“ideais ascéticos”.
Aqui
se reencontram variações
sobre as preocupações habituais em
Nietzsche, e é caricato constatar como uma certa esquerda tentou
apoderar-se do seu pensamento – ou por má-fé ou por estupidez –
pois o conceito de
“vontade de poder” subjacente é de uma natureza aristocrática e
hierárquica, um exercício de domínio sem quaisquer contemplações
ou sentimentalismos,
cuja conclusão lógica poderia
até apontar
à psicopatia (“sob toda a oligarquia jaz, sempre escondida, a
concupiscência tirânica”, afirma, sem uma sombra de censura
implícita). Nietzsche nunca tem uma palavra de empatia
pelos fracos, pelos desfavorecidos ou pelos
oprimidos que
essa esquerda acredita defender, pois
o seu destino é submeter-se
à “vontade de poder”. O
super-homem de Nietzsche nunca foi o
ser transumano, agora em voga, mas o Homem
que se supera, sozinho com a sua capacidade
e a sua força – e este foi
o erro, porque ele
não está à altura da tarefa.
Dos
três tratados, o mais interessante é o último, pela dificuldade
que Nietzsche manifesta em entender o “autodesprezo do homem” que
escolhe a ascese, um “espírito que desata a sua fúria contra si
próprio de um modo sacrílego e inútil”. Mais ainda, no
ponto 11 o autor considera que é difícil ao sacerdote ascético ser
o melhor defensor do seu ideal, e por isso vai “ajudá-lo a
defender-se” com a
sua própria argumentação. Os excertos abaixo pertencem a este
tratado.
Todo
animal, y por tanto también la bête philosophe [el animal
filósofo], tiende instintivamente a conseguir un optimum de
las condiciones más favorables en que poder desahogar del todo su
fuerza, y alcanza su maximum en el sentimiento de poder; todo
animal, de manera asimismo instintiva, y con una finura de olfato que
«está por encima de toda razón», siente horror frente a toda
especie de perturbaciones y de impedimentos que se le interpongan o
puedan interponérsele en este camino hacia el optimum (– de
lo que hablo no es de su camino hacia la «felicidad», sino
de su camino hacia el poder, hacia la acción, hacia el más poderoso
hacer, y, de hecho, en la mayoría de los casos, su camino hacia la
infelicidad). Y así el filósofo siente horror del matrimonio y de
todo aquello que pudiera persuadirle a contraerlo, – el matrimonio
como obstáculo y fatalidad en su camino hacia el optimum.
¿Qué gran filósofo ha estado casado hasta ahora? Heráclito,
Platón, Descartes, Spinoza, Leibniz, Kant, Schopenhauer – no lo
estuvieron; más aún, ni siquiera podemos imaginarlos
casados. Un filósofo casado es un personaje de comedia, ésta
es mi tesis: y por lo que se refiere a aquella excepción, Sócrates,
parece que el malicioso Sócrates se casó ironice [por
ironía], justamente para demostrar esta tesis. Todo filósofo diría
lo mismo que dijo Buda en una ocasión, cuando le anunciaron el
nacimiento de un hijo.. «Me ha nacido Râhula, una cadena ha sido
forjada para mí» (Râhula significa aquí «un pequeño demonio»);
a todo «espíritu libre» tendría que llegarle una hora de
reflexión, suponiendo que haya tenido antes una hora vacía de
pensamientos, como le llegó en otro tiempo al mismo Buda –«estrecha
y oprimida, pensaba para sí, es la vida en la casa, un lugar de
impureza; la libertad está en abandonar la casa»: «tan pronto como
pensó esto abandonó la casa».
[...]
No
existe, juzgando con rigor, una ciencia «libre de supuestos», el
pensamiento de tal ciencia es impensable, es paralógico: siempre
tiene que haber allí una filosofía, una «fe», para que de ésta
extraiga la ciencia una dirección, un sentido, un límite, un
método, un derecho a existir. (Quien lo entiende al revés,
quien, por ejemplo, se dispone a asentar la filosofía «sobre una
base rigurosamente científica», necesita primero, para ello, poner
cabeza abajo no sólo la filosofía, sino también la misma
verdad: ¡la peor ofensa al decoro que puede cometerse con dos damas
tan respetables!) Sí, no hay duda –y aquí dejo hablar a mi Gaya
ciencia, véase el libro quinto –«el hombre veraz, en aquel
temerario y último sentido que la fe en la ciencia presupone, afirma
con ello otro mundo distinto del de la vida, de la naturaleza y
de la historia; y en la medida en que afirma ese 'otro mundo',
¿cómo?, ¿no tiene que negar, precisamente por ello, su opuesto,
este mundo, nuestro mundo?... Nuestra fe en la ciencia reposa
siempre sobre una fe metafísica –también nosotros los
actuales hombres del conocimiento, nosotros los ateos y
antimetafísicos, también nosotros extraemos nuestro fuego de
aquella hoguera encendida por una fe milenaria, por aquella fe
cristiana que fue también la fe de Platón, la creencia de que Dios
es la verdad, de que la verdad es divina... ¿Pero cómo es
esto posible, si precisamente tal cosa se vuelve cada vez más
increíble, si ya no hay nada que se revele como divino, salvo el
error, la ceguera, la mentira, – si Dios mismo se revela como
nuestra más larga mentira?»
[...]
¡Todo
mi respeto para el ideal ascético, en la medida en que sea
honesto!, ¡mientras crea en sí mismo y no nos dé el chasco!
Pero no soporto a todas esas chinches coquetas, cuya ambición es
insaciable en punto a oler a infinito, hasta que por fin lo infinito
acaba por oler a chinches; no soporto los sepulcros blanqueados que
parodian la vida; no soporto a los fatigados y acabados que se
envuelven en sabiduría y miran «objetivamente»; no soporto a los
agitadores ataviados de héroes, que colocan el manto de
invisibilidad del ideal en torno a ese manojo de paja que es su
cabeza; no soporto a los artistas ambiciosos, que quisieran
representar e] papel de ascetas y de sacerdotes y que no son en el
fondo más que trágicos bufones; tampoco soporto a ésos, a los
recentísimos especuladores en idealismo, a los antisemitas, que hoy
entornan sus ojos ala manera del hombre de bien cristiano-ario y que
intentan excitar todos los elementos de animal cornudo propios del
pueblo mediante un abuso, que acaba con toda paciencia, del medio más
barato de agitación, la afectación moral (– el hecho de que en la
Alemania actual no deje de obtener éxito toda especie de
espíritus fraudulentos es algo que guarda relación con el deterioro
poco a poco innegable y ya palpable del espíritu alemán, cuya causa
yo la busco en una alimentación compuesta, con demasiada
exclusividad, de periódicos, política, cervezas y música de
Wagner, a lo que hay que añadir lo que constituye el presupuesto de
esa dieta: primero, la clausura y la vanidad nacionales, el fuerte,
pero angosto principio de Deurschland, Deutschland über Alles
[Alemania, Alemania sobre todo], y después la paralysis
agitans de las «ideas modernas»). Hoy Europa es rica
e ingeniosa, sobre todo en punto a inventar estimulantes; parece que
ninguna otra cosa necesita más que los «estimulantes», que el
aguardiente: de aquí viene también la gigantesca falsificación en
ideales, esos máximos aguardientes del espíritu, y asimismo el aire
repugnante, maloliente, falaz y seudoalcohólico que se extiende por
todas partes.
Li anteriormente:
Más allá del
Bien y del Mal (1886)
O Anticristo
(1888)
Assim Falou
Zaratustra (1883)