Eduardo Mendoza
El Enredo de la Bolsa y la Vida
(2012)
Onze anos depois da
última aventura, reencontramos o detective anónimo numa esgrouviada
história de terrorismo internacional que tem por fundo Barcelona —
agora uma cidade assolada pela crise, onde as lojas chinesas
proliferam. O protagonista continua com o seu cada vez mais decrépito
salão de cabeleireiro, e assiste-se a uma renovação das
personagens secundárias (à excepção da sua irmã Cándida) onde
se destacam a subinspectora Victoria Arrozales, cujos tiques fazem
lembrar o antigo comissário Flores, e Quesito, uma miúda de onze
anos que o vai ajudar nas investigações e motivar algumas
surpresas.
No centro de um
projectado atentado, que o protagonista vai deslindar, tentando
simultaneamente não delatar o presumível envolvimento de um velho
amigo, Rómulo el Guapo, está — imagine-se!
— Angela Merkel, que vem à cidade para
participar num encontro de economistas e empresários. Quando o
caminho dela se cruza com o nosso herói, Merkel confunde-o com
Manolito, um amor de verão de há muitos anos em Lloret del Mar,
acabando por se despedir com a seguinte tirada: «Já não somos
jovens, Manolito. Estou casada, sou chanceler da República Federal e
hei-de solucionar a crise do euro»... Já em 2012 Eduardo Mendoza
tinha percebido que Angela Merkel era um cromo ao nível de Pollo
Morgan, de Juli, ou da Moski, entre os que compõem a galeria de
personagens desta história satírica, cujo final aberto dava a
entender que se publicaria um novo livro na série...
Me
levanté con grandes dificultades, primero porque se me habían
entumecido músculos y articulaciones y segundo porque la resina que
rezumaba el maldito pino había pegado con fuerza la ropa al tronco y
yo no estaba dispuesto a regalarle mi único traje a un árbol.
Conseguí despegarme a delicados tirones, pero la parte trasera del
traje se quedó de lo más adhesiva, de resultas de lo cual llegué
al hotel arrastrando una cola de papeles, hojas secas, mariposas y
otros artículos volátiles. Aun así, atravesé la verja sin ser
detenido ni especialmente observado, rodeé el edificio por el lado
contrario a la piscina y me refugié en una espesa pineda, procurando
evitar el contacto con los perversos congéneres del que me había
fastidiado el ajuar.
Era un
lugar umbrío, reseco y solitario. No entendí cuál podía ser la
utilidad de aquel paraje, salvo que el peligro de un incendio
forestal constituyera uno de los alicientes del hotel. A la espera de
esta eventualidad, la pineda no ofrecía otro pasatiempo que la
contemplación de muchas y muy grandes telarañas, ni otra ventaja
que su aislamiento.
Esperé
un rato. Llegaban voces de niños procedentes de la piscina y de
adultos procedentes del comedor y el bar al aire libre. También me
llegaba un hipnótico olor a carne a la brasa. Era admirable ver cómo
aquellos potentados, tan duramente golpeados por la crisis financiera
como acababa de saber leyendo un trozo de periódico, seguían
manteniendo la apariencia de derroche y jolgorio con el único fin de
no sembrar el desaliento en los mercados bursátiles. Apartando
ramas, tallos, vástagos y bejucos, obtuve una visión oblicua y
parcial pero amparada de un sector de la piscina. Mujeres juncales y
bronceadas se asolaban o deambulaban con elegante insolencia en
ceñidos bañadores y grandes gafas de sol. Todas hablaban
animadamente a sus respectivos móviles. Observándolas sin ser visto
y recreándome en la parte de su anatomía que más me interesaba (el
peinado), perdí la noción del tiempo, la percepción del lugar y la
conciencia de hallarme en una situación incierta, por no decir
peligrosa, y de resultas de lo cual no me percaté de la presencia de
un hombre a mis espaldas hasta que su voz dijo:
—¡Arriba
las manos!
Li anteriormente:
La
Aventura del Tocador de Señoras (2001)
El
Laberinto de las Aceitunas (1982)
El
Misterio de la Cripta Embrujada (1979)