Adolfo Bioy Casares
El Sueño de los Héroes (1954)
Depois de La Invención de Morel,
esta é a minha segunda incursão na obra de Bioy Casares.
Trata-se da história de Emilio Gauna,
que ganha uma boa maquia nas corridas de cavalos, e decide esbanjar o
dinheiro numa farra de três dias de Carnaval. Acompanham-no o seu
grupo de jovens amigos, tutelado pelo doutor Valerga, um homem de
idade com grande influência sobre eles e, a contragosto, o barbeiro
que havia dado a dica para a aposta. Turvado pela embriaguez, na
madrugada da terceira noite, Gauna perde o conhecimento e a memória,
até despertar no meio de um bosque, levado depois para uma casa de
embarcadouro, na margem de um lago, onde é cuidado até recuperar a
sobriedade.
Gauna conhece depois Clara, filha do
bruxo Taboada, com quem vai desenvolver um lento processo de
aproximação que o levará ao casamento. Mas os factos ocorridos na
já distante terceira noite de Carnaval tornam-se uma crescente
obsessão, uma nostalgia difusa que Gauna quer recuperar. Até que
num outro Carnaval, três anos volvidos —
e
a lentidão da narração, até chegar a este ponto, torna-se por
vezes exasperante
—, Gauna
volta a ganhar bom dinheiro, em corridas de cavalos, devido à dica
de outro barbeiro. Interpretando isto como um sinal do destino,
decide escapar
a Clara e reunir
novamente o velho
grupo
de
amigos
para uma segunda farra de três dias, regressando
aos mesmos locais e fazendo o mesmo percurso, na
esperança de invocar
magicamente o tempo passado e reaver
as suas memórias...
El
último en entrar fue Gauna. Serafín Taboada le ofreció una mano
muy limpia y muy seca. Era un hombre delgado, bajo, de profusa
cabellera, de frente alta, huesuda, de ojos hundidos, de prominente
nariz rojiza. En el cuarto había muchos libros, un armonio, una
mesa, dos sillas; sobre la mesa, un incontenible desorden de libros y
de papeles, un cenicero con muchas colillas, una piedra gris que
servía de pisapapel. Dos láminas —las efigies de Spencer y de
Confucio— colgaban de las paredes. Taboada indicó a Gauna que se
sentara; le ofreció un cigarrillo (que no aceptó Gauna) y, después
de encender uno, preguntó:
—
¿En qué puedo servirlo?
Gauna
pensó un momento. Después respondió:
—
En nada. Vine por acompañar a los muchachos.
Taboada
arrojó el cigarrillo que había prendido y encendió otro.
—
Lo siento —dijo, como si fuera a levantarse y poner fin a la
entrevista; siguió sentado y, enigmáticamente, continuó—: Lo
siento, porque tenía qué decirle algo. Será otra vez.
—
Quién sabe.
—
No hay que desesperar. El futuro es un mundo en el que hay de todo.
—
¿Como en la tienda de la esquina? —comentó Gauna—. Es lo que
reza en la propaganda, pero, créame, cuando usted pide algo, le
contestan que ya no hay más.
Gauna
pensó que Taboada era tal vez más hablador que astuto o
inteligente. Taboada continuó:
—
En el futuro corre, como un río, nuestro destino, según lo
dibujamos aquí abajo. En el futuro está todo, porque todo es
posible. Allí usted murió la semana pasada y allí está viviendo
para siempre. Allí usted se ha convertido en un hombre razonable y
también se ha convertido en Valerga.
—
No permito que se mofe del doctor.
—
No me mofo —contestó brevemente Taboada—, pero quisiera
preguntarle algo, si no lo toma a mal: ¿doctor en qué?
—
Usted lo sabrá —replicó en el acto Gauna— ya que es brujo.
Taboada
sonrió.
—
Está bien, muchacho —dijo; luego prosiguió explicando—: si en
el futuro no encontramos lo que buscamos, será porque no sabemos
buscar. Siempre podemos esperar cualquier cosa.
—
Yo no espero mucho —declaró Gauna—. No creo, tampoco, en
brujerías.
—
Tal vez tenga razón —repuso con tristeza Taboada—. Pero habría
que saber lo que usted llama brujería. Le pongo por caso la
transmisión del pensamiento. No hay gran mérito, le aseguro, en
averiguar lo que piensa un joven enojado y asustadizo.
Li anteriormente:
La
Invención de Morel (1940)
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