Michel Houellebecq
Sumisión (2015)
Confesso que nunca tinha ouvido falar
de Michel Houellebecq antes da publicação de Submissão, e
da polémica que levantou. Pensei, erradamente, que se tratava de uma
obra de estreia; afinal Houellebecq já publicava há mais de vinte
anos e contava um punhado de prémios literários.
A novela decorre em 2022, no contexto
das eleições presidenciais francesas, onde um candidato islâmico
“moderado”, líder da Irmandade Muçulmana, apoiado por uma
“frente republicana” que inclui socialistas, sociais-democratas e
liberais, derrota tangencialmente a candidata da Frente Nacional. No
centro da narrativa está François, um professor universitário de
literatura (e fala-se bastante sobre literatura e filosofia),
despolitizado e desenraizado – com uma preferência especial pela
obra de Joris-Karl Huysmans, sobre o qual fez a sua tese – que vê
o seu pequeno mundo desabar aos pedaços.
Sumisión (Soumission no
original – optei pela tradução em espanhol) é um livro em tom
crepuscular, que antecipa uma França à beira do abismo islâmico,
tentando alinhar algumas pistas que possam responder à pergunta
«como foi possível chegarmos a isto?» E temos, assim, em primeiro
lugar, a nossa própria responsabilidade, quando nos deixamos enredar
nos vários cantos de sereia destinados a levar a nossa sociedade ao
suicídio; depois, a cegueira (para não dizer mais) dos actuais
dirigentes políticos, extrapolados para este futuro próximo; o
falhanço da democracia, no cada vez maior afastamento entre as
opções da classe política e o sentir da sua base de apoio; a
manipulação e o boicote noticioso
das grandes cadeias de informação levados às últimas
consequências (já em marcha actualmente: é raro o noticiário onde
não se veja um barco de “refugiados”, mas nada se conta sobre as
violações, assassínios e outra criminalidade violenta praticada
diariamente por esses “migrantes” em território europeu). Por
fim, a submissão pacífica à sharia, tanto por parte da
esquerda, paralisada nas suas próprias contradições, como pela
direita conservadora e pragmática que, no fundo, não se sente
demasiado afectada com as novas leis...
—Es curioso —dijo
finalmente Lempereur—, cómo nos mantenemos apegados a los autores
a los que nos dedicamos al principio de nuestra vida. Podría parecer
que al cabo de uno o dos siglos, las pasiones se extinguen y como
universitarios accedemos a una especie de objetividad literaria,
etcétera. Pues para nada. Huysmans, Zola, Barbey, Bloy, todas esas
personas se conocieron, tuvieron relaciones de amistad o de odio, se
aliaron, se enfadaron, la historia de sus relaciones es la de la
literatura francesa; y nosotros, a más de un siglo de distancia,
reproducimos esas mismas relaciones, mantenemos nuestra fidelidad al
que fue nuestro campeón, seguimos dispuestos a amarnos, enfadarnos y
pelear por él a golpe de artículo.
—Lleva razón, pero eso
es bueno y prueba por lo menos que la literatura es un asunto serio.
—Nadie se enfadó nunca
con el pobre Nerval... — intervino Alice, pero Lempereur ni
siquiera la oyó, creo, seguía mirándome con intensidad,
ensimismado en su discurso.
—Usted siempre ha sido
una persona muy seria —prosiguió—, he leído todos sus artículos
en el Journal. No es ése mi caso. Estaba fascinado por Bloy
cuando tenía veinte años, fascinado por su intransigencia, su
violencia, su virtuosismo en el desprecio y en el insulto; pero era
también, y mucho, un fenómeno de moda. Bloy era el arma absoluta
contra el siglo XX con su mediocridad, su idiotez militante, su
humanitarismo repelente; contra Sartre, contra Camus, contra todos
los payasos del compromiso; también contra todos los formalistas
nauseabundos, el nouveau roman y todas esas absurdidades sin
consecuencia. Bueno, ahora tengo veinticinco años y siguen sin
gustarme Sartre, ni Camus, ni nada que se parezca al nouveau
roman; pero el virtuosismo de Bloy se me ha vuelto pesado, y
tengo que reconocer que la dimensión espiritual y sagrada en la que
se regodea ya no me evoca casi nada. Ahora me gusta más releer a
Maupassant o a Flaubert, o incluso a Zola, por lo menos algunas
páginas. Y también, por supuesto, al muy curioso Huysmans...
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