29 de marzo de 2025

La Cruzada del Océano


José Javier Esparza
La Cruzada del Océano (2015)

La Cruzada del Océano é uma revisitação histórica do "Descubrimiento", desde os antecedentes imediatos da viagem de Cristóvão Colombo que, na tentativa de encontrar a rota ocidental para Catai e Cipango, foi levado à descoberta da América, em 1492. As riquezas imaginadas não se concretizaram, salvo em casos pontuais, e o vice-reinato de Colombo, devido por contrato com a coroa, nunca arrancou verdadeiramente. Com base na ilha La Española, os primeiros anos foram marcados pela dificuldade em assegurar a própria sobrevivência, com colheitas desastrosas, doenças, quando não motins e conflitos com os indígenas, que colocavam em causa a própria colonização. Simultaneamente, outros navegadores exploravam intensivamente as costas do novo continente, fora da área de jurisdição de Colombo, o que resultou num rápido reconhecimento do território. Nos anos seguintes, com a exploração da Terra Firme, os espanhóis encontram por fim a riqueza que procuravam, e o livro descreve com suficiente pormenor as campanhas de exploração e conquista de cada um dos novos territórios, da Califórnia à Terra do Fogo e das ilhas do Pacífico às Filipinas, com as suas luzes e sombras, desmontando a "lenda negra" vulgarmente associada ao empreendimento, mas recusando igualmente a "lenda cor-de-rosa" que alguns tentariam contrapor. Há um compreensível destaque para as campanhas de Fernando Cortez e Francisco Pizarro, as primeiras cinco ou seis décadas, até meados do séc. XVI, mas também a referência a eventos posteriores que igualmente contribuíram para esta aventura épica. O livro termina com um balanço final do que significou, para os dois lados do Atlântico, a presença espanhola no continente americano ao longo de mais de três séculos.

En efecto, en la España de la época —como, por otro lado, en la mayor parte de Europa—, el modelo ideal de vida, el objetivo al que un hombre cabal debe aspirar, no es otro que la nobleza, el señorío. Los colonos españoles no fueron a América para fundar prósperas granjas y crear rentables negocios. En la Europa del temprano siglo XVI no se concedía gloria alguna al trabajo económico; solo en la península italiana había empezado a desarrollarse una justificación moral del dinero y aún harán falta muchos años para que el burgués sea un hombre respetable (un proceso, todo sea dicho, que corre paralelo a las necesidades de financiación del Estado). No, los españoles no fueron a las Indias para convertirse en opulentos rancheros; fueron para vencer en buena lid a los indígenas, ganar tierras —y brazos que la trabajen—, recoger oro y, con esos títulos, alcanzar fama y posición. Se ha hablado mucho de la sed de oro de los conquistadores, pero enseguida hay que subrayar que esa codicia no era propiamente económica, sino más bien social. El español del XVI no quiere ser rico. El español del XVI quiere ser señor. El oro solo es el instrumento.
La mentalidad de los conquistadores no era económica: era completamente caballeresca, medieval. Los capitanes son jefes de hueste; sus hombres se ven a sí mismos como caballeros, y ello aunque su condición social sea de lo más humilde. El mundo mental del español medio en este tiempo es el de las novelas de caballerías. La gran colección de libros de caballerías había comenzado a publicarse en España en torno a 1496, cuando aparece el Amadís de Gaula. En un siglo se publicarán por lo menos cuarenta y dos títulos, y consta que todos ellos salieron hacia América en cantidades inmensas. El español que llega a América se siente un caballero andante. Y lo que encuentra allí le parecerá todavía más fascinante que lo que ha leído en los libros: «Si no fuese porque estas historias contenían encantamientos —escribirá más tarde el cronista Pedro de Castañeda, que participará en una de las expediciones de Coronado por Norteamérica—, hay algunas cosas que nuestros españoles han hecho en nuestros días en estas partes, en sus conquistas y encuentros con los indios, que como hechos dignos de admiración sobrepasan no solo a los libros ya mencionados, sino también a lo que se ha escrito sobre los doce Pares de Francia».
[...]
Las Filipinas son 7100 islas. Hasta entonces estaban habitadas por decenas de etnias distintas y enfrentadas a muerte. Hoy los historiadores filipinos reconocen que la llegada española supuso la pacificación del archipiélago. No hubo una mortandad como la americana porque la población filipina, a diferencia de la amerindia, no había vivido en un ecosistema cerrado, luego los virus importados por los europeos no tuvieron los letales efectos que en América. Y tampoco hubo una explotación como la de las Indias, porque los españoles ya habían sacado las consecuencias oportunas de su propia práctica imperial; de hecho, aquí los nativos jamás pagaron tributos a los españoles. Los misioneros se encargaron de mantener pacificados a los indígenas, acabando con las guerras tribales; la evangelización progresó velozmente. En poco tiempo el español se convirtió en lengua franca de los filipinos. Mientras tanto se extendía el uso de la rueda y el arado, y se creaban caminos, puentes, rutas estables de navegación. En 1611 los dominicos fundaron en Manila la primera universidad de Asia: la de Santo Tomás. El archipiélago se convirtió en centro de una vida comercial intensísima: aquí se centralizaba el tráfico con el Sudeste Asiático, que luego partía hacia México en la ruta del Galeón de Manila. Así el Pacífico se convirtió en el «lago español». Esa fue la gran obra de los guipuzcoanos Legazpi y Urdaneta.

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