Eduardo Mendoza
El Año del Diluvio (1992)
El Año del
Diluvio conta uma história de amor impossível entre uma freira,
sor Consuelo e um rico proprietário, don Augusto
Aixelá. A freira, recém-nomeada Madre Superiora num hospital de
província em vias de cerrar portas, pretende reconverter a
instituição num asilo para velhos; quando os pedidos de
financiamento da obra são recusados, decide dirigir-se à quinta de
Augusto Aixelá em busca do donativo. O enredo dá algumas voltas, e
sor Consuelo acabará por obter o financiamento, embora não
do modo que esperava; também não verá a inauguração da obra,
porque, como acontece frequentemente com os religiosos, será
transferida para outro lugar. No final do livro, no final da sua
vida, trinta anos volvidos, o destino voltará a levá-la a Bassora –
a aldeia agora transformada em cidade – onde procura revisitar os
lugares e as memórias do que aconteceu naquele ano de chuvas
torrenciais. Por norma, este tipo de confrontos nunca é confortável:
«os tempos mudam, as ilusões desvanecem-se, as pessoas morrem, só
as montanhas permanecem», resume um dos seus pensamentos.
A
escasos metros del refugio se veían hombres correr encogidos y
ovillarse tras las peñas. Los pájaros habían interrumpido su
festín mañanero y reinaba un silencio tenso y medroso en la
montaña. Recostado contra el quicio de la puerta, el bandido empuñó
el fusil ametrallador y gritó: ¡Dispare! Al mismo tiempo cargó el
peso del cuerpo contra la hoja de la puerta y saltó fuera del
refugio disparando ráfagas. Sor Consuelo se asomó a la ventana y
también disparó; el retroceso del arma estuvo a punto de
arrancársela de las manos; la asió con más fuerza e hizo otros dos
disparos mientras pensaba: ¿Cómo voy a ser monja si hago todo lo
que me dicen los hombres? Fuera volvió a tabletear la metralleta del
bandido. La monja se echó al suelo y oyó una descarga cerrada; una
nube de proyectiles pasó silbando sobre su cabeza y reventó la
pared opuesta a la ventana. Cuando se restableció el silencio abrió
los ojos y levantó la cabeza. A través de la espesa nube de polvo
que invadía el refugio distinguió la silueta tambaleante del
bandolero en el vano de la puerta. Soltó la pistola y acudió a
sujetarlo, pero no pudo impedir que se desplomara. Se arrodilló a su
lado y colocó la cabeza del herido sobre sus rodillas a modo de
almohada. ¿Te han dado?, le preguntó, pero la respuesta era obvia,
porque el bandolero yacía en un charco de sangre y su voz era casi
inaudible. No ha servido de nada nuestra estratagema, siseó. Sor
Consuelo buscaba un trapo con el que taponar las hemorragias. Déjelo,
hermana, dijo el bandolero, y déme la mano: no quiero morir solo. No
te morirás, hombre, dentro de nada traerán la penicilina, dijo
ella; de todos modos, agregó, no estaría de más que hicieras un
acto de contrición.
El
bandido movió la cabeza y respondió: No, hermana, yo no me
arrepiento de nada; a lo sumo, de no haber hecho más daño cuando
tuve ocasión: odio a la sociedad y odio a los hombres; moriría
contento si supiera que después de mi muerte vendrán más
inundaciones y terremotos, incendios y epidemias; deseo que haya
guerras, exterminios y matanzas, que imperen el crimen y la
desolación; los hombres no merecen paz ni misericordia, y Dios
tampoco. Maldito sea el mundo y quien lo creó. Retira ahora mismo
esto que acabas de decir, dijo la monja, es absurdo irse al infierno
por resentimiento. El bandolero clavó los ojos en sor Consuelo, su
mirada era vidriosa, murmuró: Yo no creo en el infierno, ni tampoco
en el cielo; y si existen, me da igual: no quiero saber nada de un
sistema que premia a los hipócritas y condena a los desesperados. El
refugio se había llenado de hombres que encañonaban a la pareja con
sus mosquetones. Bajen las armas, les dijo sor Consuelo, este hombre
está muerto y yo soy inofensiva.
Li anteriormente:
El
Enredo de la Bolsa y la Vida (2012)
La
Aventura del Tocador de Señoras (2001)
El
Laberinto de las Aceitunas (1982)
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