René Guénon
La Crisis del Mundo Moderno (1927)
Segunda obra publicada por René Guénon
no ano de 1927, A Crise do Mundo Moderno tem, pelo menos, uma
tradução em Portugal, pela Editorial Vega. Optei, no entanto por
ler uma tradução espanhola, por Manuel García Viñó, publicada
através das Ediciones Obelisco. Este foi um dos livros mais
marcantes que li nos últimos anos: uma análise crítica da
modernidade e das suas origens, numa obra sucinta, que Julius Evola
deve ter lido com particular atenção. Num ataque impiedoso aos
mitos e vacas sagradas dos tempos contemporâneos, René Guénon
descreve como o Ocidente perdeu o contacto com a tradição e se
deixou permear pelo que designa como “barbárie materialista”,
demonstrando como o humanismo, o iluminismo, a filosofia, o
racionalismo, a ciência (que qualifica de “profana”), o
individualismo e, de um modo geral, todas as capelinhas da
historiografia progressista (a única em vigor), foram pontos de
ruptura que nos afastaram gradualmente de um mundo tradicional e
espiritual para nos transportar a uma época de “democracia” e
massificação que mais não são que a face visível da desordem
reinante.
Dicho
esto, tenemos que insistir aún sobre una consecuencia inmediata de
la idea "democrática", que es la negación de la élite
entendida en su sola acepción legítima; no en vano "democracia"
se opone a "aristocracia", palabra que designa
precisamente, al menos cuando es tomada en sentido etimológico, el
poder de la élite. Esta, de alguna manera por definición, no puede
ser más que un número pequeño, y su poder, su autoridad más bien,
que procede de su superioridad intelectual, no tiene nada en común
con la fuerza numérica sobre la que reposa la "democracia",
cuyo carácter esencial es sacrificar la minoría a la mayoría, e
igualmente y por esto mismo, como decíamos más arriba, la calidad a
la cantidad, luego la élite a la masa. Así, el papel director de
una verdadera élite y su existencia misma, porque ella representa
forzosamente este papel desde el momento en que existe, son
radicalmente incompatibles con la "democracia", que está
íntimamente ligada a la concepción "igualitaria", es
decir, a la negación de toda jerarquía: el fondo mismo de la idea
"democrática" es que un individuo cualquiera vale igual
que otro, porque ellos son iguales numéricamente, aunque no puedan
serlo nunca más que numéricamente. Una élite verdadera, ya lo
hemos dicho, no puede ser más que intelectual; es por esto por lo
que la "democracia" no puede instaurarse más que allí
donde la pura intelectualidad no existe ya, lo que es efectivamente
el caso del mundo moderno. Sin embargo, como la igualdad es imposible
de hecho, y como no se puede suprimir prácticamente toda diferencia
entre los hombres, a despecho de todos los esfuerzos de nivelación,
se llega, a través de un curioso ilogismo, a inventar falsas élites,
por otra parte múltiples, que pretenden sustituir a la única élite
real; y estas falsas élites están basadas sobre la consideración
de superioridad cualquiera, eminentemente relativas y contingentes, y
siempre de orden puramente material. Es fácil apercibirse de esto
advirtiendo que la distinción social que cuenta más, en el presente
estado de cosas, es la que se funda sobre la fortuna, es decir, sobre
una superioridad completamente exterior y de orden exclusivamente
cuantitativo, la única, en suma, que es conciliable con la
"democracia", puesto que procede del mismo punto de vista.
Añadiremos por lo demás que aquellos mismos que se sitúan
actualmente como adversarios de este estado de cosas, pero no
haciendo intervenir tampoco ningún principio de orden superior, son
incapaces de remediar eficazmente un tal desorden, cuando no corren
el riesgo de agravarlo aún más, yendo siempre más lejos en el
mismo sentido; la lucha es solamente entre diversas variedades de
"democracia", que acentúen más o menos la tendencia
"igualitaria", como lo es también, según hemos dicho,
entre diversas variedades del individualismo, lo que, por otra parte,
viene exactamente a ser lo mismo.
[...]
Nos
es preciso recordar aún, aunque ya lo hayamos indicado, que las
ciencias modernas no tienen el carácter de un conocimiento
desinteresado, y que, inclusive para los que creen en su valor
especulativo, éste es apenas una máscara bajo la que se ocultan
preocupaciones puramente prácticas, pero que permite conservar la
ilusión de una falsa intelectualidad. El propio Descartes, al crear
su física, soñaba sobre todo en sacar de ella una mecánica, una
medicina y una moral; y, con la difusión del empirismo anglosajón,
fue otra cosa aún; por lo demás, lo que constituye el prestigio de
la ciencia a los ojos del gran público son casi únicamente los
resultados prácticos que permite conseguir, porque aquí todavía se
trata de cosas que pueden verse y tocarse. Decíamos que el
"pragmatismo" representa la meta de toda la filosofía
moderna y su último grado de decadencia; pero hay también, y desde
hace ya mucho tiempo, fuera de la filosofía, un "pragmatismo"
difuso y no sistematizado, que es al otro lo que el materialismo
práctico es al materialismo teórico y que se confunde con lo que el
vulgo llama el "buen sentido". Este utilitarismo casi
instintivo es por otra parte inseparable de la tendencia
materialista: el "buen sentido" consiste en no sobrepasar
el horizonte terrestre tanto como en no ocuparse de lo que no tiene
interés práctico inmediato; para él, sólo el mundo sensible es
"real" y no hay conocimiento que no venga de los sentidos;
también para él, este conocimiento restringido no vale sino en la
medida en que permite dar satisfacción a necesidades materiales, y a
veces a un cierto sentimentalismo, porque, hay que decirlo
claramente, aun a riesgo de chocar con el "moralismo"
contemporáneo, el sentimiento está en realidad muy cerca de la
materia. En todo esto, no queda ningún lugar para la inteligencia,
sino en la medida en que consienta en servir a la realización de
fines prácticos, a no ser más que un simple instrumento sometido a
las exigencias de la parte inferior y corporal del individuo humano,
o, según una singular expresión de Bergson, "un útil para
hacer útiles"; lo que tiene el "pragmatismo" bajo
todas sus formas es una indiferencia total respecto a la verdad.
Li
anteriormente:
El
Rey del Mundo (1927)
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