Gerd Honsik
Adios, Europa – El plan Kalergi.
Un racismo legal (2005)
O nome do conde Richard
Koudenhove-Kalergi é, ainda hoje, injustamente desconhecido. Foi o
fundador do Movimento Pan-Europa, que influenciou a forma do Tratado
de Maastricht, e é dele a concepção da bandeira azul de 12
estrelas que a União Europeia adoptou, tal como a escolha do “Hino
à Alegria”, da 9.ª Sinfonia de Beethoven, como hino
europeu. É verdade que a UE lhe presta uma pequena homenagem e
atribui, cada dois anos, o Prémio Koudenhove-Kalergi às
personalidades que mais se tenham distinguido no “ideal europeu”
– Helmut Kohl, Herman Van Rompuy, Angela Merkel ou Jean-Claude
Junker estão entre os galardoados. Membro da maçonaria, Kalergi
deixou o seu pensamento espalhado por dezenas de livros e manifestos,
que publicou desde os anos 20 do século passado, entre os quais
relevam Kampf um Paneuropa, ou Praktischer Idealismus.
Promotor de uns Estados Unidos da Europa, os seus escritos defendem a
abolição de estados e de fronteiras, o multiculturalismo, a
mestiçagem forçada da população europeia pelo cruzamento com a
imigração alógena massiva de origem africana e asiática, tendo em
vista a amálgama de uma povoação subhumana sem carácter nem
vontade própria, de menor capacidade intelectual, facilmente
manipulável e governável. A classe dirigente será formada pela
“raça de senhores”, a “raça superior” da aristocracia
judaica, primeiro na Europa e depois no Mundo. Tudo isto está
publicado, vai para 100 anos, e, apesar de Kalergi ter adoptado um
perfil discreto no pós-guerra, este é o roteiro semi-oculto que tem
guiado a engenharia social e o rumo político das “democracias”
europeias, cada vez mais manifesto e sob o patrocínio da ONU. Honsik
considera ainda que este plano de acção pretende favorecer os
interesses imperialistas dos EUA.
É pois sobre os projectos criminosos e
genocidas desta personagem sinistra que se debruça Adios, Europa,
de Gerd Honsik, escritor, poeta e historiador austríaco falecido em
2018, várias vezes preso e perseguido por delito de opinião em
diversos países europeus. Se a grande maioria dos factos descritos
neste livro são já conhecidos por quem se interessa minimamente por
estas temáticas, a verdade é que ainda sobram ainda algumas
surpresas (e alguns tiros ao lado, é forçoso reconhecê-lo); no
entanto, a agregação e organização num todo coerente, enquadrado
pelas citações dos escritos de Kalergi e dos seus discípulos,
revela com grande nitidez de contornos o negro abismo por onde o
continente europeu se despenha, empurrado pelas elites que detêm o
poder.
El
embargo es un genocidio. Es una sanción típica del imperio: según
los artículos de prensa, el embargo pedido por los EEUU y llevado a
cabo por la ONU costó la vida a cerca de dos millones de niños que
murieron por inanición o falta de medicamentos. La cantidad de
víctimas infantiles que fallecieron por el bloqueo realizado a Cuba
se desconoce.
Después de la
Segunda Guerra Mundial y como castigo colectivo, la distribución de
alimentos para la población civil alemana fue bloqueada con alevosía
por los EEUU. Cinco millones de personas murieron después de 1945 a
consecuencia de la inanición provocada por los aliados. Los EEUU
recién se distanciaron del Plan Morgenthau, cuando Stalin se decidió
por dejar vivos a las alemanes del Este que habían sobrevivido a las
expulsiones y las matanzas acordadas con los EEUU. A partir de
entonces, querían hacerse pasar por «liberadores», de manera que
fue impedida cualquier constatación de estadísticas mortales de
mujeres, ancianos y niños.
Hay que agradecerle al historiador canadiense, James Bacque que estas
cifras sí se hicieran públicas. Así también salió a la luz que,
durante tres meses, el General norte-americano Eisenhower había
impedido la llegada de alimentos para presos de guerra alemanes. La
cifra oculta de muertos fue de un millón que fallecieron
miserablemente de inanición bajo el cielo abierto.
La propaganda de los
EEUU generalmente suele responsabilizara los supuestos «dictadores»
(como llaman a los jefes del Estado enemigo) por las víctimas de las
medidas genocidas. Así intentaron encontrar otros culpables para su
genocidio en Dresde, Hiroshima, Kabul y Bagdad. Y así lo harán
hasta que el imperio caiga.
[...]
Como la usura reclama la
multiplicación del dinero, la economía exige un constante
crecimiento. ¿Pero cómo va a crecer la economía de un país, si su
índice de población decrece? La solución, según se dijo, sería
el asentamiento de extranjeros. Hubo dos bandos que se unieron bajo
ese lema: por un lado, los defensores del racismo judío de los
adeptos de Kalergi que pretenden erigir un absolutismo judío sobre
una masa de mestizos fácilmente gobernables. Por otro lado, están
los líderes pragmáticos de la soberanía monetaria que pretenden
reemplazar los empleados europeos que se extinguen, por trabajadores
de países subdesarrollados. Pero los individuos condicionados por
una historia étnica que los destinó a colectar frutas y cuidar
rebaños, no pueden sustituir a aquellos que por el clima despiadado
se forjaron un espíritu emprendedor para luchar por cada fogón o
pelear por las provisiones. Sin una educación que dura varias
generaciones, los que pasan hambre en suelo rico, se sienten
sobrecargados al tener que suplantar a los que crearon riquezas en
suelo pobre. A esto se une el problema que, en cuanto al rendimiento
laboral, la selección de los forasteros que deciden ingresar en otro
país pocas veces es buena. Los exitosos, por lo general, raras veces
tienen la necesidad de abandonar su patria.
[...]
La política tuvo que
reconocer el hecho de que la cantidad de extranjeros que trabajan en
Alemania no ha aumentado en los últimos diez años, aunque durante
ese período, cinco millones más ingresaron al país. ¿Qué pasó?
Evidentemente, los recién llegados no se integraron en el mercado
laboral sino directamente en el sistema social alemán. La
inmigración que oficialmente nos debería beneficiar, se convirtió
en una ola de extranjeros que lejos de asegurar las pensiones, las
gastan. No refuerzan «la zona económica» de Alemania sino que la
debilitan. Se aprovechan de las prestaciones sociales que no existen
en su patria y no tienen intención de trabajar o ganar dinero a
cambio de esfuerzos.
El precio de esta
equivocada política de inmigración: 100 mil millones de euros por
año. Sería suficiente dinero para: a) triplicar los fondos de las
familias e impedir la desaparición del pueblo alemán; b)
multiplicar por cinco los recursos para la investigación; c)
asegurar las jubilaciones para siempre; d) duplicar los importes para
las fuerzas armadas y, en unión con los demás, oponerse a la paga
del dinero de protección que exige el imperio americano.
La economía alemana fue
tan fuerte en el pasado que, ni los tributos a los Estados Unidos, ni
las indemnizaciones a Israel o las contribuciones a la UE pudieran
con ella, pero la inclusión de inmigrantes en el sistema social sí
la está destruyendo.
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