Las Fuerzas
Extrañas (1906)
A obra de
Leopoldo Lugones estende-se à poesia, ao ensaio, aos estudos
académicos e também à narrativa breve, onde foi um brilhante
percursor dessa tradição argentina à qual se dedicou durante mais
de quarenta anos. Esta faceta está reunida, de forma não exaustiva,
em quatro livros publicados entre 1905 e 1924.
Las
Fuerzas Extrañas é
um desses livros, composto por doze contos seguido de uma cosmogonia
esotérica, escritos entre 1897 e 1906; três ou quatro contos
seguem uma linha de proto-FC com afinidades a H.G. Wells e os
restantes debruçam-se sobre questões parapsicológicas ou
metafísicas, ou remetem para o campo mitológico ou
lendário, alguns deles em aproximação ao universo de Edgar Allan
Poe. Cada um destes doze contos, segundo o prefácio, explora temas
caros à teosofia. O texto final tem características diferentes: é
a transcrição de um relato, em dez lições, a
que se somam um prólogo e um epílogo
dados pelo ouvinte desse relato,
destinado a fornecer o enquadramento teórico geral para os textos
que o precedem.
Las Fuerzas
Extrañas vinha referenciado como um pioneiro da
ficção-científica argentina. Mas não será bem assim – no
cômputo geral insere-se melhor na literatura fantástica de tradição
romântica. De grande utilidade é o “estudo preliminar”, à laia
de prefácio, de Pedro Luis Barcia, que analisa detalhadamente cada
um dos textos e fornece o adequado contexto.
Apenas
dos o tres especies de aves cuyas alas no tenían plumas, sino
escamas como las de las mariposas, y cuyo tornasol preludiaba el oro
inexistente, remontaban su vuelo por la atmósfera fosfórica.
Era
ella tan elevada, y el vuelo tan vasto, que las llevaba cerca de la
luna. El arrebato magnético del astro solía embriagarlas; y como
éste poseía entonces una atmósfera en contacto con la terrestre,
afrontábanla en ímpetu temerario yendo a caer exánimes sobre sus
campos de hielo.
Una
vegetación de hongos y de líquenes gigantes arraigaba en las aún
mal seguras tierras; y no lejanos todavía del animal, en la
primitiva confusión de los orígenes, algunos sabían trasladarse
por medio de tentáculos; tenían otros, a guisa de espinas, picos de
ave, que estaban abriéndose y cerrándose; otros fosforecían a
cualquier roce; otros frutaban verdaderas arañas que se iban
caminando y producían huevos de los cuales brotaba otra vez el
vegetal progenitor. Eran singularmente peligrosos los cactus
eléctricos que sabían proyectar sus espinas.
Los
elementos terrestres se encontraban en perpetua inestabilidad.
Surgían y fracasaban por momentos disparatadas alotropías. La
presión enorme apenas dejaba solidificarse escasos cuerpos. Las
rocas actuales dormían el sueño de la inexistencia. Las piedras
preciosas no eran sino colores en las fajas del espectro.
Así
las cosas, sobrevino la catástrofe que los hombres llamaron después
diluvio; pero ella no fue una inundación acuosa, si bien la causó
una invasión del elemento líquido. El agua tuvo intervención de
otro modo.
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