Salvador Borrego
Inflación Empobrecedora, Deflación Empobrecedora (1980)
Este ensaio de Salvador Borrego introduz o conceito de supracapitalismo, uma forma de capitalismo – desligada já da produção e comércio de bens, que sempre existiu historicamente, ainda que não fosse designado como tal – nascida da confluência do marxismo com o liberalismo. Aqui trata-se da manipulação artificial da procura e da oferta, da pura especulação financeira, da criação deliberada de crises, depressões e ciclos económicos inflacionários, tendo em vista a concentração da riqueza na mão dos agentes que provocam esses eventos, e o consequente empobrecimento dos povos. Explica como esse movimento tem sido feito em tenaz, com dois diferentes braços, conforme a conveniência, sendo um deles a revolução violenta comunista e outro a revolução suave da democracia liberal – amparando-se mutuamente na perseguição do mesmo objectivo. Esse objectivo é a imposição do mundialismo (ou globalismo), pelas elites financeiras e as organizações que lhes servem de peões neste tabuleiro mundial – aqui designadas como a Cúpula político-económica.
Abundam os exemplos documentados de colaboração e financiamento da revolução violenta (como na URSS) pelos potentados financeiros europeus e norte-americanos; aborda a forma como as organizações criadas e subvencionadas por essa gente persegue obsessivamente o mesmo fim (frequentemente encapotados por metáforas apelativas); desmascara a agenda progressista e mundialista da ONU e dos seus vários organismos, o papel da maçonaria e dos mass-media, entre outros temas, cada vez mais prementes no tempo actual.
Editado originalmente em 1980, o livro teve sucessivas edições actualizadas, sendo esta a sétima edição, de 2003, onde se faz referência acontecimentos que entretanto tiveram lugar, como a Guerra do Golfo ou o 11 de Setembro de 2001.
Pese a sus aparatosos avances, la línea violenta (marxista) de la Revolución, llevaba crecientes debilidades en sus entrañas y resultaba inferior al sistema "gradual" ("democrático"), que la Revolución ha adoptado en Occidente. En términos generales esta táctica presenta las siguientes características:
• Control discreto de gobiernos "democráticos" mediante presiones financieras y políticas.
• Que cada nación, con "pluripartidismo", marche "democráticamente" para convertirse en provincia de un Gobierno Mundial.
• En vez de ocupar países con tropas extranjeras, que cada país utilice recursos propios para mantener el rumbo revolucionario.
• Socavar las bases religiosas en forma indirecta, en vez de atacar frontalmente al cristianismo.
• Fomentar el hedonismo, la búsqueda de placer, para que los pueblos se despreocupen de los valores tradicionales.
• Apaciguar a unos estratos con bienestar económico y a otros anularlos con pobreza anonadante.
Después de 70 años se vio que esa táctica era más lenta, pero mucho más efectiva que la adoptada por el Imperio marxista. • Que cada nación, con "pluripartidismo", marche "democráticamente" para convertirse en provincia de un Gobierno Mundial.
• En vez de ocupar países con tropas extranjeras, que cada país utilice recursos propios para mantener el rumbo revolucionario.
• Socavar las bases religiosas en forma indirecta, en vez de atacar frontalmente al cristianismo.
• Fomentar el hedonismo, la búsqueda de placer, para que los pueblos se despreocupen de los valores tradicionales.
• Apaciguar a unos estratos con bienestar económico y a otros anularlos con pobreza anonadante.
Ciertamente el marxismo midió cuanta dosis de castigo podía domar a un caballo salvaje y cuánta era suficiente para someter a un disidente activo. Ensayó fármacos "despersonalizantes" para lograr que presos inocentes se declararan culpables. Creó sanatorios especiales para volver locos a ciudadanos cuerdos. Millones de habitantes fueron confinados en infernales campos de concentración. El terror se aplicó en dosis masivas contra opositores, posibles opositores y hasta parientes de éstos. En setenta años el marxismo liquidó más de 40 millones de vidas.
El plan violento marxista suponía que en dos generaciones todos los habitantes de su Imperio estarían definitiva y totalmente domesticados, y así convertidos en entusiastas marxistas. Pero no fue así... El misterio del dolor les preservó valores en su corazón. ¡Quién lo pensara!... Ni se habituaron a la esclavitud, por más que no pudieran zafarse de ella; ni perdieron la idea de Dios. Y tampoco se volvieron entusiastas marxistas adoradores del Estado. Por el contrario, su repudio al sistema se reflejó catastróficamente en el abatimiento de la producción.
Así se llegó hasta la década de los años 80s., cuando el dictador soviético Yuri Andropov (en realidad apellidado Liberman), inició el proceso para desarmar la gigantesca maquinaria comunista de la URSS. Precisamente él, que era ardiente partidario de la línea violenta; él, que había descuartizado a Hungría en 1956; él, que como jefe de la KGB había aterrorizado durante 15 años a todos los pueblos bajo su dominio.
Ese terrible dictador estuvo de acuerdo en "converger" con sus hermanos de Washington, pero murió en 1984, en vísperas de formalizar el cambio, cosa que le tocó consumar a su sucesor, Mijail Gorbachov, en abril del año siguiente, al anunciar de modo oficial la "perestroika" (reconstrucción).
De ahí en adelante la tarea de erigir un gobierno mundial se simplificó. Ya no se experimentaría a través de dos caminos, sino de uno solo. En otras palabras, la impetuosa corriente marxista detuvo su marcha y se fusionó con el Supracapltalismo. El mando quedó centralizado en las Cúpulas de Washington y Nueva York. La gran CONVERGENCIA o CONCERTACIÓN ha sorprendido a todos los que se resistían a admitir que el comunismo del Kremlin y la democracia supracapitalista de la Casa Blanca han sido —desde 1917— dos diversas caras de un mismo poder.
Li anteriormente:
Infiltración Mundial (1968)
Derrota Mundial (1953)
Ningún comentario:
Publicar un comentario