19 de decembro de 2025
Luchamos y Perdimos
Otto Skorzeny
Luchamos y Perdimos (1966)
Luchamos y Perdimos é o segundo volume da autobiografia de Otto Skorzeny, iniciada em Vive Peligrosamente. O livro começa com alguns dos projectos de Armas Especiais desenvolvidos pela Alemanha, dos quais se destaca a adaptação das V-1 a engenhos tripulados, operação feita em tempo recorde que ultrapassou com êxito a fase experimental, mas, no Outono de 1944, a escassez de matérias primas e o decurso da guerra impediram a produção em série. Na descrição de algumas operações, destaque para a intervenção em Budapeste, quando os serviços de informação descobriram que o governo húngaro pretendia assinar uma paz separada com Moscovo; para a ofensiva das Ardenas, onde a Alemanha pretendia ganhar de novo a iniciativa na Frente Ocidental; e para a defesa de Schwedt, na Frente Leste, no início de 1945. Mas, nestes tempos de declínio do III Reich, a falta de recursos materiais afectava decisivamente o desempenho militar, e instalava-se a dúvida sobre o desfecho final. Sem nunca pretender fazer a História da guerra, pela subjectividade inerente, nem, sequer, relatos de guerra, sem a visão de conjunto, deixada a estrategas e políticos, Otto Skorzeny narra as missões de que foi incumbido do seu ponto de vista particular, com a única certeza que o seu cumprimento serviria à pátria e ao povo. Os últimos capítulos referem o final da guerra, o cativeiro, os interrogatórios, os julgamentos e a ilibação; apesar disto, a libertação não chegou, apareciam constantemente novas acusações, cada vez mais disparatadas, que, contudo, não tinham quaisquer consequências para quem as lançava, mas adiavam o seu regresso à liberdade. Cansado deste sem-fim burocrático, Skorzeny decidiu ir à sua vida, sem que alguém se tivesse oposto, a acreditar nas suas próprias palavras.
Entretanto, habían llegado a Schmidtheim lo primeros cien prisioneros, los cuales se encontraban en excelentes condiciones físicas. Aquellos soldados americanos habían sido capturados en el curso del primer ataque y completamente por sorpresa. Algunos de ellos ni siquiera habían tenido tiempo de salir de sus alojamientos. Ahora estaban sentados, apoyados contra una pared, al parecer absolutamente despreocupados, fumando cigarrillos o masticando chiclé.
A través de un intérprete intenté conversar con un teniente. No sabía nada importante. Sin embargo, pude comprobar que el ataque había sido una sorpresa total para el enemigo. Los informes acerca de las unidades enemigas existentes en el frente y en reserva facilitados por las secciones IC (Servicio de Información) resultaron exactos.
En aquel primer encuentro con soldados americanos me pregunté si todos los combatientes de ultramar sabían lo que se estaba fraguando en Europa. ¿Sabían que la verdadera solución de la guerra, decisiva para el futuro, se encontraba en el Este? ¿Se daban cuenta de las consecuencias que tendría para Europa el debilitamiento de Alemania? Por desgracia, comprobé que todo esto no significaba nada para el joven oficial. La propaganda americana le había presentado los hechos de un modo muy simplista: “Los alemanes son los eternos bárbaros, y además están dominados por un diablo con forma humana, que quiere dominar al mundo entero, y su pueblo le ayuda a ello. Por eso es un acto cristiano, una exigencia de la civilización, aniquilar a Alemania y evitar para siempre jamás su recuperación”. Esta era, en resumen, la opinión que el teniente me dio a conocer con toda franqueza.
[...]
Las semanas que precedieron al proceso estuvieron llenas de dificultades. Al principio, el teniente coronel Durst se mostró conforme con la composición del tribunal. Por mi parte, no me gustó enterarme de que el teniente coronel Ellis, representante de la acusación en el proceso de Malmedy, con el cual no me había entendido demasiado bien, había sido nombrado comandante del “War Crimes Group” de Dachau.
Unos días más tarde el teniente coronel Durst vino a verme, bastante deprimido. La composición del tribunal había sido cambiada: todos sus miembros estarían bajo la influencia del presidente, el coronel Gardner. Teniendo en cuenta el apodo de “the hanging Gardner” con que era conocido el presidente en cuestión, por haber aplicado hasta entonces únicamente sentencias de muerte en la horca, la noticia no resultaba alentadora, ni mucho menos. A regañadientes, accedí a que el teniente coronel Durst se opusiera al nombramiento del coronel Gardner y otros miembros del tribunal. Me daba cuenta de que con ello nos atraeríamos la enemistad de varias personas; pero en el proceso estaban en juego cosas más importantes que los sentimientos personales. Al final fueron sustituidos cuatro o cinco miembros del tribunal, que continuó bajo la presidencia del coronel Gardner. Los nuevos jurados eran todos oficiales americanos que habían luchado en el frente; a la hora de juzgarnos lo hicieron de acuerdo con su leal convicción.
El teniente coronel Durst organizó rápidamente su equipo de colaboradores subordinados, todos ellos funcionarios civiles del “War Crimes Group”. Nos opusimos a la colaboración de un tal Mr. Kirschbaum. Nos habíamos enterado de que en Schwäbisch-Hall había sido el interrogador que obtuvo “más éxitos” contra mis camaradas de la 1ª División Acorazada SS.
Los acusados estábamos alojados en tres celdas del bunker y trabajábamos activamente en la preparación de nuestra defensa. Sin embargo, el hecho de que no nos hubieran entregado ningún pliego de cargos dificultaba nuestra tarea. A los puntos de la acusación, redactados en términos bastante generales, sólo podíamos replicar relatando los acontecimientos tal como habían sucedido. En el punto 1, por ejemplo, nos acusaban de haber luchado utilizando el uniforme del enemigo. Sabíamos que no era cierto, pero, ¿cómo íbamos a probarlo, ignorando los hechos concretos en que se basaba la acusación? En los puntos 3 y 4 nos hacían culpables del robo de equipos de prisioneros americanos y de paquetes enviados por la Cruz Roja. Cómo íbamos a preparar una defensa, ignorando cuándo, dónde, cómo y por quién habían sido cometidas las “fechorías” de los puntos 3 y 4?
A pesar de todo, pudimos observar un hecho bastante alentador. Después de la acusación oficial, la actitud hacia nosotros del personal de vigilancia americano y polaco no había variado. A los trece meses de residencia en Dachau, podía considerarme como una especie de “ciudadano de honor” del bunker. Desde luego, no podía esperar que los guardianes sintieran afecto por mi; pero estaba convencido de haberme ganado el respeto de aquellos soldados, y esto me bastaba.
Cuando me enteré de que se habían hecho numerosas apuestas sobre el resultado de nuestro proceso, el hecho me causó una rara impresión. Los americanos de la defensa y de la acusación apostaban entre ellos fuertes cantidades. Una quiniela controlada por nosotros, los acusados, hubiese sido un buen negocio, pues al fin y al cabo lo que se ventilaba era nuestra cabeza y nuestra libertad. De todos modos, aquella pasión por las apuestas tenia también su lado bueno: su proporción, que desde el primer momento nos fue favorable y que llegó a ser de 1 a 10, nos permitia calcular nuestras posibilidades.
Li anteriormente:
Vive Peligrosamente (1965)
Subscribirse a:
Publicar comentarios (Atom)
Ningún comentario:
Publicar un comentario