Joaquín Bochaca
Los Crímenes de los «Buenos»
(1982)
Este livro parte dos critérios
utilizados nos julgamentos de Nuremberga – crimes contra a paz,
crimes de guerra e crimes contra a humanidade (crimes que não
estavam tipificados na época em que foram cometidos) – e aplica-os
ao lado vencedor, com resultados demolidores, tanto mais quando boa
parte destes crimes foram cometidos após terminar a guerra.
Somos confrontados com o bombardeamento
gratuito de cidades e populações, atrás da linha de frente e com o
único objectivo de provocar a morte de civis, como se viu no
bombardeamento de Dresden, cidade aberta, sem qualquer interesse
militar, onde se juntavam centenas de milhares em fuga da frente
leste, provocando mais vítimas que Hiroshima e Nagasaki juntas
(outras duas cidades sem objectivos militares). Acompanhamos os
constantes atropelos às Convenções de Genebra e de Haia por parte
dos Aliados, os "bons", e a guerra desleal que, desde a
primeira hora moveram contra o Eixo; a manipulação da camarilha de
Roosevelt na preparação de um "isco" chamado Pearl
Harbour que, finalmente, lhes deu o pretexto que tanto procuravam
para levar os EUA a uma guerra alheia; passamos pela farsa do
Tribunal de Nuremberga, pela ignomínia do Plano Morgenthau e da
Operação Kellhaul; observamos a utilização de mão de obra
escrava nos anos que se seguiram ao fim da guerra (não só pela
URSS, mas também pela Austrália, França e Inglaterra); verificamos
a contabilidade de vítimas que são atribuídas aos "bons",
segundo as estimativas mais modestas: 10,5 milhões de mortos por
crimes de guerra e depurações, 6,9 milhões de prisioneiros e
deportados desaparecidos por violação das Convenções de Genebra,
13,5 milhões de pessoas encarceradas após o fim da guerra por
aplicação de leis retroactivas; analisamos o percurso dos
protagonistas nas décadas que se seguiram ao confronto, e por fim, o
somatório de vítimas atribuídos ao comunismo, segundo um estudo
(naturalmente incompleto) publicado por Jean-Pierre Dujardin em 1978:
150 milhões de mortos – temas sombrios lançados ao esquecimento,
enquanto se apontavam os holofotes para outro lado. Falava-se dos
crimes míticos e pretéritos para que não se falasse dos "crimes
dos bons".
Este livro recomenda-se a quem não se
conforma com os dogmas da historiografia marxista, com essa leitura
errada, mas infinitamente propagandeada pelos mass media,
tendo o mérito de recorrer, sempre que possível, ao
testemunho escrito de partidários dos Aliados ou, quando muito, de
autores tidos como neutrais.
Destacam-se
os capítulos dedicados a analisar as condições que levaram ao
despoletar da guerra: as absurdas disposições
do Tratado de Versalhes, por uma incompetente (ou algo mais?)
Sociedade das Nações, foram
na realidade o rastilho já aceso que levou a essa
nova hecatombe bélica em território europeu, uma
guerra procurada a todo o
transe por determinadas elites políticas e financeiras
anglo-franco-estadounidenses – os
chamados poderes fácticos
–, com o fim inconfessável
de proteger a revolução internacionalista soviética, contra a
vontade e o sentimento dos seus
próprios povos. A
forma como a Polónia foi usada como pretexto, e incentivada a criar
as condições que levassem à intervenção alemã (e
consequente guerra),
oferecendo-lhe uma aliança
para a qual tanto a França
como a Inglaterra sabiam
estar impreparadas
para responder; mentindo-lhe
sobre o poderio militar alemão, desvalorizando-o, e
sobre a
pretensa impopularidade do regime, fazendo-lhe
crer que, mal estalasse a guerra, este
seria deposto pela aristocracia militar;
acicatou-se o nacionalismo polaco contra as
minorias
alemãs que viviam dentro das suas fronteiras, numa série de
agressões e limpeza étnica
que culminaram
ao massacre de Bromberg (quantas vezes se ouviu falar
disto nos mass
media?), nas
vésperas da inevitável
intervenção do Reich.
Curioso
será notar que a segurança e integridade da Polónia,
pretexto oficial que levou à guerra, foi esquecido em duas semanas,
tempo que mediou a invasão alemã e a violação da sua fronteira
oriental pelas tropas soviéticas, que já não mereceu qualquer
desagravo. E, passados cinco anos, metade do que era o território
polaco foi alegremente entregue pelos autoproclamados "protectores"
à URSS, ficando a Polónia como um estado vassalo, no qual
importantes cargos do governo e da administração foram ocupados
pelos amos soviéticos.
Aunque toda ciudad alemana
de alguna importancia fue profusamente bombardeada, cabe hacer
especial mención de los bombardeos de Berlín y, sobre todo, de
Hamburgo, el 25 de julio y el 3 de agosto de 1943. Los ataques contra
los barrios residenciales de la capital hanseática se desarrollaron
de noche, y con una saña hasta entonces inigualada. Pero todos los
récords de la gratuita violencia fueron batidos en el bombardeo de
Dresde, llevado a cabo durante la noche del 13 al 14 de febrero de
1945. Esa fue la más sangrienta acción bélica realizada, a lo
largo de toda la Historia del Mundo, contra una población civil.
Dresde, se hallaba entonces, a unos 115 kilómetros de las líneas
del frente germano-ruso, y a ella habían llegado más de medio
millón de refugiados, ancianos, mujeres y niños. Dresde era una
ciudad abierta. En ella no habían cuarteles, ni fábricas de
armamentos, ni objetivos militares de ningún género. Habían, en
cambio, numerosos hospitales, con enormes cruces rojas pintadas en
sus azoteas.
En la mañana del 13 de
febrero, 35 aviones ingleses de reconocimiento volaron sobre Dresde y
tomaron numerosas fotografías, sin ser inquietados por la Luftwaffe,
que se hallaba operando en el frente, ni por las defensas antiaéreas,
inexistentes en una ciudad residencial cuya única industria era la
de cerámicas. Por la noche, 800 bombarderos de la RAF arrojaron
sobre la indefensa ciudad, abarrotada de refugiados, una lluvia de
bombas explosivas e incendiarias. Al amanecer del día siguiente, una
segunda oleada de bombarderos descargó otro alud de fuego. Y horas
más tarde, otros 1.200 tetramotores acabaron de machacar la ciudad
destruida, avivando la horrorosa pira con latas de petróleo. En
total se lanzaron sobre Dresde 10.000 bombas explosivas y 650.000
bombas incendiarias, amén de 15.000 latas de petróleo, de un
hectolitro cada una. El escritor inglés F.J.P. Veale, dice: «Para
dar una impresión más dramática, en medio del horror general, las
fieras del Parque Zoológico, frenéticas por el ruido y por el
resplandor de las explosiones, se escaparon. Se cuenta que estos
animales, así como los grupos de refugiados, fueron ametrallados
cuando trataban de escapar a través del Parque Grande, por aviones
de caza en vuelo rasante... en dicho parque fueron encontrados luego
muchos cuerpos de hombres y animales acribillados a balazos... Para
evitar las epidemias causadas por los cadáveres en putrefacción,
hubo que organizar gigantescas piras que consumían, cada una, cinco
mil cuerpos o pedazos de cuerpos. La espantosa tarea se prolongó
durante varias semanas.
«Los cálculos del número
total de victimas en ese descomunal bombardeo varían mucho de uno a
otro. Algunos elevan la cifra hasta un cuarto de millón.
Personalmente nos sentimos inclinados a adherimos a esa cifra».
Irving no se atreve a dar cifras aunque opta por la de 235.000
muertos y cabe suponer que el número de heridos debió, al menos,
doblar esa cantidad.
[...]
El retrato de este gran
hombre quedaría incompleto si no se añadiera su intención de
arrojar bombas bacteriológicas sobre Alemania. Según la revista
americana Spotlight (8-VI-1981) Churchill quería lanzar
bombas venenosas y bacteriológicas sobre Berlín, Hamburgo,
Frankfurt y Sttugart, a finales de 1944. El plan consistía en
arrojar un millón de pequeñas bombas sobre cada una de esas
ciudades; esas bombas contendrían bacterias de ántrax. El ántrax
es una enfermedad mortalmente contagiosa, tanto para personas como
para animales. Tal vez en medio de una de sus clásicas
intoxicaciones etílicas, Sir Winston le dijo al jefe de su
departamento de guerra química que investigara si el uso de bombas
de gas, especialmente de gas mostaza, y de bombas bactericidas
resultaría. Según el funcionario consultado, si el plan se hubiera
llevado a la práctica, Berlín sería inhabitable todavía en 1981;
el número de muertes no hubiera bajado de los tres millones de
personas que, dadas las circunstancias, hubieran sido
mayoritariamente mujeres, niños, ancianos y prisioneros de guerra.
Dichas bombas no se usaron
por no haberse llegado a producir en número suficiente antes del fin
de la guerra. Esta «perla» humanitaria ha sido divulgada, incluso,
por la muy oficial B.B.C. Y tal vez convendría recordar aquí, que
Hitler, una víctima del gas en la I Guerra Mundial, rehusó
emplearlo en la II, y que Churchill fue también el responsable de
los primeros campos de concentración para civiles en la guerra
contra los Boers.
[...]
Un inciso. Queremos llamar
la atención sobre un punto que hemos observado escapa a la atención
de los más, pese a su sensacional rareza. En el momento de terminar
la guerra de las Democracias contra los Fascismos —nos consta que
la denominación no es demasiado precisa, pero debemos esquematizar
en aras de la comprensión general— eran líderes de las Cinco
Grandes Potencias: Truman, Churchill, Stalin, De Gaulle y
Chiang-Kai-Chek. Pues bien; ninguno de estos personajes llegó al
poder por medio del Sufragio Universal. Truman sucedió
automáticamente a Roosevelt, como Vice-Presidente que era, a la
muerte de este, pero nadie le había votado como Presidente.
Churchill llegó a Primer Ministro por una maniobra de pasillos en el
Parlamento, pero el pueblo inglés no le votó, y en cuanto tuvo
ocasión de votarle, le echó a la calle. [El pueblo inglés se hartó
de negarle sus votos a Churchill. Para tan ferviente creyente en la
taumaturgia de la Democracia eso debió ser desmoralizador y
traumatizante. Fue, sucesivamente, derrotado en elecciones parciales
a diputado cuando se presentó por los laborales, los jóvenes
conservadores, los laboristas independientes y los conservadores.
Llegó a Primer Ministro merced a una maniobra de pasillos en el
Parlamento. Cuando volvió a ser Premier en 1951, lo hizo al
alimón con Eden, pero al retirarse discretamente este, cual estaba
convenido, el culto pueblo británico volvió a echarle. (N. del A)]
Stalin y Chiang-Kai-Chek
eran dos dictadores y nunca habían sido votados. Y De Gaulle, desde
1944 hasta 1948, permaneció en el Poder sin someter su augusta
persona a ninguna votación.
Se ha dicho que fue la
guerra de las Democracias contra las Dictaduras. Hemos visto que las
democracias estaban encabezadas por individuos que no habían llegado
al poder por el sistema del Sufragio Universal. El único que llegó
al Poder por ese método fue el Canciller del III Reich, Adolf
Hitler. Gustará o no gustará. Pero es un hecho. Y los hechos son
tozudos.
Ningún comentario:
Publicar un comentario