Imperium (1948)
Nascido em Chicago em 1917, Francis
Parker Yockey licenciado em Belas Artes e em Direito, era economista,
pianista e multilingue. Pelo seu currículo, em 1946 foi-lhe
oferecido um lugar no tribunal de Wiesbaden, uma das ramificações
dos Processos de Nuremberga, destinados a julgar os vultos de menor
importância ligados ao Terceiro Reich. A sua natureza íntegra
impediu-o de colaborar com a farsa jurídica ali encenada e, quando
os seus relatórios foram recusados pelos superiores hierárquicos,
Yockey demitiu-se do cargo e disse-lhes para escreverem a sua própria
propaganda, pois estava ali como advogado e não como jornalista.
Esta atitude marcou-o como um proscrito
no seu próprio país e regressou à Europa, onde escreveu Imperium,
sob o pseudónimo Ulick Varange, enfrentando sérias dificuldades
para conseguir a publicação dos dois volumes. Depois envolveu-se em
actividades políticas e, em 1952, o seu passaporte não foi renovado
pelo Departamento de Estado norte-americano. Durante os anos
seguintes acompanhou algumas organizações neutralistas e
terceiromundistas, o que irritou ainda mais o FBI, e acabou por ser
detido nos EUA na posse de um passaporte falso. Em 17 de Junho de
1960 foi anunciado o seu “suicídio”, que não foi investigado
nem motivou a autópsia obrigatória por lei.
Ando há algum tempo a adiar a leitura
de A Decadência do Ocidente, de Oswald Spengler, e devia
tê-lo feito antes de me dedicar a Imperium, não só porque
as referências a Spengler são constantes, como me permitiria
avaliar com maior rigor onde terminam as teses de um autor e começam
as do outro. Aparentemente, Imperium toma alguns dos conceitos
de Spengler, actualiza-os e introduz outros complementares, como
Vitalismo Cultural, Distorção Cultural ou Patologia Cultural –
e é interessante analisar a
União Europeia, ou determinadas agendas actuais, à luz destes
conceitos.
Imperium é uma análise crua da
modernidade, e do parasitismo cultural que contaminou a sua génese,
desde o Racionalismo dos sécs. XVII e XVIII, no seu percurso, mitos
e valores, num impiedoso desmascaramento do liberalismo, do
materialismo, da democracia e seus sub-produtos, e das mentiras que
os envolvem – uma colecção
de absurdos tão gritantes que Yockey acreditava (há quase 75 anos)
estar a assistir ao fim de uma era. O tom geral deste livro é, por
consequência, de uma grande confiança no futuro. Contudo, no tempo
entretanto decorrido, constata-se que apenas se agravou a enfermidade
instalada no Ocidente; e, segundo Yockey, uma Cultura ou cumpre o seu
imperativo ou morre.
Destaca-se também uma boa parte do
livro que se dedica à análise da América (EUA) e das suas
idiossincrasias, desarmando uma a uma, com uma transparência e
objectividade dignas de nota, todas as bases falsas e utópicas sobre
as quais se fundou esse país, com as consequências que isso trouxe
ao mundo actual. Imperium é uma obra essencial; para colocar
ao lado de Revolta Contra o Mundo Moderno, de Julius Evola.
En condiciones
"democráticas" —el origen y significación histórica de
la "democracia" son abordados en otro lugar— ocurre el
fenómeno político interno conocido como "elecciones". Fue
la teoría de la "democracia", aparecida hacia 1750, según
la cual, el poder "absoluto" del monarca, o de la
aristocracia dependiente de las condiciones locales, debía ser roto,
y ese poder transferido al "pueblo". Este uso de la palabra
"pueblo" demuestra otra vez la naturaleza necesariamente
polémica de todas las palabras usadas políticamente. Pueblo era,
simplemente, una negativa; todo lo que deseaba era negar que la
dinastía, o en su caso la aristocracia, pertenecía al "pueblo".
Así pues, era un intento de negar la existencia política del
monarca o la aristocracia. En otros términos: esa palabra
implícitamente los definía como el enemigo, en el verdadero sentido
político. Fue la primera vez en la historia Occidental que una
teoría intelectualizada se convirtió en el foco del acontecer
político. Allí donde el monarca o la aristocracia fueron estúpidos
o incapaces, allí donde miraron hacia atrás en vez de adaptarse al
nuevo siglo, fueron derrocados. Allí donde ellos mismos se adueñaron
de las teorías y las interpretaron oficialmente, conservaron su
poder y su mando.
La técnica de la
transferencia de ese poder "absoluto" al "pueblo"
consistió en plebiscitos, o "elecciones". La proposición
teórica era dar el poder a millones de seres humanos, a cada uno su
millonésima fracción del total del poder político existente. Esto
era tan radicalmente imposible que hasta los intelectuales debieron
verlo, de manera que la fórmula adoptada fueron las "elecciones"
a través de las cuales todo individuo del organismo político
pudiera "elegir" a su propio "representante". Si
el representante hacía algo, se tomaba el acuerdo, mediante una
satisfactoria ficción, de que cada pequeño individuo "representado"
lo había hecho él mismo. En poco tiempo, resultó obvio para los
hombres interesados en el poder —ya para sí personalmente, ya para
realizar sus ideas— que si uno, antes de esas "elecciones"
trabajaba para influenciar las mentes del populacho votante,
resultaría "elegido". Cuanto más grandes fueran sus
medios de persuasión de la masa de votantes, más cierta sería su
subsiguiente "elección". Los medios de persuasión eran
los que uno tenía a mano: retórica, dinero, imprenta. Como las
elecciones eran algo grande, y de ellas dependía abundante cantidad
de poder, sólo los que disponían de medios de persuasión
correspondientes podrían controlarlas. La Oratoria entró en juego,
la Prensa se adelantó como señora del país, y el poder del Dinero
lo coronó todo. Un monarca no podía ser comprado; ¿qué clase de
soborno podía tentarle? No podía ser colocado bajo la presión del
usurero; no podía ser procesado. Pero los políticos de partido, que
vivían en tiempos en que los valores se convirtieron paulatinamente
en valores-dinero, podían ser comprados. Así la democracia
representó la imagen del populacho bajo la coacción de las
elecciones, los delegados bajo la coacción del Dinero, y el Dinero
sentado en el trono del monarca.
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