Tesla y la
Conspiración de la Luz (2014)
O nome de Nikola
Tesla está associado ao campo magnético alternado, que tornou
possível a electricidade na forma de corrente alterna. Na sua época,
Thomas Edison, talvez o mais prolífico inventor de todos os tempos,
insistia erradamente na via da corrente contínua. Tesla era, talvez,
mais visionário que Edison (com quem chegou a trabalhar) –
veja-se, por exemplo as suas experiências com a ressonância –,
mas, em lugar de se ter dedicado a grandiosos projectos que nunca
foram levados à prática, se tivesse seguido o caminho de Edison,
que se concentrou na massificação das suas invenções, talvez hoje
o seu nome fosse mais reconhecido (a sua personalidade excêntrica e
solitária também não o ajudou). Há mesmo quem pense que, se
tivesse sido levado a sério, a sua física nos teria conduzido a um
mundo diferente...
Este livro
leva-nos a um 1931 paralelo, a uma Nova Iorque onde as ideias
visionárias de Tesla se converteram em realidade e transformaram os
EUA numa potência tecnológica (ainda) mais avançada. O Titanic
não se afundou, a Grande Guerra foi ganha com a ajuda de autómatos
norte-americanos, Trotsky está à frente da União Soviética, a
energia eléctrica sem fios (transmitida por ondas) é abundante e
barata, os céus são cruzados por enormes fusos – os “oceânicos”
– dirigidos por feixes eléctricos, existem tantos veículos
citadinos terrestres como aéreos, a iluminação nocturna é dada
por uma aurora artificial, e o controlo do clima é uma realidade. O
tempo é de prosperidade e segurança (a crise bolsista de 1929 não
passou de um leve solavanco), porém, tudo isto é atribuído a
Thomas Edison, herói nacional, detentor de um poderosíssimo
conglomerado industrial, partilhado por Marconi e J.P. Morgan Jr.,
enquanto Tesla vive isolado e na pobreza.
A história gira
em torno de Edgar Kerrigan, um jovem de 19 anos, um estafeta de
entregas porta-a-porta, que no seu trabalho tripula um “aéreo”,
mas ambiciona vir a ser piloto de “oceânicos”. Tem por Edison
uma admiração ilimitada, mas as circunstâncias vão fazê-lo
presenciar o ruir do relato em que sustentava a sua vida e as suas
ambições. Com a morte de Edison há, aparentemente, quem pretenda
desmascarar o mito e devolver a Tesla o lugar que lhe
é devido, colocando em risco interesses instalados. Mas sob esse
pretexto está uma gigantesca conspiração que visa apenas tomar o
poder e exercer a vingança.
Tesla y la
Conspiración de la Luz é, assim, uma interessante incursão no
subgénero da história alternativa, ou da realidade paralela, com
personagens históricas conhecidas mas onde os eventos divergem
daqueles que conhecemos. Trata-se do primeiro romance de Miguel Ángel
Delgado, escritor e jornalista, divulgador da figura e do legado de
Tesla e co-comissário de uma grande exposição, apresentada em
Madrid no mesmo ano da publicação deste livro, dedicada ao génio
do inventor sérvio.
Otro
sonido metálico, similar al anterior, le hizo volverse
instantáneamente, cuando estaba empezando a sentarse de nuevo en su
terrestre. Esta vez había sonado más cerca, en la otra fila. Y no
se extinguió de manera inmediata. Quedó algo, un leve zumbido, casi
imperceptible, que permaneció en el ambiente, al límite de lo
audible. Un sonido que simulaba desaparecer cuando le prestabas
atención, pero que volvía a estar presente en cuanto lo
abandonabas, como hacían los gatos, en su infancia, cuando los
perseguía.
De
improviso, el mismo sonido se multiplicó, más cerca, más lejos,
chasquidos metálicos que recorrieron las formaciones de autómatas.
Y la suma de los zumbidos, apenas perceptibles por sí solos, formó
una masa perfectamente audible, creciente, de mecanismos en espera...
...
que ya no era lo único que surgía de allí. También había
movimiento.
Al
principio, fue más una intuición que una visión real. Hasta que
percibió claramente cómo una de las decenas de cabezas que formaban
en aquel almacén se alzaba y giraba con lentitud. A los ruidos
mecánicos, se unieron otros prolongados, neumáticos, de
articulaciones desperezándose, de sistemas recolocándose para
abandonar su estado de hibernación.
Y
finalmente, la luz. Desde un rincón, cuando los primeros focos de
los grandes e inhumanos ojos se prendieron. Y luego, como una marea
que fuera extendiéndose por la oscuridad, de las formaciones enteras
que comenzaban a elevarse, mientras las máquinas abandonaban sus
posiciones semiflexionadas para alzarse sobre sus poderosas patas.
Demasiado,
en todo caso, para Jonathan, que logró superar la parálisis de su
boca abierta y su cuerpo inmovilizado para saltar, no sin antes
perder la linterna por el camino (no la necesitaba, el almacén
entero era ya un hervidero de luz, ruidos y vida mecánica), hasta su
terrestre y arrancarlo.
Nunca
le pareció más lento aquel vehículo, apenas una modificación de
los que los oficiales empleaban en los campos de golf, ridículo
mientras intentaba alcanzar, con dificultad, el portalón de salida.
No se atrevió a mirar hacia atrás; los retrovisores apenas dejaban
ver otra cosa que grandes pechos metálicos, brazos potentes con
ametralladoras y tenazas, cabezas grotescamente pequeñas con los
focos de los ojos mirando en la misma dirección que él, la de
salida.
Finalmente,
ganó el exterior. Por un momento, se engañó pensando que todo
seguía igual, que lo ocurrido en aquel almacén era tan sólo una
alucinación, un momentáneo error que pronto sería devuelto al
estado previo, el que debía tener. Pero no tardó en comprender que
no sería así, que estruendos similares estaban surgiendo de los
otros almacenes. Y, de hecho, pudo ver cómo las primeras formas
levemente humanoides, pequeñas por la distancia, estaban saliendo
del más alejado.
Procedió
a girar el vehículo para moverse en el sentido contrario, en busca
de refugio en el edificio del regimiento. Pero, en ese momento, el
terrestre se detuvo, quedó muerto por más que intentara girar un
volante que se había quedado inmóvil como una piedra. Las pequeñas
luces de posición y el foco delantero se apagaron.
Y no
sólo ellos: la entera iluminación del complejo dejó de funcionar.
Todo lo que podía abarcar su vista se desvaneció. Hacia delante,
fue como si una mano oscura descendiese sobre las instalaciones de
Fort Dix, un viento helado suficiente para apagar de una sola vez
miles de pequeñas velas de cumpleaños. Ante los ojos asombrados de
Jonathan, la mancha de negrura se extendió más y más hacia el
horizonte, y pronto sólo algunos resplandores a lo lejos, lo que
llegaba hasta allí del gran conglomerado de la metrópolis de Nueva
York, parecía arañar algo de la repentina oscuridad.
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