Ramiro de Maeztu
Defensa de la Hispanidad (1934)
Depois de Pío Baroja, o encontro com
Ramiro de Maeztu, outro dos escritores espanhóis da Generación
del 98. Ligado ao jornalismo, interessou-se pela análise
das causas da decadência espanhola. Entre 1905 e 1919 residiu em
Londres e deambulou por outros países europeus; mas, no seu regresso
a Espanha, abandonou a democracia liberal e aproximou-se do
tradicionalismo católico. Foi embaixador na Argentina, durante o
governo de Miguel Primo de Rivera, e no contacto com o sacerdote
Zacarías de Vizcarra, seu conterrâneo, foi exposto ao conceito de
Hispanidade (o que o aproximou, por afinidades teóricas, do
Integralismo Lusitano — Oliveira Martins é o português mais
frequentemente citado nestas páginas). Deputado na oposição ao
regime da Segunda República, Ramiro de Maeztu foi assassinado pelas
forças republicanas em Outubro de 1936.
Esta obra, Defesa da Hispanidade,
desenvolvida a partir dos seus artigos para a Acción Española,
analisa em grande parte a grandeza da expansão cultural espanhola em
terras americanas, nos séculos XVI e XVII, e os fundamentos que a
suportaram. E, como se pode depreender do que acima foi exposto, o
conceito de Hispanidade não é exclusivamente espanhol, alarga-se a
toda a Península Ibérica e aos povos de além-mar por ela moldados,
numa comunidade alargada que não é racial, nem geográfica, antes
espiritual, devida ao catolicismo ibérico, pelo seu humanismo e pela
sua visão do mundo. As causas da decadência hispânica —
particularmente da espanhola, analisada ao pormenor — poderiam
então atribuir-se fundamentalmente à sua crise de confiança, à
crise dos princípios religiosos, e à adopção de ideias e práticas
estrangeiras: o iluminismo, o liberalismo, a maçonaria. Para isto
terá também contribuído a chamada Lenda Negra, criada pelos
inimigos de Espanha e depois interiorizada pelos próprios espanhóis;
e nunca será de mais recordar que, segundo contagens dos
investigadores, em 400 anos de Inquisição houve três mil execuções
— menos do que os católicos mortos pelos republicanos em apenas
alguns meses do ano de 1936.
A Defesa da Hispanidade foi
escrita num mundo completamente diferente do actual, onde Ramiro de
Maeztu, na sua perspectiva profundamente católica, via a Igreja como
o suporte do tradicionalismo, a fonte de uma renovação
civilizacional desejada e exequível, sem poder imaginar que, apenas
três décadas volvidas, a traição viria de onde ele menos a
esperava.
Nada ha sido más funesto
a los pueblos de la Hispanidad que su concepto del Estado como un
derecho a recaudar contribuciones y a repartir destinos. Desde luego,
puede decirse que se debe a ese concepto la división de la
Hispanidad en una veintena de Estados. De esa manera se dispone de
otras tantas Presidencias, Ministerios, Cuerpos Legisladores y
"funcionarios de toda clase", que es la definición que ha
dado el humorismo de la nueva República española. [...] Las
dictaduras surgen en América por la necesidad de poner coto al
incremento de los gastos públicos. Las democracias, en cambio, nacen
del ansia, no menos imperiosa, de dar a todo el mundo empleos del
Gobierno.
Don Antonio Maura dijo de
los presupuestos del Estado, que eran la lista civil de las clases
medias. En su tiempo, apenas se conocían las reformas sociales, y
aún no se soñaba con dar pensiones a los trabajadores sin empleo.
El Estado contemporáneo es la lista civil del sufragio universal, lo
que quiere decir que su bancarrota es infalible, hipótesis que la
realidad confirma con la desvalorización de libras y liras, marcos y
francos, que no ha impedido que el ulterior incremento de los gastos
públicos vuelva a poner a los Estados en trance de nueva bancarrota.
Es posible que este tipo de Estado esté destinado a prevalecer
temporalmente en el mundo. Ello querría decir que todos los países
habrían de pasar por una experiencia parecida a la de Rusia, y por
tristezas análogas a la de su pueblo esclavizado y a la de su
burocracia comunista, que le hace trabajar. De lo que no cabe duda es
de que ese tipo de Estado absorbente tiene que conducir en todas
partes a la miseria general.
Lo probable es que los
pueblos de Occidente se sacudan esta tiranía del Estado antes de
dejar que los aplaste. No sé cómo lo harán. En tanto que la
posesión del Poder público permita a los gobernantes repartir
destinos a capricho entre sus amigos y electores, y acribillar a
impuestos y gabelas a los enemigos y neutrales, no es muy probable
que los pueblos hispánicos disfruten de interior tranquilidad, ni
mucho menos que la Hispanidad llegue a dotarse de su órgano
jurídico, porque cada uno de sus pueblos defenderá los privilegios
de la soberanía con uñas y con dientes. Es seguro que mientras no
se encuentre la manera de cambiar de un modo radical la situación,
se irá acentuando la tiranía y el coste del Estado, y a medida que
disminuyen los estímulos que retienen a parte de las clases
directoras en el comercio o en la industria, llegará momento en que
no habrá más aspiración que la de ser empleado público. Pero este
tipo de Estado ha de quebrar, lo mismo en América que en Europa, no
sólo porque los pueblos no pueden soportarlo, sino porque carece de
justificación ideal. Es un Estado explotador, más que rector. Antes
de sucumbir a su imperio, preferirán los pueblos salvarse como
Italia, o mejor que Italia, por algún golpe de autoridad que
arrebate a los electores influyentes su botín de empleos públicos.
Entonces será posible que
prevalezca en nuestros pueblos un sentido del Estado como servicio,
como honor, como vocación, en que ninguno de los empleos públicos
valga la pena de ser desempeñado por su sueldo, porque todos los
hombres capaces hallarán fuera del Estado ocupaciones más
remuneradoras, y en que, sin embargo, sea tan excelso el honor del
servicio público, que los talentos se disputarán su desempeño y la
sociedad los premiará con su admiración y rendimiento. Ese día se
resolverán automáticamente los problemas que ahora parecen más
espinosos. Los pequeños nacionalismos habrán dejado al descubierto
la urdimbre de pequeños egoísmos burocráticos sobre los cuales
bordan sus banderas. Tan pronto como el Estado-botín haya cedido el
puesto al Estado-servicio, habrá desaparecido todo lo que hay de
egoísta y miserable en el celo de la soberanía, para que no quede
sino el espíritu de emulación, que no será ya obstáculo para que
se entienda y reconozca la profunda unidad de los pueblos hispánicos,
ni para que esa unidad encuentre la fórmula jurídica con que se
exprese ante los demás pueblos, porque ya se habrá desvanecido el
temor a que el Gobierno de otro pueblo hispánico nos imponga
tributos, y la misma soberanía habrá dejado de ser un privilegio,
para convertirse en una obligación. Pero, por supuesto, el
Estado-botín no es sino la expresión política de un sentido
naturalista de la vida, como el Estado-servicio la de un sentido
espiritual o religioso.
En la hora actual, no
parece que exista poder alguno capaz de sobreponerse al del Estado.
La demagogia y el sufragio universal conducen a la absorción
creciente de las fuerzas sociales por el Poder público. Pero no es
muy probable que pueblos cristianos se dejen aplastar por sus
Estados, ni parece posible que éstos sobrevivan a su excesivo
crecimiento, porque se desharán por sí mismos, cuando no puedan los
pueblos continuar sosteniendo sus ejércitos de funcionarios. Desde
ahora mismo debieran prepararse las minorías educadas para
aprovechar la primera ocasión favorable, a fin de sujetar al
monstruo y reducir las funciones del Estado a lo que debe ser: la
justicia que armonice los intereses de las distintas clases, la
defensa nacional, la paz, el buen ejemplo y la inspección de la
cultura superior. Porque ese Estado de las democracias, pagador de
electores y proveedor de empleos, no es sino barbarie, y hay que
buscarle sucesor desde ahora.
[...]
¿Quién podrá creer hoy
en la democracia? Las naciones más ricas se arruinan para sacar a
los electores de su natural retraimiento, ofreciéndoles, a expensas
del Erario, ventajas particulares. Tampoco creeremos en la ciencia,
porque es neutral y mata como cura. Y el progreso no lo afirmaremos
sino como un deber. La idea del progreso, fatal e irremediable, es un
absurdo. El tiempo, que todo lo devora, no puede por sí solo
mejorarnos. Era más cierta la mitología de Saturno, en que se pinta
al tiempo comiéndose a sus hijos.
Ningún comentario:
Publicar un comentario