30 de novembro de 2018

Imperium

Francis Parker Yockey
Imperium (1948)

Nascido em Chicago em 1917, Francis Parker Yockey licenciado em Belas Artes e em Direito, era economista, pianista e multilingue. Pelo seu currículo, em 1946 foi-lhe oferecido um lugar no tribunal de Wiesbaden, uma das ramificações dos Processos de Nuremberga, destinados a julgar os vultos de menor importância ligados ao Terceiro Reich. A sua natureza íntegra impediu-o de colaborar com a farsa jurídica ali encenada e, quando os seus relatórios foram recusados pelos superiores hierárquicos, Yockey demitiu-se do cargo e disse-lhes para escreverem a sua própria propaganda, pois estava ali como advogado e não como jornalista.
Esta atitude marcou-o como um proscrito no seu próprio país e regressou à Europa, onde escreveu Imperium, sob o pseudónimo Ulick Varange, enfrentando sérias dificuldades para conseguir a publicação dos dois volumes. Depois envolveu-se em actividades políticas e, em 1952, o seu passaporte não foi renovado pelo Departamento de Estado norte-americano. Durante os anos seguintes acompanhou algumas organizações neutralistas e terceiromundistas, o que irritou ainda mais o FBI, e acabou por ser detido nos EUA na posse de um passaporte falso. Em 17 de Junho de 1960 foi anunciado o seu “suicídio”, que não foi investigado nem motivou a autópsia obrigatória por lei.
Ando há algum tempo a adiar a leitura de A Decadência do Ocidente, de Oswald Spengler, e devia tê-lo feito antes de me dedicar a Imperium, não só porque as referências a Spengler são constantes, como me permitiria avaliar com maior rigor onde terminam as teses de um autor e começam as do outro. Aparentemente, Imperium toma alguns dos conceitos de Spengler, actualiza-os e introduz outros complementares, como Vitalismo Cultural, Distorção Cultural ou Patologia Cultural e é interessante analisar a União Europeia, ou determinadas agendas actuais, à luz destes conceitos.
Imperium é uma análise crua da modernidade, e do parasitismo cultural que contaminou a sua génese, desde o Racionalismo dos sécs. XVII e XVIII, no seu percurso, mitos e valores, num impiedoso desmascaramento do liberalismo, do materialismo, da democracia e seus sub-produtos, e das mentiras que os envolvem uma colecção de absurdos tão gritantes que Yockey acreditava (há quase 75 anos) estar a assistir ao fim de uma era. O tom geral deste livro é, por consequência, de uma grande confiança no futuro. Contudo, no tempo entretanto decorrido, constata-se que apenas se agravou a enfermidade instalada no Ocidente; e, segundo Yockey, uma Cultura ou cumpre o seu imperativo ou morre.
Destaca-se também uma boa parte do livro que se dedica à análise da América (EUA) e das suas idiossincrasias, desarmando uma a uma, com uma transparência e objectividade dignas de nota, todas as bases falsas e utópicas sobre as quais se fundou esse país, com as consequências que isso trouxe ao mundo actual. Imperium é uma obra essencial; para colocar ao lado de Revolta Contra o Mundo Moderno, de Julius Evola.

En condiciones "democráticas" —el origen y significación histórica de la "democracia" son abordados en otro lugar— ocurre el fenómeno político interno conocido como "elecciones". Fue la teoría de la "democracia", aparecida hacia 1750, según la cual, el poder "absoluto" del monarca, o de la aristocracia dependiente de las condiciones locales, debía ser roto, y ese poder transferido al "pueblo". Este uso de la palabra "pueblo" demuestra otra vez la naturaleza necesariamente polémica de todas las palabras usadas políticamente. Pueblo era, simplemente, una negativa; todo lo que deseaba era negar que la dinastía, o en su caso la aristocracia, pertenecía al "pueblo". Así pues, era un intento de negar la existencia política del monarca o la aristocracia. En otros términos: esa palabra implícitamente los definía como el enemigo, en el verdadero sentido político. Fue la primera vez en la historia Occidental que una teoría intelectualizada se convirtió en el foco del acontecer político. Allí donde el monarca o la aristocracia fueron estúpidos o incapaces, allí donde miraron hacia atrás en vez de adaptarse al nuevo siglo, fueron derrocados. Allí donde ellos mismos se adueñaron de las teorías y las interpretaron oficialmente, conservaron su poder y su mando.
La técnica de la transferencia de ese poder "absoluto" al "pueblo" consistió en plebiscitos, o "elecciones". La proposición teórica era dar el poder a millones de seres humanos, a cada uno su millonésima fracción del total del poder político existente. Esto era tan radicalmente imposible que hasta los intelectuales debieron verlo, de manera que la fórmula adoptada fueron las "elecciones" a través de las cuales todo individuo del organismo político pudiera "elegir" a su propio "representante". Si el representante hacía algo, se tomaba el acuerdo, mediante una satisfactoria ficción, de que cada pequeño individuo "representado" lo había hecho él mismo. En poco tiempo, resultó obvio para los hombres interesados en el poder —ya para sí personalmente, ya para realizar sus ideas— que si uno, antes de esas "elecciones" trabajaba para influenciar las mentes del populacho votante, resultaría "elegido". Cuanto más grandes fueran sus medios de persuasión de la masa de votantes, más cierta sería su subsiguiente "elección". Los medios de persuasión eran los que uno tenía a mano: retórica, dinero, imprenta. Como las elecciones eran algo grande, y de ellas dependía abundante cantidad de poder, sólo los que disponían de medios de persuasión correspondientes podrían controlarlas. La Oratoria entró en juego, la Prensa se adelantó como señora del país, y el poder del Dinero lo coronó todo. Un monarca no podía ser comprado; ¿qué clase de soborno podía tentarle? No podía ser colocado bajo la presión del usurero; no podía ser procesado. Pero los políticos de partido, que vivían en tiempos en que los valores se convirtieron paulatinamente en valores-dinero, podían ser comprados. Así la democracia representó la imagen del populacho bajo la coacción de las elecciones, los delegados bajo la coacción del Dinero, y el Dinero sentado en el trono del monarca.