27 de marzo de 2019

Defensa de la Hispanidad

Ramiro de Maeztu
Defensa de la Hispanidad (1934)

Depois de Pío Baroja, o encontro com Ramiro de Maeztu, outro dos escritores espanhóis da Generación del 98. Ligado ao jornalismo, interessou-se pela análise das causas da decadência espanhola. Entre 1905 e 1919 residiu em Londres e deambulou por outros países europeus; mas, no seu regresso a Espanha, abandonou a democracia liberal e aproximou-se do tradicionalismo católico. Foi embaixador na Argentina, durante o governo de Miguel Primo de Rivera, e no contacto com o sacerdote Zacarías de Vizcarra, seu conterrâneo, foi exposto ao conceito de Hispanidade (o que o aproximou, por afinidades teóricas, do Integralismo Lusitano — Oliveira Martins é o português mais frequentemente citado nestas páginas). Deputado na oposição ao regime da Segunda República, Ramiro de Maeztu foi assassinado pelas forças republicanas em Outubro de 1936.
Esta obra, Defesa da Hispanidade, desenvolvida a partir dos seus artigos para a Acción Española, analisa em grande parte a grandeza da expansão cultural espanhola em terras americanas, nos séculos XVI e XVII, e os fundamentos que a suportaram. E, como se pode depreender do que acima foi exposto, o conceito de Hispanidade não é exclusivamente espanhol, alarga-se a toda a Península Ibérica e aos povos de além-mar por ela moldados, numa comunidade alargada que não é racial, nem geográfica, antes espiritual, devida ao catolicismo ibérico, pelo seu humanismo e pela sua visão do mundo. As causas da decadência hispânica — particularmente da espanhola, analisada ao pormenor — poderiam então atribuir-se fundamentalmente à sua crise de confiança, à crise dos princípios religiosos, e à adopção de ideias e práticas estrangeiras: o iluminismo, o liberalismo, a maçonaria. Para isto terá também contribuído a chamada Lenda Negra, criada pelos inimigos de Espanha e depois interiorizada pelos próprios espanhóis; e nunca será de mais recordar que, segundo contagens dos investigadores, em 400 anos de Inquisição houve três mil execuções — menos do que os católicos mortos pelos republicanos em apenas alguns meses do ano de 1936.
A Defesa da Hispanidade foi escrita num mundo completamente diferente do actual, onde Ramiro de Maeztu, na sua perspectiva profundamente católica, via a Igreja como o suporte do tradicionalismo, a fonte de uma renovação civilizacional desejada e exequível, sem poder imaginar que, apenas três décadas volvidas, a traição viria de onde ele menos a esperava.

Nada ha sido más funesto a los pueblos de la Hispanidad que su concepto del Estado como un derecho a recaudar contribuciones y a repartir destinos. Desde luego, puede decirse que se debe a ese concepto la división de la Hispanidad en una veintena de Estados. De esa manera se dispone de otras tantas Presidencias, Ministerios, Cuerpos Legisladores y "funcionarios de toda clase", que es la definición que ha dado el humorismo de la nueva República española. [...] Las dictaduras surgen en América por la necesidad de poner coto al incremento de los gastos públicos. Las democracias, en cambio, nacen del ansia, no menos imperiosa, de dar a todo el mundo empleos del Gobierno.
Don Antonio Maura dijo de los presupuestos del Estado, que eran la lista civil de las clases medias. En su tiempo, apenas se conocían las reformas sociales, y aún no se soñaba con dar pensiones a los trabajadores sin empleo. El Estado contemporáneo es la lista civil del sufragio universal, lo que quiere decir que su bancarrota es infalible, hipótesis que la realidad confirma con la desvalorización de libras y liras, marcos y francos, que no ha impedido que el ulterior incremento de los gastos públicos vuelva a poner a los Estados en trance de nueva bancarrota. Es posible que este tipo de Estado esté destinado a prevalecer temporalmente en el mundo. Ello querría decir que todos los países habrían de pasar por una experiencia parecida a la de Rusia, y por tristezas análogas a la de su pueblo esclavizado y a la de su burocracia comunista, que le hace trabajar. De lo que no cabe duda es de que ese tipo de Estado absorbente tiene que conducir en todas partes a la miseria general.
Lo probable es que los pueblos de Occidente se sacudan esta tiranía del Estado antes de dejar que los aplaste. No sé cómo lo harán. En tanto que la posesión del Poder público permita a los gobernantes repartir destinos a capricho entre sus amigos y electores, y acribillar a impuestos y gabelas a los enemigos y neutrales, no es muy probable que los pueblos hispánicos disfruten de interior tranquilidad, ni mucho menos que la Hispanidad llegue a dotarse de su órgano jurídico, porque cada uno de sus pueblos defenderá los privilegios de la soberanía con uñas y con dientes. Es seguro que mientras no se encuentre la manera de cambiar de un modo radical la situación, se irá acentuando la tiranía y el coste del Estado, y a medida que disminuyen los estímulos que retienen a parte de las clases directoras en el comercio o en la industria, llegará momento en que no habrá más aspiración que la de ser empleado público. Pero este tipo de Estado ha de quebrar, lo mismo en América que en Europa, no sólo porque los pueblos no pueden soportarlo, sino porque carece de justificación ideal. Es un Estado explotador, más que rector. Antes de sucumbir a su imperio, preferirán los pueblos salvarse como Italia, o mejor que Italia, por algún golpe de autoridad que arrebate a los electores influyentes su botín de empleos públicos.
Entonces será posible que prevalezca en nuestros pueblos un sentido del Estado como servicio, como honor, como vocación, en que ninguno de los empleos públicos valga la pena de ser desempeñado por su sueldo, porque todos los hombres capaces hallarán fuera del Estado ocupaciones más remuneradoras, y en que, sin embargo, sea tan excelso el honor del servicio público, que los talentos se disputarán su desempeño y la sociedad los premiará con su admiración y rendimiento. Ese día se resolverán automáticamente los problemas que ahora parecen más espinosos. Los pequeños nacionalismos habrán dejado al descubierto la urdimbre de pequeños egoísmos burocráticos sobre los cuales bordan sus banderas. Tan pronto como el Estado-botín haya cedido el puesto al Estado-servicio, habrá desaparecido todo lo que hay de egoísta y miserable en el celo de la soberanía, para que no quede sino el espíritu de emulación, que no será ya obstáculo para que se entienda y reconozca la profunda unidad de los pueblos hispánicos, ni para que esa unidad encuentre la fórmula jurídica con que se exprese ante los demás pueblos, porque ya se habrá desvanecido el temor a que el Gobierno de otro pueblo hispánico nos imponga tributos, y la misma soberanía habrá dejado de ser un privilegio, para convertirse en una obligación. Pero, por supuesto, el Estado-botín no es sino la expresión política de un sentido naturalista de la vida, como el Estado-servicio la de un sentido espiritual o religioso.
En la hora actual, no parece que exista poder alguno capaz de sobreponerse al del Estado. La demagogia y el sufragio universal conducen a la absorción creciente de las fuerzas sociales por el Poder público. Pero no es muy probable que pueblos cristianos se dejen aplastar por sus Estados, ni parece posible que éstos sobrevivan a su excesivo crecimiento, porque se desharán por sí mismos, cuando no puedan los pueblos continuar sosteniendo sus ejércitos de funcionarios. Desde ahora mismo debieran prepararse las minorías educadas para aprovechar la primera ocasión favorable, a fin de sujetar al monstruo y reducir las funciones del Estado a lo que debe ser: la justicia que armonice los intereses de las distintas clases, la defensa nacional, la paz, el buen ejemplo y la inspección de la cultura superior. Porque ese Estado de las democracias, pagador de electores y proveedor de empleos, no es sino barbarie, y hay que buscarle sucesor desde ahora.
[...]
¿Quién podrá creer hoy en la democracia? Las naciones más ricas se arruinan para sacar a los electores de su natural retraimiento, ofreciéndoles, a expensas del Erario, ventajas particulares. Tampoco creeremos en la ciencia, porque es neutral y mata como cura. Y el progreso no lo afirmaremos sino como un deber. La idea del progreso, fatal e irremediable, es un absurdo. El tiempo, que todo lo devora, no puede por sí solo mejorarnos. Era más cierta la mitología de Saturno, en que se pinta al tiempo comiéndose a sus hijos.


3 de marzo de 2019

Por Cuevas y Selvas del Indostán

Helena P. Blavatsky
Por Cuevas y Selvas del Indostán (1892)

Helena Petrovna Blavatsky, a célebre co-fundadora da Sociedade Teosófica, dispensa apresentações. A sua obra divide opiniões, e autores que eu prezo têm posições diametralmente opostas sobre as suas incursões no ocultismo e na espiritualidade oriental — Paulo Alexandre Loução, por exemplo, valoriza o conhecimento da autora russa, enquanto René Guénon o considera uma fraude. Se é verdade que dificilmente me imagino a ler Ísis sem Véu ou A Doutrina Secreta, já este Pelas Grutas e Selvas do Indostão, que me pareceu mais próximo aos meus gostos e interesses, não me desiludiu.
O livro nasceu como uma série de crónicas publicadas em dois jornais moscovitas entre 1879 e 1886, dando entretanto origem a dois volumes publicados na mesma época. Em 1892 apareceu a primeira tradução inglesa, sob o título From the Caves and Jungles of Hindostan, onde se apresentou o formato definitivo da obra.
Verdadeira literatura de viagem, H.P. Blavatski descreve uma Índia exótica, num périplo que se detém mais demoradamente em Bombaim, Karli, Nassik, Mandú (a cidade morta), Bagh, Hardwar e Jubblepore. Uma Índia que o tempo desvaneceu, quando todos os locais dignos de interesse (não só na Índia mas praticamente em todo o lado) foram já conspurcados por esse abominável turismo de massas, que lhes despeja diariamente hordas de forasteiros em cima, transformando-os em parques temáticos ou centros comerciais. Mesmo assim, há mais de um século, H.P. Blavatski apercebia-se então dos sintomas de corrosão na sociedade tradicional, resultantes do contacto imposto pelo Ocidente. Além dos locais percorridos, com acompanhantes ocidentais e nativos, Blavatsky descreve o convívio com gente de vários estratos e crenças religiosas, sem esconder uma verdadeira aversão pelos brâmanes, a casta sacerdotal no topo da sociedade indiana, considerando-os obscurantistas, enganadores e oportunistas, reservando o seu interesse e admiração para a Índia védica que os precedeu.

Dichas Torres del Silencio, con raras excepciones, son de forma cuadrada o redonda, de veinte a cuarenta pies de altura, sin puertas ni techumbre; con una sola entrada de hierro hacia el Este, y tan pequeña que unos matorrales la recubren. El primer cadáver que se lleve a una dakhma o torre nueva ha de ser el de un niño o el de un mobed o sacerdote. A nadie, ni aun al vigilante principal, se le permite aproximarse a más de treinta pasos de estas torres. Solamente a los nassesalares, o portadores de los muertos les es permitido entrar y salir en ellas, pero la vida que ellos llevan es aún más miserable que la del propio verdugo europeo, pues que, apartados de todo contacto humano, yacen en el aislamiento más abyecto. Prohibido, como les está, el ir a los mercados, tienen precisión de buscarse el alimento por los medios más inverosímiles. Nacen, se casan y mueren sin relación alguna con los demás seres del mundo, a excepción de los suyos, y sólo cruzan las calles para incautarse de los muertos y llevarlos a la torre.
Hasta su vecindad es considerada como impura. Al entrar en la torre con el cadáver, que sea el que hubiese sido su rango social, va cubierto con blancos harapos, lo desnudan y lo colocan silenciosamente en una de las tres filas que vamos a describir. Luego, con idéntico mutismo salen, cierran la puerta y queman los harapos.
Entre los adoradores del fuego, la muerte se ve despojada de toda su imponente majestad, siendo sólo objeto de repugnancia. Cuando la última hora del enfermo se aproxima, todos abandonan la estancia mortuoria, tanto para no crear obstáculos con su presencia a la salida del alma del cuerpo, como para no contaminarse el vivo con el contacto del muerto. Únicamente el sacerdote permanece un rato con el moribundo, y después de recitar en su oído el ashem-vohu, el yato-ahavarie y otros pasajes del Zend-Avesta, abandona la habitación antes de que el moribundo abandone su cuerpo. En seguida traen un perro, poniéndole cara a cara con aquél, ceremonia denominada sas-did o sea de “la mirada del perro”, y esto se hace porque el perro es el único ser viviente a quien el drux-nassu, o demonio, teme, pues le impide tomar posesión del cadáver. Al efecto se tiene gran cuidado de que no se interponga la sombra de nadie entre el moribundo y el perro, porque toda la fuerza de la mirada del perro se perdería y el diablo no desaprovecharía tamaña ocasión. Después, el cadáver es dejado en el punto en que la vida le abandonó, hasta que los nassesalares aparecen con los brazos envueltos en viejos sacos para llevárselo al dakhma, depositándole en un féretro de hierro, que es el mismo para todos. Si por acaso acontece que alguno tenido por muerto vuelve en sí, los nassesalares tienen la misión de matarle, pues todo aquel que ha sido contaminado por el contacto de los cadáveres del dakhma, ha perdido, ipso facto, todo derecho de volver entre los vivos, porque, al hacerlo, contaminaría a toda la vecindad.
[...]
La rojiza llama de nuestras antorchas cegaba nuestros ojos en la tenebrosa obscuridad del bosque. Hay algo de indescriptiblemente fascinador y solemne en estas augustas travesías por las vírgenes selvas de aquellos rincones indostánicos. Diríase que todo dormita en torno nuestro, y sólo rompe el silencio nocturno el monótono y pesado caminar de los elefantes cual el martilleo de una de las fraguas de Vulcano. De vez en cuando, sin embargo, se escuchan vagas voces y escalofriantes murmullos en el sombrío ámbito de la maleza.
—Es el viento, que entona su misteriosa canción entre las ruinas de otros días. ¡Maravilloso fenómeno acústico! —observó uno de la partida.
¡Bhuta; bhuta! —exclamaban espantados los supersticiosos portadores de las antorchas, al par que, girando rápidamente sobre una pierna y castañeteando los dedos, las blandían como si trataran de espantar con ellas a los elementales malignos.
Piérdese luego en la lontananza el quejumbroso lamento, y retornan a sonar en el bosque las suaves cadencias de su invisible vida nocturna. Ora es el chirrido metálico de los grillos, ora el leve susurrar de las hojas o el vago zumbido de algún insecto. Todo cesa de repente por unos momentos, y luego torna a principiar aumentando gradualmente. ¡Cuán vigorosa vida no palpita en la débil hoja; en la mísera yerbecilla, en el seno de la selva del trópico, mientras que miriadas de luciérnagas, cual estrellas caídas en el suelo, fosforecen misteriosas!