16 de xuño de 2014

La Aventura del Tocador de Señoras


Eduardo Mendoza
La Aventura del Tocador de Señoras (2001)

La Aventura del Tocador de Señoras (A Aventura do Cabeleireiro de Senhoras) é a terceira novela protagonizada pelo detective anónimo, seguindo-se a O Mistério da Cripta Assombrada e O Labirinto das Azeitonas. Passada em meados dos anos 90 (e aproveitando, de passagem, para fazer uma crítica mordaz ao aparente desenvolvimento material de Barcelona), muitos anos depois das duas primeiras histórias, reencontramos o nosso herói no momento em que é expulso do manicómio, dado como curado às pressas, tal como todos os outros residentes, uma vez que o edifício vai ser demolido para dar lugar a um centro comercial e blocos para habitação. Depois de encontrar um emprego como cabeleireiro, inicia-se a sua nova aventura.
Ao longo da história reencontramos os velhos conhecidos doutor Sugrañes, Cándida e o comissário Flores, a quem o tempo proporcionou grandes mudanças, ao contrário do herói, a quem não notamos grandes alterações, reconhecendo-lhe alguns dos habituais tiques, e outras novas preferências. Com uma linha de pensamento inteligente, um discurso de pendor erudito, o herói faz-nos pensar muitas vezes onde se traçará a linha que divide a sanidade da insanidade. Como ele afirma em determinado ponto «Quem não teve, como eu, o privilégio de passar uma boa parte da sua vida num manicómio, talvez ignore esta grande verdade: todos os que ali estão encerrados apercebem-se claramente da loucura dos outros, mas nenhum da própria.»

Cañuto era un hombre de mediana edad, tirando a viejo. En los años 70 (de nuestra era) había robado varios bancos. No bancos de sentarse, sino oficinas bancarias. Operaba solo, con una media en la cabeza y la otra en el bolsillo (por si acaso), una pistola de juguete y una bomba de verdad. Él decía que era una bomba atómica. A tanto no llegaba, pero de todas formas le daban el dinero sin rechistar. Cuando el robo había sido perpetrado, Cañuto se quitaba la media, pronunciaba unas palabras adecuadas a la ocasión y se iba caminando por la acera. Lo curioso es que tardaron mucho en capturarlo. En su modesta vivienda encontraron la totalidad del dinero robado. No se había gastado ni una peseta y vivía de la caridad pública. Cuando finalmente lo llevaron a juicio, la galopante inflación de aquellos años convulsos había reducido el monto de sus fechorías a una cifra irrisoria. El abogado defensor de Cañuto mostró al tribunal una entrada de cine cuyo precio superaba lo que en tiempos de Cañuto había sido una fortuna. Lo habrían absuelto y puesto de nuevo en la calle si Cañuto no se hubiera empeñado en decir que sus atracos formaban parte de un plan mundial para sembrar el caos, y del cual él, Cañuto, era sólo la punta del iceberg, a la que, por otra parte, se empeñaba en llamar la punta del nabo. Por no saber qué pena imponerle, lo enviaron al manicomio, donde gozaba de justa fama de hombre metódico, riguroso, muy versado en cuestiones bursátiles, y donde yo lo conocí y traté.

Li anteriormente:
El Laberinto de las Aceitunas (1982)
El Misterio de la Cripta Embrujada (1979)
Tres Vidas de Santos (2009)

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