6 de febreiro de 2016

Derrota Mundial


Salvador Borrego
Derrota Mundial (1953)

Já não me lembro onde encontrei a referência a Salvador Borrego Escalante, jornalista e escritor mexicano, autor de dezenas de livros; terá sido possivelmente em algum dos sites de informação independente, em língua espanhola, que percorro frequentemente. É, evidentemente, um nome maldito — não tem sequer uma entrada na Wikipedia em português, nem encontrei rasto de alguma vez ter sido publicado em Portugal.
Em Derrota Mundial atreveu-se a escrever a História do ponto de vista dos vencidos, quando, toda a gente o sabe, só aos vencedores é permitido escrevê-la. Porque os factos, por si só, não são a História; a História é a «narrativa» (para utilizar uma palavra de má memória) que integra de um modo coerente esses factos, destacando uns, desvalorizando outros, ignorando os restantes — quando não os oculta deliberadamente. Quanto a este livro em particular — que já ultrapassou as 50 edições desde que foi editado pela primeira vez, em 1953, contra boicotes, ameaças ao autor, aos editores e distribuidores — oferece um vasto panorama de análise metapolítica do século decorrido entre a publicação do Manifesto Comunista e o rescaldo da II Guerra Mundial, profusamente documentado e sustentado, numa linguagem clara e acutilante. Uma surpresa, para quem procure uma «narrativa» alternativa à versão «oficial», que os poderes instituídos têm imposto com razoável sucesso. Pelo modo como as coisas seguem, um dia, talvez não muito distante, este livro há-de ser proibido.

Todo poblado y toda aldea cayó en un infierno inenarrable. Ancianos asesinados a golpes porque tenían algún hijo en las SS; civiles muertos a tiros en la nuca delante de sus familiares; civiles requisados como bestias para cargar abastecimientos o arrojados ante las líneas alemanas para que hicieran estallar minas al pisarlas. Niñas de 12 años y mujeres hasta de 70 ultrajadas públicamente y en masa; criaturas que lloraban y gritaban presas de espanto al ser obligadas a presenciar aquellas torturas de sus madres; niños arrancados de sus padres y llevados al Oriente; muchachos de diez años requisados por el Ejército Rojo; saqueos de ropa y de víveres, mujeres semidesnudas abandonadas en los caminos para morir lentamente de hemorragia y de frío.
Todo lo que se temía del Oriente, monstruosamente superado por aquel infierno... Caravanas aterrorizadas de civiles comenzaron a huir hacia retaguardia. En carros y a pie recorrían caminos llenos de nieve y a veces alcanzados por tanques soviéticos que se divertían disparando contra esos blancos inermes, para luego caer sobre las mujeres. Hubo casos en que no respetaban ni a las muertas.
En la confusión de la huida —agravada por los ataques rasantes de los aviones soviéticos—, madres que perdían a sus hijos y niños que buscaban aterrorizados a sus madres. A veces la marcha se prolongaba tanto, por los caminos nevados, que entumecidos fugitivos perdían los pies como si fueran de cristal, al quitarse las botas. Enfermos corroídos por dolores intestinales al cundir las epidemias. Soldados heridos que huían entre la población civil o que fatigados se suicidaban.
Había también caravanas de prisioneros ingleses, americanos y rusos que voluntariamente se alejaban del frente soviético. Trabajadores franceses y polacos engrosaban la huida.
Los restos de la marina alemana se dedicaron infatigablemente a evacuar civiles de Prusia Oriental, Transportaron cerca de millón y medio de desventurados, no sin padecer espantosos desastres. La flota submarina soviética del Mar Báltico, inicialmente integrado por 94 unidades, había sido mantenida a raya durante toda la guerra. En 1941-42 había hundido 24 naves alemanas, inclusive lanchones, al incosteable precio de 37 submarinos destruidos. Pero en los últimos días pudo aprovecharse del blanco fácil que ofrecían los transportes. El vapor «Wilhelm Gustloff» fue torpedeado de noche por un submarino ruso y de sus 5000 ocupantes sólo mil pudieron ser rescatados de las frías aguas del Báltico.
El barco «General Steuben» que zarpó de Prusia el 9 de febrero con dos mil heridos y mil fugitivos, en su mayor parte niños, también fue alcanzado por un torpedo y su proa se clavó inmediatamente en el agua. Los que viajaban en cubierta se apeñuscaban en la popa, pero al escorarse la nave y al cundir el pánico muchos niños y adultos resbalaban hacia el agua o caían en las hélices. Algunos hombres que llevaban pistola se suicidaron. Y los dos mil heridos trataban vanamente de salir a cubierta. Cuando se hundió de pronto lo que sobresalía del barco, «dos mil gritos de los encerrados en el interior terminaron repentinamente, sin intermedio, como cortados por un único y terrible tajo». Al desaparecer la nave hizo un remolino tan vertiginoso que se tragó a los que nadaban a su alrededor. El transporte «Goya» sufrió una suerte semejante con 7000 fugitivos, de los cuales se salvaron sólo 170. Y cuando los aliados se dieron cuenta de estas evacuaciones sembraron de minas desde el aire las bahías de Lubeck y de Kiel, para evitar que continuaran.
Tropas alemanas que lograron arrebatar algunas aldeas a los soviéticos, presenciaron huellas horrendas y escucharon de los supervivientes relatos que encendían inaudita desesperación. Aquello contrastaba sarcásticamente con el respeto que el Ejército Alemán había tenido para la población civil en las zonas ocupadas. Un respeto que se mantuvo inalterable incluso ejecutando a los esporádicos infractores.

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