30 de abril de 2018

Tempestades de Acero



Ernst Jünger
Tempestades de Acero (1920)

Ernst Jünger alistou-se como voluntário no exército e foi já na frente que completou os vinte anos de idade. Tempestades de Aço, a primeira obra do escritor, conta a sua experiência pessoal na Grande Guerra, e foi uma trabalho em constante revisão ao longo da sua vida. Existem seis «versões» do livro: além da original, em 1920, Jünger fez alterações logo na segunda edição (1922), e também na quinta (1924), na décima-quarta (1934) que qualificou de «versão definitiva», na décima-sexta (1935) e, por fim, em 1961, na preparação da edição das Obras Completas (à qual corresponde esta versão em língua espanhola, prefaciada e traduzida por Andrés Sánchez Pascual) um esforço estilístico na correcção de certa imaturidade literária que praticamente não deixou uma única frase sem ser revista e melhorada. E no entanto, algures nos seus Diários, Jünger afirmou que «uma página de prosa revista uma e outra vez para ser melhorada, assemelha-se a uma ferida que não deixamos cicatrizar».
Tempestades de Aço é a crónica da vida quotidiana na frente ocidental durante a Grande Guerra, entre Dezembro de 1914 e Agosto de 1918, com tudo quanto a caracterizou: as trincheiras e a guerra de posições, os formidáveis bombardeamentos da artilharia e os ataques de gás, os pequenos avanços e recuos que cobraram milhares de vidas de soldados, as várias vezes que se cruzou ileso com a morte, bem como os ferimentos que sofreu. Foi na Grande Guerra onde, pela primeira vez, a máquina adquiriu um poder de dizimação nunca visto, delimitando um antes e um depois para a condição do guerreiro sobre o campo de batalha. E, quando seria fácil ceder ao sentimentalismo, Ernst Jünger dá a descrição objectiva de um combatente empenhado no cumprimento do seu dever, sem hesitações nem dilemas morais até ao final, quando transparece a causa perdida.
Esta edição espanhola de Tempestades de Acero, acrescenta ainda dois outros textos sobre o mesmo tema e com a mesma origem: El bosquecillo 125 e El estallido de la guerra de 1914. O primeiro, extenso e em tom mais reflexivo, analisa aprofundadamente a situação vivida nas proximidades de Puisieux em Junho de 1918, que já havia sido abordada em Tempestades de Aço; o segundo, de apenas algumas páginas, descreve as circunstâncias que o levaram a voluntariar-se e resume o que fez até ao momento em que partiu para a frente.

Y ocurrió, en efecto, que, cuando ya no me quedaban más que cincuenta metros para alcanzar el abrigo de mi compañía, me vi metido en un salvaje ataque artillero por sorpresa. Era tan intenso aquel fuego que parecía empresa completamente imposible salvar, sin ser herido, aquel pequeño tramo. Por suerte vi a mi lado una de aquellas cavidades en forma de nicho que habían sido construidas en los taludes de los ramales de aproximación para que las utilizasen los enlaces. Tres marcos de madera de los usados en las galerías formaban aquel nicho; no era mucho, pero, en cualquier caso, era mejor que nada. Me apretujé allí dentro y dejé pasar la tormenta por encima de mi cabeza.
Había elegido, al parecer, el peor lugar de todos. Minas esféricas, grandes y pequeñas, minas de botella, shrapnels, matracas, granadas de todo tipo — era incapaz de distinguir los artefactos que allí confusamente zumbaban, gruñían, crujían. No pude dejar de acordarme de mi buen sargento del bosque de Les Eparges y de su aterrorizado grito: «¿Pero qué clase de artefactos son éstos?».
A veces un único estampido infernal, que iba acompañado de llamaradas, dejaba completamente ensordecido el oído. Después, un siseo agudo, incesante, producía la impresión de que se acercasen uno tras otro, zumbando, a una velocidad increíble, centenares de fragmentos de metralla de una libra de peso. En ocasiones caía, con un golpe seco, pesado, un proyectil que no estallaba; a su alrededor la tierra temblaba. Por docenas reventaban los shrapnels, delicados como bombones fulminantes, y esparcían su densa nube de bolitas; después llegaban las vainas, con un resoplido. Cuando cerca de mí estallaba una granada, el barro caía al suelo con estruendo, como un goteo. Y en medio de todo aquello los fragmentos de metralla se clavaban en la tierra con un golpe seco.
Describir estos ruidos es más fácil que soportarlos, pues el sentimiento asocia cada uno de los sonidos del hierro chirriante con la idea de la muerte. Y así, yo estaba acurrucado en aquel agujero, con las manos delante de los ojos, mientras por mi mente desfilaban todas las posibilidades de que un proyectil me alcanzase. Creo haber encontrado un símil que expresa muy bien la sensación peculiar que se experimenta en una situación como ésa, una situación en la que yo, al igual que todos los soldados de esta guerra, me he encontrado a menudo. Imagínese uno a sí mismo bien atado a un poste y amenazado continuamente por un sujeto que blande un pesado martillo. Unas veces el martillo es lanzado hacia atrás para tomar impulso; otras avanza zumbando, hasta casi rozar el cráneo; luego chocó contra el poste, del que salen volando astillas — a una situación como ésa corresponde exactamente lo que se siente cuando se está al descubierto en medio de un bombardeo en serio. Yo tenía, por fortuna, un pequeño sentimiento subconsciente de confianza, ese sentimiento de que «todo saldrá bien», que se experimenta asimismo en el juego y que produce un efecto tranquilizante, aunque en modo alguno esté justificado. También aquel bombardeo llegó a su fin y pude proseguir mi camino, pero ahora más deprisa.

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