13 de maio de 2020

Cruzada contra el Grial


Otto Rahn
Cruzada contra el Grial (1933)

Cruzada contra el Grial (ou Kreuzzug gegen den Gral no seu título original) tem como tema a Cruzada Albigense, essa encarniçada luta que a Igreja de Roma, aliada ao reino de França, travou contra a heresia cátara na região occitana.
No entanto, Otto Rahn, um historiador que se dedicou profundamente a esta questão, começa muito antes. Descreve todo o contexto histórico e cultural que fez da Occitânia um novo espaço geoestratégico emergente no séc. XI: a herança druida, o elemento dualista celtibérico, a influência maniqueísta e prisciliana facilmente desembocaram no gnosticismo cátaro, ao mesmo tempo que se expandia a poesia trovadoresca, culturalmente influente noutros espaços geográficos. Deste modo, o alemão Wolfram von Eschenbach reescreveu Parzival, baseado num texto anterior de Chrétien de Troyes sobre a demanda do Gral. O Santo Gral, tradicionalmente associado à taça usada por Jesus Cristo na última ceia para a consagração do vinho, e que depois teria recolhido o seu sangue após a crucifixação, nunca foi incentivado no imaginário do catolicismo certamente devido à sua proximidade cátara; o Gral seria o símbolo da Igreja do Amor, um anagrama de oposição a Roma.
Nesta região meridional de França — Gasconha, Languedoc e Provença — cuja conquista tinha sido um grande esforço para Carlos Magno, por via do catarismo occitano, ao mesmo tempo filosofia, religião, metafísica e culto, forjava-se então um novo país. Os principados locais aliavam-se entre si, e o centro feudal, o Condado de Tolosa, arrastava-os para a órbita da Coroa de Aragão.
Como reacção a esta situação, o papado de aliança com o reino francês, desatou uma perseguição sanguinária (a Inquisição foi fundada nesta altura), tanto mais que os bens dos hereges, pelas leis da época, revertiam para os seus denunciantes. Entre a tomada de Béziers, em 1209, até à queda do último reduto de Montségur, em 1244, vão passar 35 anos de atrocidades; Roma eliminou a concorrência, e Paris encheu os cofres.

Béziers espera la llegada de los cruzados.
Un dragón, vomitando fuego y destrucción, se aproxima en marcha arrolladora...
Un sacerdote cargado de años solicita entrar en la ciudad. Es Reginaldo de Montpeyroux, el obispo que se habla unido a la cruzada. Las campanas llaman a los fieles a la catedral, construida por el maestre Gervasi en estilo románico.
«Los cruzados están a punto de llegar», dice el anciano sacerdote; «entregadnos a los herejes; si no pereceréis todos».
«¿Traicionar a nuestros hermanos? ¡Preferimos que se nos arroje al fondo del mar!»
El obispo, montado en su mula, sale de la ciudad. La inesperada respuesta provoca en el gran prior de Citeaux tal arrebato de cólera, que jura borrar a sangre y fuego a católicos y herejes y no dejar piedra sobre piedra en la ciudad.
En la tarde del 25 de julio, los cruzados están a la vista. Los ribautz (rufianes) y los truands (truhanes), impacientes por el botín, corren por propia iniciativa hacia la ciudad.
Al resto de los peregrinos no les queda otro remedio que seguirles. Las puertas ceden. Los habitantes de Béziers, ortodoxos y herejes, ante su irrupción huyen despavoridos a refugiarse en las dos iglesias. Uno de los barones pregunta al gran abad de Citeaux como se las iban a arreglar para distinguir a los herejes. Quien, si nos está permitido creer a Cesar de Heisterbach, debió de contestarle:
«¡Matadlos a todos! ¡Dios ya reconocerá a los suyos!»
En las Casas de Dios, donde los sacerdotes, revestidos de sus ornamentos, celebran las misas de difuntos, son asesinados todos los ciudadanos: hombres, mujeres y niños («veinte mil» escribe Arnaud de Citeaux al papa). Nadie sale con vida. Hasta los sacerdotes son inmolados ante el altar. Y el crucifijo y la custodia que presentan ante los irruptores, resuenan sobre las losas... [...]
La ciudad fue saqueada. Mientras los cruzados se ocupaban de lleno en su trabajo de verdugos en las iglesias, los rufianes se dedicaron a la búsqueda de su botín. A golpe de espada y de bastón hubo de quitárseles a estos vagabundos saqueadores el producto de su rapiña, pues nadie quería renunciar al botín que se le habla prometido...
La ciudad comienza a arder. El humo oscurece el sol de este horrible día de julio, sol que, sobre el Tabor, se prepara para irse...
«Dios está con nosotros!», exclaman los cruzados; «¡mirad qué milagro! ¡Ni un buitre, ni un grajo, se preocupan de esta Gomorra!».
Las campanas se funden en sus campanarios, los cadáveres arden en llamas y la catedral estalla como un volcán. Corre la sangre, arden los muertos, llamea la ciudad, se desploman las murallas, cantan los monjes, los cruzados asesinan, los gitanos saquean... Así murió Béziers, así se inició la cruzada contra el Grial...
A falta de buitres y grajos, Béziers es entregada a lobos y chacales. Su espantoso final siembra el pánico en las ciudades del Languedoc. No se esperaba esto.
Que la «cruzada» era una «guerra», lo sabia todo el mundo; pero que el Louvre y el Vaticano pudieran rivalizar en rigor para la aniquilación de Occitania, eso no se esperaba. Era ya demasiado tarde cuando se llegó a tal convencimiento: la cruzada, con sus trescientos mil peregrinos, se encontraba en el corazón del país y... el conde de Toulouse, que participaba directamente en el combate, había perdido sus triunfos. ¡Eso era lo peor!

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