13 de xullo de 2025
La Historia de los Vencidos
Joaquín Bochaca
La Historia de los Vencidos (1978)
A História dos Vencidos, com o subtítulo O Suicídio de Ocidente, é uma análise pormenorizada da história europeia desde a Grande Guerra até à década de 70, quando o livro foi escrito, sob uma perspectiva heterodoxa e pouco habitual. Muito do que aqui se escreve — a influência de uma "força secreta e inidentificável", que o presidente Woodrow Wilson referiu, aquando da assinatura do Tratado de Versalhes (embora ele soubesse muito bem qual a natureza desse factor) — já foi abordado, por exemplo, nos livros Derrota Mundial ou Infiltração Mundial de Salvador Borrego. Mas, ainda assim, Joaquín Bochaca acrescenta uma enorme quantidade de factos e referências que nunca param de surpreender. São essas forças, às quais Spengler chamava o "mundo abissal", que aqui ficam, uma vez mais, expostas e denunciadas.
El burgués adinerado Haim Kissel Mordekai Marx, no era un anticapitalista en el recto sentido de esa expresión. De haber sido un verdadero anticapitalista hubiera fustigado, en sus obras demagógicas, a los auténticos capitalistas, es decir, aquellos que viven del capital, del llamado dinero escriptural, del «Book-Money», creado por los banqueros por una simple anotación en sus libros… del dinero-crédito, llamado por el propio Trotsky, yerno de un poderoso banquero, «moneda falsa de curso legal». Mas, ¡oh, paradoja!, cuando habla del dinero-crédito, de la finanza usurera, Marx se expresa de manera tan cauta como temerosa. Hablando de la finanza, internacional y apátrida, Marx es un auténtico reaccionario retrógrado, para utilizar una expresión cara a los camaradas del Partido Comunista.
De haber sido un anticapitalista auténtico, Marx hubiera mencionado, en sus obras comunistas, a los numerosos capitalistas judíos que, ya en su época, infestaban Europa. Ejemplos no le faltaban: los Pereyre, los Camondo, los Peixotto, los Mayer, los Reinech, los Mendelssohn, los Schneider, y, sobre todo, aquella «estrella de cinco puntas» constituida por el Imperio Rothschild en Frankfurt, Londres, París, Viena y Nápoles. Una acumulación de riqueza, conseguida sin trabajo ni beneficio alguno para la comunidad —antes bien, en detrimento suyo—, como jamás los siglos vieron. He aquí un bello ejemplo de capitalismo a destruir. Pero Marx guarda discreto silencio. Para él, los únicos «capitalistas» son los dirigentes de empresa, los industriales, los terratenientes, y hasta los obreros expertos y peritos que rehusan ser rebajados al nivel de los jornaleros sin oficio ni beneficio.
Para Marx, evidentemente, el capitalismo de Estado soviético, bautizado «comunismo» para las masas ignorantes, no es más que un medio, una herramienta para llegar al verdadero fin: el imperialismo mundial de Sión.
[...]
Se organizó el pillaje sistemático de librerías y bibliotecas, públicas y privadas, así como de hemerotecas y museos. Millones de libros, revistas, periódicos publicados en Alemania entre 1933 y 1945 fueron quemados en inmensas piras por los defensores de la Libertad de Pensamiento. En el nombre de esa libertad fueron condenados a presidio los magiares Alfonsz Luzsenszkya y Dolány-Kovacs, «culpables» de haber traducido el Talmud y de haber publicado unas estadísticas demostrando que más del 60 por ciento de la riqueza de Hungría estaba controlada por israelitas.
En el nombre de la Libertad abstracta fueron suprimidas todas las libertades concretas. En el nombre de la Democracia igualmente abstracta, fueron impuestas a Europa, y no solamente a Alemania, las listas negras, la censura, la irradiación, la deportación, la pérdida de los derechos civiles… En el nombre de la Igualdad se establecieron una infinidad de privilegios y derechos especiales. Aunque en la II Guerra Mundial perecieron más de 50.000.000 de personas, sólo los judíos, independientemente de su nacionalidad oficial, percibieron —y continúan percibiendo—, indemnizaciones personales. Sólo ellos fueron compensados, al ciento por uno, de todos los perjuicios sufridos —real o imaginariamente— en una guerra provocada, en gran parte, por el Sionismo.
Entre 12 y 15 millones de personas del Este de Europa fueron expulsadas de sus hogares, sin indemnizaciones de ninguna clase, y sin que los demócratas de Occidente —¡ellos tan humanitarios!— tomaran medida alguna para aliviar su suerte.
Se obligó a Alemania a reconocer una deuda de «reparaciones» de 3.600.000.000 de marcos, pagaderos al Estado de Israel… que ni siquiera existía cuando las pretendidas exterminaciones masivas de judíos tuvieron lugar. Esto equivalía, por otra parte, a darle la razón, retrospectivamente, a Hitler, cuando afirmaba que —independientemente del lugar de su nacimiento, un judío es, antes que nada, judío—. Si se afirma, por ejemplo, que los nazis exterminaron a 90.000 judíos holandeses (lo que constituye una siniestra broma) y luego se obliga a Alemania a pagar una indemnización por ello, no a Holanda, sino a Israel, es evidente que se reconoce que cuando Hitler decía que el judío es, antes que nada, judío, tenía razón. Aunque no hay motivo para atribuir tal descubrimiento al Führer: antes que él dijeron lo mismo San Luis, Voltaire, Mahoma, los Faraones de Egipto. Napoleón, Franklin, Lutero, Erasmo de Rotterdam, Cicerón y todos los gerifaltes del Sionismo, desde Herzl hasta Goldman.
Li anteriormente:
El Mito de los 6 Millones (1978)
El Enigma Capitalista (1977)
Los Crímenes de los «Buenos» (1982)
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