31 de marzo de 2018

La Guerra Gaucha

Leopoldo Lugones
La Guerra Gaucha (1905)

Muito diferente de Las Fuerzas Extrañas, que li recentemente, La Guerra Gaucha foi o primeiro livro de prosa de Leopoldo Lugones. Passado entre 1814 e 1818, nas regiões do Alto Peru e Salta, tem por tema a Guerra de Independência Hispano-americana, acompanhando as peripécias dos guerrilheiros gaúchos que combateram as tropas realistas. Sem datas, nomes ou lugares, que implicariam algum rigor factual, os contos versam situações ficcionadas e adaptações livres de relatos dispersos, como forma de homenagem a esses combatentes. Cada capítulo contém um conto completo, sem outra continuidade entre si além do tema geral, em que as descrições dos grandes espaços e da opulência da natureza têm uma importância capital. O último conto, Güemes – que remete para Martín Miguel de Güemes, um importante chefe militar argentino dessa guerra – fazendo o balanço agridoce no momento da vitória, passados já os arrebatamentos heróicos e prenunciando-se as cedências e as concessões aos pequenos interesses na nação recém-criada.
Assinale-se ainda a dificuldade do vocabulário, bem mais que “um ou outro nome indígena, ou neologismo crioulo, ou verbo formado por mim à falta de vocábulo específico”, pelos quais o autor pede a compreensão do leitor na introdução, e me obrigaram a uma constante consulta de dicionários.

El tercer día, al caer la tarde, las sospechas arreciaron. Ensotábanse con toda evidencia entre ensenadas inextricables, fuera de todo cauce ya, bajo el silencio casi fúnebre de la selva inundada. Solamente un pájaro de trino melancólico gorjeaba a intervalos irregulares, allá lejos en la fronda negra. El agua, al empuje de los remos, burbujeaba con murmullo triste; mangas de mosquitos acaloraban la sangre hasta el furor, y un vaho de ahilada tibieza, contaminando fiebres con su desabor de hongo, maceraba las carnes en una flaccidez de putrefacción. Así vino la noche y así fondearon, reprimiendo apenas torvas intenciones, como sepultados por la temerosa enormidad del bosque que la noche espesaba y la parálisis tórrida del ambiente; cuidadosos de no mostrarse miedo bajo la respectiva capa de impasibilidad salvaje y de castellana altivez, en una roedora tensión de nervios y de voluntades.
Mas, de allí a poco, el cacique, interpelado decididamente, condescendió por primera vez a una respuesta. Sí, desviaban un poco el rumbo, mas para vadear cuanto antes las aguas aprovechando su mismo desborde. Conservaban la buena dirección, y al otro día, temprano aún, tocarían cerca del real patriota. Dicho esto revistó con una mirada a sus hombres, acurrucose en el fondo de su canoa y se durmió.
Su ejemplo no influyó, a pesar de la seguridad relativa que dimanaba de su discurso; y pasaron la noche en vela, si bien forzados no poco por los vampiros cuyo vuelo rozaba sus cabezas desflocándose en espeluznante vellosidad.
El día amaneció serenísimo, coloreándose fogosamente de aurora. Puestos al remo los indios, el cacique reiteró sus seguridades con sonrisas de vaga ambigüedad, cuyo efecto retratábase instantáneamente en el rostro de sus compañeros que redoblaban el empuje. Semejantes signos auguraban al parecer el prometido fin, y una vislumbre de alegría flotó sobre la fosca lividez de los navegantes.
Reviviendo pesadamente el fresco del alba, sus ojos escaldados de insomnio contemplaron en silencioso estupor la imponente pompa del amanecer sobre las aguas.
Ensanchábase la selva hasta el horizonte en una especie de golfo salvajemente solitario, que confinaban arboledas lúgubres en su impenetrabilidad. Ni una arruga disgregaba su cristal sombrío, sobre el cual erguíase único, acentuando la tristeza del paisaje, el ampo de una garza. La superficie, en tersura de lastra especular, azogábase con una interna coloración de teja fundida, exaltada a púrpura de mortecina escoria, que luego se clarificaba en cárdeno gris. Culminó al oriente un banco de niebla lóbrega, franjeado por una orla rojiza que herrumbraba con su reflejo las aguas del confín. El cielo se inflamó hasta el cénit en una traslucidez de cereza. Sobre la estela de la almadía cabrillearon las aguas de un oleoso muaré; empañó un vago lila la transparencia oscura del pantano, y bruscamente el sol emergió entero, carminando la bruma en una humareda rosa de fuego de Bengala.
En ese momento, el pájaro de la tarde anterior gorjeó otra vez; pero no ya en el ramaje, sino en la canoa misma; y al trino semejante con que le respondieron de la arboleda, antes que la certeza de la traición se coordinase con acto alguno de los realistas, una nube de dardos partió del bosque. Y sobre los árboles unos, otros al pie con el agua a la cintura, brotaron guerreros en clamoroso enjambre. Pintarrajeados en guerra, enflechaban sus arcos o revoleaban sus cachiporras, pirueteando y riendo con carcajadas crueles que el cristal cuarzoso de los bezotes deformaba en brillos siniestros, mientras llovían sin tregua sobre las víctimas los casquillos emponzoñados.

Li anteriormente:
Las Fuerzas Extrañas (1906)

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