14 de setembro de 2019

Adios, Europa


Gerd Honsik
Adios, Europa – El plan Kalergi. Un racismo legal (2005)

O nome do conde Richard Koudenhove-Kalergi é, ainda hoje, injustamente desconhecido. Foi o fundador do Movimento Pan-Europa, que influenciou a forma do Tratado de Maastricht, e é dele a concepção da bandeira azul de 12 estrelas que a União Europeia adoptou, tal como a escolha do “Hino à Alegria”, da 9.ª Sinfonia de Beethoven, como hino europeu. É verdade que a UE lhe presta uma pequena homenagem e atribui, cada dois anos, o Prémio Koudenhove-Kalergi às personalidades que mais se tenham distinguido no “ideal europeu” – Helmut Kohl, Herman Van Rompuy, Angela Merkel ou Jean-Claude Junker estão entre os galardoados. Membro da maçonaria, Kalergi deixou o seu pensamento espalhado por dezenas de livros e manifestos, que publicou desde os anos 20 do século passado, entre os quais relevam Kampf um Paneuropa, ou Praktischer Idealismus. Promotor de uns Estados Unidos da Europa, os seus escritos defendem a abolição de estados e de fronteiras, o multiculturalismo, a mestiçagem forçada da população europeia pelo cruzamento com a imigração alógena massiva de origem africana e asiática, tendo em vista a amálgama de uma povoação subhumana sem carácter nem vontade própria, de menor capacidade intelectual, facilmente manipulável e governável. A classe dirigente será formada pela “raça de senhores”, a “raça superior” da aristocracia judaica, primeiro na Europa e depois no Mundo. Tudo isto está publicado, vai para 100 anos, e, apesar de Kalergi ter adoptado um perfil discreto no pós-guerra, este é o roteiro semi-oculto que tem guiado a engenharia social e o rumo político das “democracias” europeias, cada vez mais manifesto e sob o patrocínio da ONU. Honsik considera ainda que este plano de acção pretende favorecer os interesses imperialistas dos EUA.
É pois sobre os projectos criminosos e genocidas desta personagem sinistra que se debruça Adios, Europa, de Gerd Honsik, escritor, poeta e historiador austríaco falecido em 2018, várias vezes preso e perseguido por delito de opinião em diversos países europeus. Se a grande maioria dos factos descritos neste livro são já conhecidos por quem se interessa minimamente por estas temáticas, a verdade é que ainda sobram ainda algumas surpresas (e alguns tiros ao lado, é forçoso reconhecê-lo); no entanto, a agregação e organização num todo coerente, enquadrado pelas citações dos escritos de Kalergi e dos seus discípulos, revela com grande nitidez de contornos o negro abismo por onde o continente europeu se despenha, empurrado pelas elites que detêm o poder.

El embargo es un genocidio. Es una sanción típica del imperio: según los artículos de prensa, el embargo pedido por los EEUU y llevado a cabo por la ONU costó la vida a cerca de dos millones de niños que murieron por inanición o falta de medicamentos. La cantidad de víctimas infantiles que fallecieron por el bloqueo realizado a Cuba se desconoce.
Después de la Segunda Guerra Mundial y como castigo colectivo, la distribución de alimentos para la población civil alemana fue bloqueada con alevosía por los EEUU. Cinco millones de personas murieron después de 1945 a consecuencia de la inanición provocada por los aliados. Los EEUU recién se distanciaron del Plan Morgenthau, cuando Stalin se decidió por dejar vivos a las alemanes del Este que habían sobrevivido a las expulsiones y las matanzas acordadas con los EEUU. A partir de entonces, querían hacerse pasar por «liberadores», de manera que fue impedida cualquier constatación de estadísticas mortales de mujeres, ancianos y niños. Hay que agradecerle al historiador canadiense, James Bacque que estas cifras sí se hicieran públicas. Así también salió a la luz que, durante tres meses, el General norte-americano Eisenhower había impedido la llegada de alimentos para presos de guerra alemanes. La cifra oculta de muertos fue de un millón que fallecieron miserablemente de inanición bajo el cielo abierto.
La propaganda de los EEUU generalmente suele responsabilizara los supuestos «dictadores» (como llaman a los jefes del Estado enemigo) por las víctimas de las medidas genocidas. Así intentaron encontrar otros culpables para su genocidio en Dresde, Hiroshima, Kabul y Bagdad. Y así lo harán hasta que el imperio caiga.
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Como la usura reclama la multiplicación del dinero, la economía exige un constante crecimiento. ¿Pero cómo va a crecer la economía de un país, si su índice de población decrece? La solución, según se dijo, sería el asentamiento de extranjeros. Hubo dos bandos que se unieron bajo ese lema: por un lado, los defensores del racismo judío de los adeptos de Kalergi que pretenden erigir un absolutismo judío sobre una masa de mestizos fácilmente gobernables. Por otro lado, están los líderes pragmáticos de la soberanía monetaria que pretenden reemplazar los empleados europeos que se extinguen, por trabajadores de países subdesarrollados. Pero los individuos condicionados por una historia étnica que los destinó a colectar frutas y cuidar rebaños, no pueden sustituir a aquellos que por el clima despiadado se forjaron un espíritu emprendedor para luchar por cada fogón o pelear por las provisiones. Sin una educación que dura varias generaciones, los que pasan hambre en suelo rico, se sienten sobrecargados al tener que suplantar a los que crearon riquezas en suelo pobre. A esto se une el problema que, en cuanto al rendimiento laboral, la selección de los forasteros que deciden ingresar en otro país pocas veces es buena. Los exitosos, por lo general, raras veces tienen la necesidad de abandonar su patria.
[...]
La política tuvo que reconocer el hecho de que la cantidad de extranjeros que trabajan en Alemania no ha aumentado en los últimos diez años, aunque durante ese período, cinco millones más ingresaron al país. ¿Qué pasó? Evidentemente, los recién llegados no se integraron en el mercado laboral sino directamente en el sistema social alemán. La inmigración que oficialmente nos debería beneficiar, se convirtió en una ola de extranjeros que lejos de asegurar las pensiones, las gastan. No refuerzan «la zona económica» de Alemania sino que la debilitan. Se aprovechan de las prestaciones sociales que no existen en su patria y no tienen intención de trabajar o ganar dinero a cambio de esfuerzos.
El precio de esta equivocada política de inmigración: 100 mil millones de euros por año. Sería suficiente dinero para: a) triplicar los fondos de las familias e impedir la desaparición del pueblo alemán; b) multiplicar por cinco los recursos para la investigación; c) asegurar las jubilaciones para siempre; d) duplicar los importes para las fuerzas armadas y, en unión con los demás, oponerse a la paga del dinero de protección que exige el imperio americano.
La economía alemana fue tan fuerte en el pasado que, ni los tributos a los Estados Unidos, ni las indemnizaciones a Israel o las contribuciones a la UE pudieran con ella, pero la inclusión de inmigrantes en el sistema social sí la está destruyendo.


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