15 de febreiro de 2018

El Año del Diluvio


Eduardo Mendoza
El Año del Diluvio (1992)

El Año del Diluvio conta uma história de amor impossível entre uma freira, sor Consuelo e um rico proprietário, don Augusto Aixelá. A freira, recém-nomeada Madre Superiora num hospital de província em vias de cerrar portas, pretende reconverter a instituição num asilo para velhos; quando os pedidos de financiamento da obra são recusados, decide dirigir-se à quinta de Augusto Aixelá em busca do donativo. O enredo dá algumas voltas, e sor Consuelo acabará por obter o financiamento, embora não do modo que esperava; também não verá a inauguração da obra, porque, como acontece frequentemente com os religiosos, será transferida para outro lugar. No final do livro, no final da sua vida, trinta anos volvidos, o destino voltará a levá-la a Bassora – a aldeia agora transformada em cidade – onde procura revisitar os lugares e as memórias do que aconteceu naquele ano de chuvas torrenciais. Por norma, este tipo de confrontos nunca é confortável: «os tempos mudam, as ilusões desvanecem-se, as pessoas morrem, só as montanhas permanecem», resume um dos seus pensamentos.

A escasos metros del refugio se veían hombres correr encogidos y ovillarse tras las peñas. Los pájaros habían interrumpido su festín mañanero y reinaba un silencio tenso y medroso en la montaña. Recostado contra el quicio de la puerta, el bandido empuñó el fusil ametrallador y gritó: ¡Dispare! Al mismo tiempo cargó el peso del cuerpo contra la hoja de la puerta y saltó fuera del refugio disparando ráfagas. Sor Consuelo se asomó a la ventana y también disparó; el retroceso del arma estuvo a punto de arrancársela de las manos; la asió con más fuerza e hizo otros dos disparos mientras pensaba: ¿Cómo voy a ser monja si hago todo lo que me dicen los hombres? Fuera volvió a tabletear la metralleta del bandido. La monja se echó al suelo y oyó una descarga cerrada; una nube de proyectiles pasó silbando sobre su cabeza y reventó la pared opuesta a la ventana. Cuando se restableció el silencio abrió los ojos y levantó la cabeza. A través de la espesa nube de polvo que invadía el refugio distinguió la silueta tambaleante del bandolero en el vano de la puerta. Soltó la pistola y acudió a sujetarlo, pero no pudo impedir que se desplomara. Se arrodilló a su lado y colocó la cabeza del herido sobre sus rodillas a modo de almohada. ¿Te han dado?, le preguntó, pero la respuesta era obvia, porque el bandolero yacía en un charco de sangre y su voz era casi inaudible. No ha servido de nada nuestra estratagema, siseó. Sor Consuelo buscaba un trapo con el que taponar las hemorragias. Déjelo, hermana, dijo el bandolero, y déme la mano: no quiero morir solo. No te morirás, hombre, dentro de nada traerán la penicilina, dijo ella; de todos modos, agregó, no estaría de más que hicieras un acto de contrición.
El bandido movió la cabeza y respondió: No, hermana, yo no me arrepiento de nada; a lo sumo, de no haber hecho más daño cuando tuve ocasión: odio a la sociedad y odio a los hombres; moriría contento si supiera que después de mi muerte vendrán más inundaciones y terremotos, incendios y epidemias; deseo que haya guerras, exterminios y matanzas, que imperen el crimen y la desolación; los hombres no merecen paz ni misericordia, y Dios tampoco. Maldito sea el mundo y quien lo creó. Retira ahora mismo esto que acabas de decir, dijo la monja, es absurdo irse al infierno por resentimiento. El bandolero clavó los ojos en sor Consuelo, su mirada era vidriosa, murmuró: Yo no creo en el infierno, ni tampoco en el cielo; y si existen, me da igual: no quiero saber nada de un sistema que premia a los hipócritas y condena a los desesperados. El refugio se había llenado de hombres que encañonaban a la pareja con sus mosquetones. Bajen las armas, les dijo sor Consuelo, este hombre está muerto y yo soy inofensiva.

Li anteriormente:
El Enredo de la Bolsa y la Vida (2012)
La Aventura del Tocador de Señoras (2001)
El Laberinto de las Aceitunas (1982)

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