20 de febreiro de 2018

El Mito de los 6 Millones



Joaquín Bochaca
El Mito de los 6 Millones (1978)

Na nossa sociedade ocidental há poucos dogmas, hoje em dia. Quase todos são de extracção recente, nascidos por imposição do pensamento único e policiados por uma minoria ululante contra a maioria letárgica, acobardada no seu silêncio.
Tempos houve em que apenas existia um dogma: o Holocausto com agá maiúsculo, o facto histórico acima de qualquer escrutínio, plasmado na lei como verdade absoluta. Actualmente, muitos países que se consideram “democráticos” (este número tem vindo a aumentar), têm penas de prisão previstas para quem questionar a versão oficial da História, seja por dissidência, seja por fazer perguntas inconvenientes. Entre eles, recordemos: Alemanha, Áustria, Bélgica, Eslováquia, França, Hungria, Liechtenstein, Lituânia, Países Baixos, Polónia, Portugal, República Checa, Roménia, Suíça e, claro, Israel (a lista é incompleta, refere sobretudo os países europeus, não por acaso quase todos “sob ocupação” da União Europeia).
O dogma é um ponto basilar de uma religião. Com o Holocausto os paralelismos são evidentes: existem os mártires, os sacerdotes, os livros sagrados, as vias-sacras da peregrinação, as esmolas (neste caso verdadeiras fortunas, a pretexto de indemnizações), o templo onde arde a chama eterna, o dia santo de guarda, e a liturgia quotidiana sempre presente recordando-nos a nossa natureza pecadora. E, transformado em religião, o Holocausto é passível de uma de duas escolhas: ou se acredita, ou não.
O autor de El Mito de los 6 Millones está entre os não-crentes, como é óbvio; e, mais ainda, sustenta que o mito se baseia em alegações absurdas e mentiras grosseiras, que atentam contra a inteligência das pessoas normais. Como não quero correr o risco de transcrever aqui uma passagem negacionista (no fim de contas é crime), opto por citar um excerto onde se evidencia a natureza mitómana do “povo eleito”. Suponho que isto ainda não foi proibido...

Más irónico es todavía que los más absurdos relatos de exterminios masivos aparezcan en la literatura talmúdica judía y en el Antiguo Testamento. He aquí algunos ejemplos de ello: Adriano, cónsul romano en Egipto en el año 200, exterminó a la población judía de Alejandría, según el Talmud, o le causó importantes bajas según modernos historiadores. Ahora bien: el Talmud afirma que el número de judíos exterminados en Alejandría fue de 1.200.000, cuando según cualquier historiador solvente la población de aquella ciudad en tal época no pasaba de los 500.000, y en ella los judíos sólo eran una relativamente importante minoría.
Digna de mención es, también, la revuelta de Bar-Kochba, un judío que se declaró Mesías en el siglo II de la Era Cristiana, y se sublevó contra los romanos. Aún cuando la población judía de Palestina era, en aquél entonces, de unos 500.000 habitantes, el Talmud asegura que el ejército de Bar-Kochba se componía de 200.000 soldados. Esto es sencillamente imposible; pero sigamos. Bar-Kochba abandonó Jerusalén y se hizo fuerte en la ciudad amurallada de Bethar, pero la ciudad fue tomada por los romanos tras un asedio tremendo y toda la población de Bethar asesinada. Esta es al menos la versión oficial judía. En todas las historias de Roma que hemos podido consultar, desde la de Gibbon hasta la de Mommsen, el episodio de la toma de Bethar se le da una importancia mínima, y tengamos en cuenta que en la batalla de Cannas hubo unos setenta mil muertos y en la cuenta de Zama —tal vez la victoria más importante de Roma en su lucha con Cartago— setenta mil. Rarísimo, pues, que historiadores de la talla de los citados omitan mencionar la toma de Bethar como una gran victoria... pues gran victoria debía ser capturar una plaza defendida por 200.000 guerreros a los que hubo que exterminar en su totalidad. Esto parece casi milagroso que haya sido unánimemente omitido por la totalidad de los historiadores. Mas milagroso aún parece que en la pequeña plaza fuerte de Bethar pudieran cobijarse nada menos que 200.000 guerreros, si tenemos en cuenta que las dimensiones eran de 600 metros de profundidad por doscientos de anchura, según fuentes judaicas de indiscutible calidad. Si la aritmética, no miente, para albergar a 200.000 guerreros, con sus lanzas y corazas, y suponemos que sus escuadrones de caballería, en un rectángulo de 120.000 metros cuadrados, seria preciso distribuirlos de manera que tocaran a... 0,6 metros cuadrados por guerrero. Estamos por creer que la guarnición de Bethar no murió a causa del ardor bélico de los romanos sino de claustrofobia y asfixia. Y, no obstante, las citadas fuentes judías, insisten en que la lucha fue épica y la resistencia heroica. El mismo Bar-Kochba, era tan fuerte y tan ágil que cogía al vuelo las piedras arrojadas por las catapultas romanas y las devolvía de un sólo movimiento al campo de origen. Debieron transcurrir dieciocho siglos para que una tal proeza fuera repetida por Popeye tras ingurgitar apresuradamente una ración de espinacas.
Para terminar con el abracadabrante episodio de la toma de Bethar, muy seriamente relatado, con pelos y señales, por el Talmud, mencionaremos que el número de judíos exterminados por los romanos, queremos suponer que ya no en Bethar, sino en el resto de Palestina, fue de... ¡40 millones! Repetimos: Cuarenta millones. Y para ilustrarnos sobre la verosimilitud de la cifra, se asegura que la sangre de los judíos exterminados llegaba hasta los belfos de los caballos romanos y se perdía, como un río, en el mar, cuyas aguas teñía en una extensión de seis kilómetros.

Li anteriormente:
El Enigma Capitalista (1977)
Los Crímenes de los «Buenos» (1982)

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