17 de abril de 2020

La geografía secreta de América

Jacques de Mahieu
La geografía secreta de América (1978)

Nascido em Marselha em 1915, Jacques de Mahieu mudou-se para a Argentina por volta dos 30 anos e, naturalizado, viveu nesse país até ao final da vida. Foi um dos ideólogos do movimento peronista, mas o seu maior interesse residia na antropologia, área em que foi professor, apesar da sua formação em filosofia, medicina, ciências económicas e ciências políticas. Alguma da sua obra escrita tem por tema a América pré-colombiana, com títulos como Les templiers en Amérique, Drakkars sur l’Amazone ou El rey vikingo del Paraguay, onde defende teorias desenquadradas da História comummente aceite.
É o caso do presente livro, cujo título completo é La geografía secreta de América antes de Colón, e se debruça sobre o conhecimento geográfico prévio à época dos Descobrimentos. Há uma referência abundante a mapas antigos, com destaque para o mapa de Ptolomeu, do séc. II, que serviu de referência à cartografia até ao séc. XVI, ou ao mapa de Waldseemüller, de 1507, onde aparece desenhado pela primeira vez o continente americano com a designação actual. Referem-se os conhecimentos dos romanos na navegação do Índico até ao extremo Oriente, o estabelecimento de normandos e víquingues nas costas ocidentais do Atlântico Norte por volta dos sécs. X-XI, e uma série de outros feitos e viagens de exploração, aparentemente incongruentes com a linha histórica estabelecida, suficientemente documentados para se considerar reescrever algumas passagens dos livros de História. Interroga-se também sobre a pessoa de Cristóvão Colombo que, com um manto de sombra sobre o seu passado, foi igualmente alvo de outras especulações por outros autores.
A tese subjacente ao livro é que, no caso dos navegadores portugueses e espanhóis na época do Descobrimento da América, as suas viagens tinham um suporte teórico extremamente sólido, com recurso a uma infinidade de mapas de diferentes épocas e culturas, de rotas já usadas por víquingues e franceses mas mantidas em segredo (e também de exploração clandestina por conta própria) que lhes permitiu, desde o início da viagem, ter uma ideia bastante aproximada do que ia ser descoberto — ou redescoberto.

Entre las islas misteriosas del Atlántico que mencionamos en el capítulo II, hay una cuyo nombre habrá hecho sobresaltarse al lector no prevenido: aquella que el Portulano Medíceo llama, en 1351, Brazil; el mapa de Pizigano, en 1367, Braçir, con una cedilla superflua, para evitar la pronunciación italiana de la c; los de Blanco, en 1436, y de Fra Mauro, en 1457, Berzil; el de Benincasa, en 1482, Braçill. Pizigano la hace aparecer en el mismo mapa, en tres lugares distintos: al oeste y al sudoeste de las costas de Irlanda y al oeste del Cabo San Vicente, en el extremo sur de Portugal. Pareto, en 1455 nos la muestra dos veces, al oeste de Irlanda y a la altura del Cabo San Vicente. En uno de los mapas de su Atlas, Blanco la sitúa en el lugar exacto del actual Estado brasileño de Pernambuco. Se tenían, pues, en los siglos XIV y XV, datos contradictorios acerca de una tierra transoceánica que, según Pizigano, debía su nombre a los normandos.
Este nombre, en sí, se conocía en Europa desde el siglo IX. Los árabes, en efecto, importaban de la Insulindia y el Malabar extractos de una madera colorada, el bakkam (Caesalpinia Sapan y Pterocarpus Santalinus) que servía para teñir géneros. Este producto, los italianos lo llamaban bresill, brasilly, braxilis, verzino y, en latín, bresillum o verzinum. Los catalanes, que servían de intermediarios entre Italia y Castilla, decían brazil. Esos extractos llegaban a Europa, junto con las especias, en forma de pulpa, de laca y de polvo, lo que les daba un alto valor con un pequeño volumen. Los barcos árabes no estaban en condiciones de transportar troncos y no hubiera sido su interés hacerlo. Tal situación se transformó repentinamente, hacia mediados del siglo XIII, cuando empezaron a entrar en Francia, por los puertos de Normandía, rollos de brasil. No hay equivocación posible al respecto, puesto que, durante el reinado de San Luis, el Libro de los Oficios de Estienne Boileau reglamentaba su empleo por ebanistas y toneleros.
¿De dónde los normandos importaban esa madera? No del Asia, de seguro, pues ningún barco de Europa, en aquella época, navegaba en el Océano Indico. Para hacerlo, hubiera sido necesario dar la vuelta al Cabo de Buena Esperanza, y los dieppenses no iban, a lo largo de las costas africanas, más allá del río Zaire (Congo). Por lo tanto, habían encontrado una nueva fuente de abastecimiento. Ahora bien: fuera del Asia meridional, el brasil sólo existe en la América Central y el Amazonas: una variedad del sapang, la Caesalpinia brasiliensis. Por supuesto, marinos y comerciantes guardaban, según era costumbre, el secreto más riguroso respecto de la situación de las tierras descubiertas. Pero, lógicamente, no podían disimular su existencia: los productos que traían de ellas la hacía manifiesta. Se empezó, pues, a hablar de la isla —todas las tierras nuevas eran islas, ya lo dijimos— donde se procuraban el brasil. Y como no se sabía con exactitud donde se encontraba, se la situaba en los mapas en función de rumores contradictorios entre los cuales nada permitía elegir. Algunos cartógrafos llegaron así a aceptar la existencia de varias islas del mismo nombre. En Normandía y, en especial, en Dieppe, se sabía, por cierto, a qué atenerse. En 1503, cuando ya no era necesario —ni posible— guardar el secreto, el capitán Paulmier de Gonneville mencionaba, en un documento judicial entregado por él, después del naufragio de su barco, en la sede del Almirantazgo a instancia del Procurador del Rey, el “país de las Indias Occidentales adonde, desde hace unos años, los dieppenses y malonenses y otros normandos van a buscar madera de teñir en rojo”, ese país que los portugueses llamaban Terra Sanctae Crucis, pero que los franceses jamás designaban con otro nombre que el de Brésil.
Las tradiciones dieppenses han conservado el recuerdo de un viaje que el capitán Jean Cousin habría hecho, en 1488, a las bocas del Amazonas. Cuando se dirigía hacia el África, su barco habría sido desviado de su ruta, a la altura de las Azores, por una fuerte corriente marina —evidentemente la Corriente Norte-Ecuatorial— y llevado hacia el oeste hasta la desembocadura de un enorme río. Este relato no está documentado, pues un bombardeo inglés destruyó, en 1694, los archivos del Almirantazgo del puerto normando. Los detalles que nos proporciona, dejan, sin embargo, muy poca duda respecto de su realidad. No era éste, por lo demás, sino un viaje de rutina y el África constituía su camuflaje habitual. Si se habló de él, en la época del descubrimiento oficial de América; cuando el secreto ya no tenía mayor razón de ser, fue probablemente por un nombre que debió de llamar poderosamente la atención de los dieppenses. El segundo de Cousin, en efecto, era un castellano llamado Pinçón que intentó, durante el viaje, sublevar a la tripulación y fue destituido, a la vuelta, por el Consejo del Almirantazgo. ¿Tratábase de Martín Alonso Pinzón, capitán de La Pinta, a las órdenes de Colón, que insistió tanto, y con razón, como si conociera el camino, para que la flotilla singlara hacia el sudoeste, lo que obtuvo finalmente, no sin dar después una linda prueba de indisciplina? No podemos descartar esta hipótesis que, si fuera exacta, nos indicaría por qué Pinzón se fue a Roma. También nos explicaría por qué y cómo Vicente Yánez Pinzón, sobrino de Martín Alonso, armó de su hacienda, en 1499, una expedición a América y alcanzó justo el punto de la costa que, según todo parece demostrar, había tocado Cousin once años antes.

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